EL HORNO A LEÑA EN CORONGO

La década de los cuarenta del siglo pasado estaba en sus estertores finales, avanzaba lentamente el mes de agosto y los trigales maduros del cerro Llacllacán se mecían fuertemente por los vientos de la temporada. Doña Lina, la vieja comadrona, estaba en serios problemas, no podía con el parto de mamá, entonces mi tío Culla (Coronato) agarró su caballo y se fue a la era en búsqueda de la “Bruja” Ramos la más experta comadrona de la comarca quien estaba en plena faena, haciendo trillar el trigo.

Los hermosos granos de Barba Negra, Mentano, Florencia Aurora, Húngaro, Candial Blanco, Candial Negro, el Márquez se lucían al vigor de los caballos que trotaban sobre las espigas y los agricultores pedían a gritos: ¡Wera, wera! y con agudos silbidos llamaban al Dios de los vientos que cargado de furia soplaba la paja y dejaba relucir los maravillosos granos de trigo maduro.

Trilla

La señora Ramos bajó a caballo y se puso a trabajar en el parto y así pudo salvar a la madre e hijo; al fin pudo ella sonreír y dirigiéndose a mi madre le dijo: “Comadre, gllingo ha salido mi ahijado”.

Pasaron los años y a mi madrina Ramos ni la saludaba, porque me daba miedo; decían que era bruja; pero gracias a ella estoy escribiendo estas líneas del recuerdo.

Este relato es un homenaje a las costumbres de las familias coronguinas alrededor del horno a leña.
El trigo se llevaba a los molinos de piedra que funcionaban por la fuerza del agua, era una molienda lenta, así la gente se iba de dormida a los molinos cargando sus granos en costales y costalillos a lomo de burro, luego se tenía que ir a cernir la harina. Las tías Catalina y Trifonía Liñán tenían sus cernidores a manivela, donde se separaba la flor, la harina blanca (fina o áspera), la semitilla y el afrecho.

horno

En casa teníamos un viejo horno de adobes que entró en desuso, mi mamá contrató a don Félix Luna para hacer una nueva, don “Chichica” Félix colocó un soporte de adobes luego colocó madera, adobe de arcilla roja, arena y vidrio roto (de botellas de cerveza), luego preparó una mezcla de barro de arcilla roja (miticola) con media arroba de sal, azúcar y agua; esta mezcla sirvió para el empaste de la base del horno. Luego usó los adobes del horno viejo para armar el nuevo y completó la labor empastando la zona interna del horno con barro bien madurado, con mezcla de paja y arena. Dejó una boca grande de entrada, un desfogue del humo y otro para eliminar la ceniza.

Las tías y mi mamá se ponían de acuerdo para hacer pan, cada una preparaba en artesas de madera, su masa con debida anticipación, usando el concho de chicha o levadura, de tarde se traían los troncos y rajas de leña, además se colocaba hojas secas de eucalipto para el precalentamiento del horno, pasaban las horas el horno se ponía a temperatura ideal y las mamás iniciaban el tableado de los panes, bizcochos, roscas, panecitos de maíz, bambasas, semitas.

Mientras tanto primas y primos jugábamos manito, las escondidas (chinkapochi), chanca la lata, chicotito caliente y otros, luego nos metíamos a la sala para preparar nuestras masas bien tableadas en forma de cachanga y las colocábamos en la puerta del horno a manera de prueba del horno.

Cuando los panecitos estaban listos los enfriábamos a punta de soplido para devorarlos de inmediato, que delicia se sentía comer esas cachangas calientes, también hacíamos las figuras de preferencia en masa de pan, a mí me encantaba hacer sapitos y lagartijas (ullukush).

Luego venían las señoras con sus pañolones y sombrero de paja cubriéndose la boca, para evitar la torcedura del rostro por cambio brusco de la temperatura, arrinconaban los carbones calientes al fondo del horno, limpiaban con hojas de hierba santa el piso y tomaban la pala de madera para colocar los panes en un orden de cocción, cerraban la puerta del horno y esperaban la hora de sacar el pan con tertulias, chistes que atentamente escuchábamos. Cuando el olor a pan cocido invadía el ambiente tomaban la pala de latón y comenzaban sacar el pan caliente en canastas.

Amasado

El desfile de panes blancos con manteca llamadas tortas, el jatutanta (pan de mercado) sin manteca, las bambasas un pan de semitilla (cáscara fina triturada) con mezcla de harina blanca; raramente hacían pan integral que era un pan humilde de molido sin cernir y finalmente las semitas que eran de maíz molido con mezcla de harina blanca áspera, estas semitas a su vez eran dulces o saladas, con manteca o sin ella.

Las formas de los panes eran a gusto de las mamás en forma de cachitos, lagartijas, sapitos, wawas (muñecas), guanacos, palomas, rosas, platanitos o el solemne repulgado (ondas especiales alrededor del pan que ahora se siguen haciendo en las empanadas).

Los que cerraban el horneo eran los panecitos de maíz y los bizcochos, aunque nunca faltaba una calabaza (que llamamos en el norte chiclayo) que era el último en ingresar al horno ya casi frío y entre las brasa quedaba toda la noche, al día siguiente ese chiclayo era un dulce de primera calidad, para relamerse los dedos.

pan caliente

Como el horno era complicado y caro de calentar, algunas familias preparaban sus masas, hacían sus panes y cachangas en tiesto, el mismo tiesto que servía para tostar cancha.

Terminada la hermosa reunión familiar mamá colocaba en alto, los panes en ganchos fuera del alcance de nosotros, éramos pues muchos niños y se suponía que los panes iban a durar un par de semanas; pero la imaginación infantil no tenía límites; mi hermano Julito inventó un método fácil para robarnos los panes, agarró un palo largo y le daba un golpe seco en la parte baja de la canasta, luego de esta “tukshida” los panes salían saltando por encanto y nosotros los atrapábamos felices, siempre fuimos insaciables devoradores de panes hechos en horno a leña, a la antigua, eran por lo tanto irresistibles. Pobres mamás nuevamente tenían que programar una nueva faena de horneo porque el pan se terminaba antes de lo previsto, siempre.

Posdata:
Este homenaje es en primer lugar dedicado a mi madre que siempre nos colmó de panes, bizcochos, roscas, bambasas, semitas, panecitos con el enorme cariño de siempre. En segundo lugar a todas las tías de las tertulias, a las señoras que hacían panes para venta y un homenaje especial a los mejores bizcochos que he comido de manos de la tía Auristela Garay de Trevejo y la tía Julia Olivera de Armijo (herencia de su madre doña Etelvina Cortés).

Luego siguen esta labor las tías Julia Trevejo de Garay y Julia Méndez de Trevejo, también la tía Flor Olivera. De nuestra generación sigue esta escuela Anita Olivera Garay, pero claro en Corongo hay nuevas señoras inmigrantes que hacen honor al pasado como Teófila Román, de quién gustosos degustan en Lima sus bizcochos; todos mis hermanos, sobrinos y mis hijos en especial.

Gilbert Collazos
Foto: Trilla de trigo, tomada de la pagina de Ernesto Altamirano

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