El próximo 7 de Noviembre Ernesto Sánchez Fajardo cumpliría 83 años.
¿Cómo  empezar a hablar de Ernesto Sánchez Fajardo en las actuales épocas que  nos toca vivir?, ¿cómo intentar dar un énfasis  sobre su larga y variada  forma de asumir la vida y ponerla en relieve en estos tiempos?
En  suma, ¿cómo expresar un sentir respecto de todo el universo personal de  su actuación y trabajo sin caer en la omisión de hechos que con  seguridad moldean toda su integridad como artista, como ser social?
Son  muchas las preguntas que nos suelen asaltar cuando se trata de  reflexionar sobre la vida de un artista trascendente como lo fue don  Ernesto Sánchez Fajardo. Precisamente, estas interrogantes son las que  nos permiten pensar en algunos aspectos que desde muy niño alimentaron  nuestra reflexión sobre su vida dentro del camino de la música, la misma  que ahora deseamos compartir.
Lo  primero que recuerdo como inicial información sobre El Jilguero del  Huascarán se remonta a un hecho anecdótico que fue reiterado en mi  niñez:  mi hermano mayor, de quien recuerdo gustaba mucho de las baladas  en español y de las cumbias de los grupos de moda durante la década del  70 del siglo pasado, solía entrar a la casa cantando desde la puerta de  la calle una canción llena de coplas pícaras en letra y de ritmo alegre  que se haría muy conocida en aquellos tiempos; la canción que después  lograría identificar era:  “Carrito del Gobierno”.
Algún  tiempo después, la reflexión que tuve fue: ¿cómo era posible que mi  hermano, quien nunca escuchaba y cantaba huaynos, y que valgan verdades,  se encontraba muy lejos de cultivarlo, se vio tentado y movido de  pronto a aprender la letra y melodía de  una canción como la  mencionada?. Alguna razón debía existir.
En  ese entonces, mi sorpresa fue grande cuando buscando entre los discos  que la familia tenía y que se solían reproducir en aquellos tocadiscos  en forma de maletín pequeño, logré identificar al huayno que mi hermano  cantaba. Al escucharlo, misteriosamente las ganas se multiplicaron y  comencé a buscar más grabaciones de la pequeña colección familiar  para   prestar atención a quien en ese momento ya se me presentaba con nombre  propio: “El Jilguero del Huascarán”. Aquellas horas de audición  constante fueron el primer  momento de intimidad e inicial conocimiento  de su trabajo musical.
Sin  saber aún por aquellos días que el camino de la música me abrazaría  para siempre, debo decir con total sinceridad y admiración, que años  después reconocí  aquel momento como una revelación, que aquella primera  experiencia auditiva fue una mezcla de muchos sentimientos y el  descubrir de un conjunto de bondades  que ahora reconozco alimentaron mi  aprecio y gusto por este artista y por nuestra música tradicional  peruana, la misma que por esos años comenzaba a abrirse ante mis ojos y  oídos.
Trabajo y personalidad artística.
El  timbre de voz distinguido y con un brillo particular, viril e  inconfundible entre otras voces, la rica recreación auditiva que me  generaba la conformación de los diferentes instrumentos con los que  solía realizar sus grabaciones, los colores que pintaban en la  imaginación el sonido de las voces femeninas, y en otros casos mixtas,  de los coros que acompañaban sus chuscadas y huaynos de esencia  tradicional, se convertían sin duda en una nutrida información sonora  que de manera distinguida alimentaban nuestro gusto musical. Poco tiempo  después, quedamos aún más cautivados por los cambios en los formatos  propuestos para el acompañamiento de sus canciones, a saber, pasando  desde de su modo interpretativo personal realizado con Guitarra en mano,  la misma que llevaba la línea melódica de la canción entonada,  con la  consiguiente afinación o temples tradicionales que le impriman un  carácter poderoso y de personalidad artística regional inconfundible,  para luego  pasar a escuchar su trabajo en otras conformaciones de  orquestación, tipo estudiantina -Violines, Guitarras, Mandolinas,  Quenas, Acordeón, Etc.- las que eran acompañadas por las inconfundibles  palmas que repiqueteaban las alegres fugas sumando alegría sin igual.
Después, y  con mayor sorpresa aún, resultó conmovedor identificar en sus  grabaciones su canto acompañado por las tradicionales  “Roncadoras”  (Pincuyo y Caja)…y ese “Te – tumbo – te tumbo-…”  de su hondo percutir  que llegaba a estremecer desde el estómago hasta el pecho.  Como si esto  no bastara, redondeaban su variada producción, el atrevimiento y la  virtud de llevar imaginariamente la algarabía y colorido de las plazas  pueblerinas, de las fiestas costumbristas celebradas en las  callecitas  inclinadas de nuestra serranía, al surco de un disco, cuando se hacía  acompañar por las Bandas de Metales a ritmo de trompetas, bajos,  redoblantes y bombos. Todo esto, nos hablaba de un artista lleno de  ingenio y atrevimiento que trabajaba con pasión por nuestra música  nacional.
