El Regador con terno



La respiración cada vez más agitada de la lámpara a kerosene palidecía la alargada habitación exigiendo que se le bombee aire para resplandecer los enlucidos de yeso de las paredes, tan entretenido estaba Mesías como yo, escuchando los mímicos alegatos del tío Edver que se distrajo por completo, pero sin apurarse y encorvándose la cogió de su base semiesférica y le inyectó aire con su bombín inserto, estirando la cara  como pretendiendo alejar de sus ojos el humo del cigarrillo ducal que se balanceaba en sus labios. Sobre el mostrador menos de una decena de estos cigarrillos esperaba su turno envueltos en una cajetilla del color de las paredes al lado de una caja de fosforo donde una llama altiva estaba retratada. La respiración jadeante de la petromax cesó y de inmediato se blanqueó el cuarto y los ojos verdes de nuestro narrador empezaron a brillar más, también la palma de su mano derecha se agitaba más como si tocara charango en el  aire, ya solo se detenía para coger el cuello de su poncho habano de un jalón tirarlo hacia adelante ya que inexplicablemente se retiraba para atrás sin la ayuda de nadie.

Su narración exquisita en detalles se había detenido en la disyuntiva de aceptar o  no, la invitación del
Edver Alberto Garay Espinoza
negro Eduardo para asistir al baile social de Aco en Octubre allá por el año 64. Desde que le propuso le había negado esa posibilidad, las razones eran obvias, su condición de recién casado con hijo por cumplir un año y sin tener excusas para salir de noche. Definitivamente ¡No voy a poder! Aseguró, que así le dijo.

Ya había perdido la cuenta de las tandas de gró que nos había servido Mesías con una prolijidad envidiable, la temperatura del agua adecuada para vencer el riguroso frío, la cantidad de aguardiente ideal para no quemar la garganta, el azúcar y el limón en su punto, mientras atento no quería perderme ningún detalle de la anécdota solo distraía la mirada para asegurarme de exprimir las últimas gotas a la rodaja de limón  con la ayuda de la cucharita en la base del vaso de vidrio templado a fuerza de recibir agua caliente de la tetera. Aquella noche apacible podría asegurar que éramos los únicos que nos manteníamos despiertos en todo el pueblo por eso me llamó la atención las pisadas en el entablado del segundo piso del vetusto local del Champará que nos albergaba esas noches de marzo con lluvias y sin energía eléctrica por los deslizamientos del cerrro en  Tres Cruces. Mis acompañantes ni se inmutaron, con las piernas retorcidas como dos plantas de porojsho atornilladas al piso de tierra me dijeron que se trataba de “el flaco”, recordé entonces que mi padre siempre hablaba de ese personaje espectral con quien los champarinos habían aprendido a convivir.

“Pero este negro...”  continuó el tío Edver, insistente seguía con su tentadora propuesta: “ Mi prima María ni se va enterar…, ida y vuelta no más es, she….., Qué de malo tiene bailar un ratito? ….Mi enamorada Maruja va a ir con sus primas de Sihuas…. …. le dices que vas a regar tu chacra de parte abajo ….que el campo de turno te ha dado agua de noche …te cambias en tu tienda de la plaza … anímate she…tu eres de arranque flaco … De paso ves a los shajshas que tanto te gustan …yo tengo dos caballos bien aperados… ya te busqué  un peón para que riegue tu chacra … En tu alforja llevas tu terno …
Pónganse en mi pellejo, nos dice, agarrándose la cara y luego poniéndola en mentón esperando nuestra respuesta. Ya tenía la mía, y Mesias todo calmado envuelto en su poncho como gato cenizo se me adelanta: “No flaco déjame yo estoy feliz en mi pellejo”, reímos, me levanté para ir al extremo del patio, estaba terminando de regar el kikuyo cuando clarito oigo un silbido del corredor del segundo piso, estaba seguro que era “el flaco“apoyado en los balaustres celeste de madera. No le hice caso envalentonado con tanto gró. Hasta que me cayó un terrón en el hombro.

Al regresar zigzagueante busqué como los moscones la única luz que salía de la puerta entreabierta, al empujarla sólo la parte superior cedió y me dejó ver a don Arcadio Vallejos metiendo las botellas vacías de cerveza a su caja de cartón. “Ya va amanecer don Edver, mejor váyase, su amigo Eduardo ya no va a venir, con cuidado no más.”

Mientras con dificultad montaba el caballo, tomé conciencia que había sido víctima de una broma pesada del negro. Nunca hubo ni baile social ni nada, solo quería que lo acompañe por lo miedoso que era.

Bien al terno, sobre un caballo bayo de paso llano y bien aperado, en la calle principal de Aco y en Octubre, cualquiera que me veía podría pensar que era un corredor de la fiesta, solo que la hora - como las cuatro de la madrugada -  no era la adecuada. Al cruzar la lúgubre quebrada de Quillorón me reí de mí mismo. El frío castigador de Ecanca me obligó a cubrirme con el poncho que lo tenía de pellonera, pero el castigo era superior y bien merecido que lo tenía. Ya ni podía silbar. En la bajada el caballo emprendió el galope para entonces solo esperaba llegar antes que mi esposa se levante. De bruces el caballo se detuvo en “mal paso”, respiraba como toro chúcaro, su pisada nerviosa resbalando los herrajes sobre las lajas con pendientes orientadas hacia el abismo, hacían presagiar lo peor, me arrepentí de veras de todos mis pecados aferrándome a la montura y las crines. Llegando a Corongo se aclaró el día, crucé el río para llegar a tiempo a casa, pero fue demasiado tarde, cuando tambaleante descendí del caballo, María asomaba por la portada, con mi fiambre en su lliclla. No había dormido bien toda la noche pensando en cómo me estará yendo en Rirucantcha, regando melga por melga, la alfalfa para los cuyes, pensando en el frío de la madrugada, la oscuridad tenebrosa, hasta en la frágil linterna con mechero y rogando para que no me perturben el agua los regadores yacuchaplas de Añamara, por eso se quedó totalmente asombrada al verme mareado escondiendo mi vergüenza tras la corbata, difícil fue pasar por su lado agachado sin decir nada, esperando a penas quedarme dormido por mucho tiempo. La escuché comentar, con la ironía de los descendientes de Agapito : ¡Y éste… regador con terno…!

Artículo escrito por: Jorge Trevejo Mendez
Gracias Coqui por recordar a mi padre.

Post a Comment

0 Comments