ANEXO VI
En esta fiesta “El Rompimiento”, de fama legendaria, es donde las bandas populares en una de las noches de la festividad ofrecen su melodía enervante. Las devotas con un velón en la mano bailan su ensueño; parejas de disfrazados irrumpen al centro y se dan a la embriaguez de la danza.
Mujeres u hombres que garbean solos, apenas entrevén una persona de su gusto, de un jalón lo pone a su lado y trenzados en el ritmo y la intriga se entregan al torbellino del baile. Quizá por eso se raptaron a la Zarca y la Juliana. Borbotea el trago y el jerez o el anís del mono; uno que otro grito se apaga en el barullo o gime como un compás de la fiesta. Y miles de almas repletas en las calles ganadas por la melodía cumplen el rito. El claro de la aurora al amanecer ahuyenta a las parejas. En las aceras algún vencido aduerme su vértigo, mientras las devotas con el cabo del velón siguen delirando ritmos nostálgicos.
Parejas de enamorados y enjambre de jóvenes que se han dado la palabra o han sido raptados para venir a las fiestas se juntan en las esquinas al son de la música de los “chirocos” y asumen aires de pulcritud y las parejas forman ruedos y acicalan sus ritmos. Después hay un periodo de fuga y de ansiedad emotiva. La gente vuelve a sus parcelas o sus villas y aquí nunca paso nada. Algún osado galán que ha merodeado tras los grupos en pos de alguna belleza esquiva, de un manotón lo arranca de su pareja y carga con ella. El rapto tan sigiloso y audaz lo ha advertido el infortunado varón, como Atacho, que ha sufrido la pérdida de su amada. Y la música sensual y voluptuosa prosigue impertérrita urgiendo a la aventura y a la dicha. Corongo es una población crepuscular. Su plano sin declives, sus calles rectas y amplias, su rio cristalino, su Puente de calicanto, su plaza con portales le dan una fisonomía especial.
Luego está el Cerro de San Cristóbal y el alfombrado de Cochapampa, para solaz de las fiestas y corridas de toros y caballos. Por Caullo y Zincona la campiña se recoge y recorta. Por Ato y Ñahuin se esfuman y sirven de ruta al magnífico paisaje de la puna: un manto de césped tachonado de lagunas y nevados en la Pampa de Tuctubamba. La ciudad esta circundada por cerros rojizos decorados en mayo y abril por flores de nabo y amapola. Al sur este está el nevado del Champará, le presta su diafanidad y el sortilegio y sugestión de su belleza y lejanía. La cumbre argentada es señorial; sus bastos contornos, sus atrevidas aristas, sus enormes farallones y sus extensas faldas de armiño absorben la atención y dan vuelo a la imaginación y fantasía.
En esta reverberante superficie de cristal salpicado de cuarzo y granito hay el boceto gigantesco del escudo nacional que el ande ha esculpido con gajos de nieve. Por sobre las franjas de cobalto y grosularia flamean las banderas su dignidad; la llama luce su nívea silueta en un campo de lapislázuli y el árbol de la quina asienta sus raíces en surcos argentados. Fue en esta magnifica visión del paisaje que don Simón Bolívar en su paso por Corongo en 1824 concibió los lineamientos del Escudo Nacional Peruano y que se cristalizara por ley de 25 de febrero de 1825. Al Este de Corongo se levanta la cumbre de Clarin-Irca. En sus faldas floreció la Cultura Churtay. Clarin-Irca es un regulador cromático del paisaje: su falda occidental es roja y la arcilla aclara el escenario coronguino; en tanto que por la parte oriental es de pizarra negra descompuesta.
Tan rico vestido sirve para elevar el fausto del baile, ya que en el curso del ritmo las faldas ejecutan movimientos de abanico y el vuelo de las mangas flotan como alas, mientras la peineta lleva el compás de la música. Cada “palla” lleva uno o dos guardianas que custodian el tesoro de que esta adornado y con este respaldo se entrega a la armonía musical y da curso a su ansiedad con un primor estético indescifrable. Y baila su emoción y su quimera, su fantasía y su ensueño; y, su cuerpo encandilado da a recitar romanzas y poemas en las sinfonías de las líneas en floración y dádiva. Su facultad interpretativa y creadora se sutila y ejecuta en sus movimientos bellezas de formas y melodías rítmicas que son el trasunto de su exquisitez gracia y el alma de su delicado paisaje. Escena importante constituye el tocado y arreglo de una “palla”. Es una verdadera fiesta social. Vestir una “palla” es una justa artística, donde el buen gusto y la riqueza rivalizan. De este acierto y pericia ha de brotar el triunfo y ha de salir la airosa reina de las “Pallas”. De cuatro a cinco de la tarde del día 28 de junio se muestra a las modistas la profusión de alhajas y ropa acopiados; se escoge y elige la que más conviene y acomoda a la doncella, se consulta a los expertos y observadores especialmente invitados, se prueba y se ensaya una y diez veces hasta que la esbeltez y la soltura entonen con la apostura y Julio Olivera el movimiento.
Tras una laboriosa elección suntuaria ha quedado definido el vestido. Entre tanto ha llegado la hora de la cena y observadores y modistas en torno a la mesa comentan, auguran, vaticinan, brindan por el triunfo de su “palla”. Al final de los postres reposa la doncella y a las doce de la noche se le aplica un masaje con ungüentos tonificantes.
Mientras tanto se hace la aspersión cuidadosa de los perfumes en cada una de las prendas. Se inicia el vestido con un fervor y refinamiento de artífices. Ante cada una de las prendas la doncella se extrémese, su ansiedad no tiene reposo; sabe y presiente que su destino se acuna en el lustre y los pliegues de la ropa que poco a poco le cubren y lo transforman en una magnolia. Y un pudor de Virgen le acosa con aquel persistente escozor de desazón y madurez que hace aflorar los capullos y brotar el fuego de la pasión. Las modistas han dado fin a su obra maestra. Son las dos de la mañana y la música vernacular de ritualidad anuncia la danza del alba.
Una melodía de crepúsculo llena el ambiente y la “palla” sobrexcitada en el periodo del arreglo ingresa al escenario. Es en los salones y patios de la casa donde inicia los primeros pasos del baile y donde ensaya figuraras para empalmarlos con sonrisas y requiebros. Luego sale a la calle e ingresa a la plaza siguiendo el compás de la música y ejecutando movimientos estereométricos, concéntricos, esguinces inasibles y abstractos que le vienen del interior como un lenguaje plástico. Es una estatua melódica donde el movimiento se ha sublimado, al ritmo de “los Chirocos” y “Cajas Roncadoras”.
Es de esta competencia de donde va a salir la Reyna de las “Pallas” y las novias de los galanes. Y consientes de su destino se entregan las doncellas al vértigo de la danza con un fervor de pitonisas y un lujo de bayaderas. Ejecutan piruetas rítmicas, vuelos geométricos, movimientos lentos y cadenciosos que le dan gentileza y soberanía que adormecen y embriagan.
Julio Olivera Oré
Fotografías: Pallas y Panatahuas tomadas de la galeria de Raúl Egúsquiza Turriate
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