Sin  duda alguna, identificar toda esta rica variedad de expresiones en el  trabajo de Ernesto Sánchez Fajardo fue el alimento insoslayable que nos  invitó a reflexionar desde hace muchos años sobre la trascendental obra  de este artista nuestro.
Puedo  decir hoy en día, con seguridad, que el canto y forma de asumir su  trabajo artístico, con ese variado colorido musical que derrocha  esfuerzo e imaginación, se constituyeron en un conjunto de bondades que  en lo personal, me resultaron difíciles de ignorar, y hay que decirlo,  incluso para  muchos otros, quienes como mi hermano mayor, estaban lejos  de acercarse a un huayno de esencia tradicional.
¿Por  qué me permito expresar estas reflexiones? Pues porque desde mi sentir,  llego a la conclusión que ningún otro artista de origen andino como el  Jilguero del Huascarán ha realizado su trabajo con tanta variedad de  expresiones y apelando a los diferentes formatos de acompañamiento  musical como los realizados en sus grabaciones,  los mismos que hasta el  día de hoy, nos brindan una recreación auditiva que identifico como una  permanente invitación (aun desde un estado inconsciente)  a multiplicar  y enriquecer nuestra capacidad perceptiva,  y sin duda alguna, nuestra  sensibilidad; en sus expresiones, como las podemos encontrar en otros  tantos lugares de nuestros pueblos del interior, encontramos el abono  que alimenta nuestra información e imaginación y nos permite   identificar a plenitud lo que alguna vez escuché decir a un grupo de  amigos pintores: “los colores de la música” que pueden caracterizar el  repertorio de una región determinada.
Todas  estas bondades que ahora pretendo describir en alguna medida, sólo  pudieron ser realizadas por un ser de espíritu inquieto, con especial  dedicación y celo por su trabajo, y en virtud a su legado musical, por  una persona poseedora de una gran amplitud que sentimos caracterizó sus  concepciones estéticas para asumir su trabajo musical  dedicado a su  tierra, al Perú. Identifico en El Jilguero del Huascarán un carácter  innovador y con un irrenunciable amor por su pueblo, por sus paisanos,  los que se convirtieron en motor constante de su inspiración.
 Algo  que debemos resaltar, es que más allá de su  labor como músico,  cantante y compositor, identificamos  también en El Jilguero del  Huascarán al ser social, al que supo entender que la condición de  asumirse como Artista (con mayúsculas) no tenía por qué estar desligada  (y tal vez no tiene porque estarlo nunca) de su condición de hombre, de  ciudadano, de persona que vive y habita en una sociedad determinada, sin  pasar por alto fenómenos económicos y políticos, conflictos, urgencias,  necesidades, exclusiones, marginaciones, sentimientos de indignación,  afectaciones a la dignidad humana y justas denuncias que revelar, hechos  que El Jilguero del Huascarán los hizo suyos sin renunciar –es lo que  siento – a la esperanza por mejores tiempos; de él recordamos siempre  aquella frase que se eleva como una especie de himno de fe con la cual   termina una de sus canciones de compromiso: “Arriba, Arriba, patria querida y los peruanos de corazón, no permitamos la mala vida, la mala vida de la nación”, que junto a tantas otras canciones nos hablan de un cantor comprometido con su tiempo.
 Es  en estos rasgos del hombre, de aquel que poco a poco supo ganarse la  admiración y aprecio de miles de personas llevando el canto de su pueblo  como arma de trabajo, que ahora deseo reflexionar.
El entorno social.
 Hablar  de la Vigencia del Jilguero del Huascarán en estos tiempos es hablar,   tal vez sin habérnoslo propuesto, de una invitación a la reflexión  constante sobre el devenir  histórico de nuestro quehacer musical, una  invitación a reformular los conceptos del llamado “sentido común”, a  repensar  nuestra experiencia reciente para decirnos a nosotros mismos:  ¿Cuánta falta nos hacen hoy en día contar con cantantes y  compositores  que no sólo convoquen a miles de personas, o que llenen  plazas y locales semana a semana, sino, y por sobretodo, -contar- con  personas, Seres Humanos, que puedan abrazar junto a su trabajo musical,  la necesidad de mirar a la patria,  a sus habitantes de vida sencilla,  alimentarse de sus vivencias para de esta forma sentir con elevada  emoción el compromiso de cantarle a sus paisanos?. ¿Cuánta falta nos  hacen aquellos que asuman  en su canto las necesidades y urgencias de  sus compatriotas, sus alegrías, sus inocencias cotidianas, la picardía  traviesa de su idiosincrasia, y  asumir también a voz en cuello las  denuncias que surgen de una sociedad agrietada por gruesas diferencias  sociales?,  ¿cuánta falta nos hacen artistas que le canten a sus  hermanos sin traicionar  los ritmos,  cadencias y  los  estilos que  habitan en la memoria colectiva que caracterizan a cada uno de nuestros  pueblos?, ¿cuánta falta nos hacen artistas que no sólo se conformen con  reunir a miles  de ensordecidos bailarines, sino que se comuniquen  adecuadamente con ellos y lleven en su canto la reflexión necesaria y  hondo sentir  por los problemas que puedan aquejar a sus pueblos, o su  vida  cotidiana?.
