Un milagro de San Pedro


Articulo de Victor Izaguirre Flores, publicado en la revista "Corongo, antorcha de su juventud" de Febrero de 1956. Este hecho se produjo en el año 1,931 aproximadamente.

El 29 de Junio el pueblo de Corongo está de fiesta, como todos los años San pedro es el patrón de aquella bella ciudad andina. Su día es celebrado con gran alborozo y religiosidad por todos los coronguinos, inclusive la numerosa colonia que reside en Lima viaje en caravana al terruño con el único objeto de gozar de las festividades de San Pedro. La venerada imagen que los naturales de Corongo aman y adoran, es muy milagrosa. Se cuentan muchos milagros, entre ellos referiremos el siguiente:

SALVO A LOS FIELES.- Ocurrió precisamente el 27 de Junio a las cuatro de la tarde, el “Día de la bajada”.

En aquella ceremonia de la bajada, la imagen hermosa de San Pedro desciende automáticamente de su altar, que está a una altura considerable al fondo del templo, movido por un aparato mecánico muy ingenioso, a través de dos maderas, una columna y un travesaño, colocados en ángulo. Durante este acto es costumbre la asistencia de todos los fieles. De modo que toda el área de la Catedral más el atrio está atestado de hombres, mujeres y niños, que con profunda unción religiosa observan la solemne y pausada bajada del Santo Patrón.

Hace más o menos 25 años, cuando la gente se hallaba reunida en la Iglesia y momentos antes de iniciarse la ceremonia, se sintió rechinar los tijerales del techo. Alguien advirtió que amenazaba derrumbarse. Un puñado de tierra cayó al suelo. El sacerdote desde el altar dio la voz para que todos los asistentes abandonaran el templo, en orden y sin atropellarse. La muchedumbre se movió como una ola y obedeció al Cura. Cuando apenas el último hombre traspuso el umbral del templo, la mitad del techo se desplomó. Un sonido estrepitoso y sordo resonó en el ambiente y la Iglesia de arquitectura colonial y preciosos retablos quedó sepultada entre el polvo y los escombros. Nadie pereció, todos los fieles se salvaron, el Sacerdote y el sacristán quedaron aislados en la sacristía, pero sanos y salvos. El altar de San Pedro quedó intacto y con techo.

La tarde caía sombría y triste. El sol se había ocultado tras las cumbres, los cerros de Llacllacan y Kallahuaka con sus sombras cubrieron a la ciudad. La silueta de la Torre como un solitario dominaba el panorama del pueblo y a lo largo el templo con la mitad del techo hundido parecía un enorme ataúd descubierto. Entre tanto, los habitantes reunidos en la plaza, mientras el espanto y la pena se dibujaban en los rostros, arrodillados, con las manos juntas y copiosas lágrimas en los ojos, elevaron sus oraciones al cielo dando gracias al Santo Patrón que por su milagro no habían perdido la vida en tamaña destrucción.
Los devotos no se amilanaron ante lo ocurrido al contrario se acrecentó y vigorizó la fe católica en los corazones. Calmado los ánimos, el día 29, el regocijo fue general y la fiesta esplendorosa, en procesión imponente la imagen de San pedro salió por la calle grande, las simpáticas pallas y pintorescos panatahuas bailaron con entusiasmo al son de la típica roncadora de la caja y de la Banda de Músicos en las calles y en la plaza. Y todos los años se repite la fiesta con derroche de alegría y el mismo fervor religioso. Ahora el templo esta reconstruido.

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