En  los últimos tiempos, hemos asistido a fenómenos de uniformización y  producción en serie de expresiones estéticas que amalgamadas con el  negocio de la venta masiva de cerveza –hay que decirlo-  vienen dando  como resultado la producción de formas musicales en serie, acompañadas  de letras en su mayoría “autodesangrantes” y con sobreestimaciones al  consumo del  alcohol, en suma: propuestas que estimo se muestran como  insustancialmente colectivas en casi la totalidad de los casos, de  rítmica y arreglos pobres que no exhiben o distinguen características y  estilos regionales  -la cantante de Cajamarca, la de Huánuco, la de  Cuzco,  etc. todas ellas quieren tocar y cantar igual, bajo los mismos  patrones rítmicos y formatos porque es lo que asegura el éxito  comercial  el mismo que lamentablemente va encadenado al mediatismo  existente-,  expresiones que se han limitado a exaltar y justificar su  éxito en las grandes cifras monetarias que arrojan semana a semana sus  presentaciones. Este fenómeno, sin duda, se ha constituido en un éxito  comercial impresionante de elevada rentabilidad sin precedentes en la  historia nuestra.  Y por otro lado, contamos también en escena con la  presencia de jóvenes músicos de origen serrano o andino –en muchos casos  poseedores de un gran talento y virtuosismo- quienes como sello común,  incorporan a sus presentaciones posturas y ademanes interpretativos  foráneos, como deslizando la idea que mientras menos te parezcas a los  tuyos, estarás en el camino del éxito, es decir, la despersonalización  como arma para el “reconocimiento”, aunque esto no siempre sea cierto.
Es  claro que los últimos, caracterizan a una época en que oficialmente se  exalta y elogia como virtud el “éxito individual”. El concepto de  “persona exitosa” y “Número 1”, se constituyen hoy día en los derroteros  y nuevos paradigmas. Lamentablemente, en ese camino también hemos visto  cómo se puede recurrir a todas las armas posibles y hasta la conducta  desaforada o indigna, para alcanzar la tan ansiada denominación de  “Número 1.”
En  una mirada de orden mundial, el fenómeno de la Globalización con sus  connotaciones económicas se convierte en el sustento teórico que da vida  y alimenta esta realidad. No obstante las bondades que de estas épocas  –de la llamada globalización- podemos  rescatar -como la multiplicación y  velocidad de las comunicaciones y la masificación del acceso a la  información en todos los ámbitos del conocimiento-, a contraposición,  esta también ha traído consigo el  resquebrajamiento del respeto a las  particularidades, a los rasgos distintivos, a la diversidad de  expresiones y al respeto y consideración que nos debe merecer el derecho  a la cultura propia. Pareciera que los criterios de producción en serie  y los estándares establecidos en los procesos de producción industrial,  pretenden ser trasladados mecánicamente para interpretar la variada y  compleja realidad social, vendiendo la idea de “poner precio” a todo  cuanto existe y hacer vendible todo cuanto se encuentra a nuestro  alrededor, agrediendo en este camino, por ejemplo, a las reservas y  recursos naturales vitales para la subsistencia del hombre, pues  finalmente, todo se mide en función a la maximización de las utilidades  y al éxito comercial de un proyecto.
En  ese camino, sin duda alguna se afecta  la realidad de países que como el  nuestro se constituyen en fuente de una rica herencia cultural, tan  diversa, como tan ignorada en la mayoría de los casos. El respeto a la  diversidad, el derecho a una cultura propia, a educarse y formarse,  disfrutar y acceder al goce estético de nuestras expresiones y fomento  de estas, por lo menos, no sintoniza con estos modelos económicos que  pretenden imponer sus postulados desde ciertas metrópolis como una  verdad absoluta. En ese sentido, son muchos los ejemplos de agresión e  intolerancia que existen en el mundo, desde la agresión de la gran  minería a la vida y al entorno natural, hasta el bombardeo de ciudades  enteras por el “pecado” de sus poblaciones de asumir conceptos de vida   diferentes al del mundo occidental, y sin ir muy lejos, hasta creer y  hacer apología de que existen ciudadanos de “segunda categoría” o  “perros del hortelano” en el interior de nuestra patria,  porque cometen  el pecado de oponerse a que sus ríos (que son sus carreteras), su  entorno, sus tierras de cultivo, sus espacios de vida, sean agredidos y  privatizados con el tóxico humo de la modernidad que no consulta, que no  considera al otro, que soberbia y prepotente pretende enseñarnos a la  fuerza lo que es el “desarrollo”.
 Vigencia del canto de El Jilguero del Huascarán
 Entonces, acude nuevamente la pregunta y con ella la reflexión que mencionamos al inicio de este artículo:
¿Cuál es la vigencia cultural de El Jilguero del Huascarán en estos tiempos que transitamos?.  Creo  con sinceridad que dicha vigencia se expresa en la necesidad que hoy en  día tenemos de contar con espíritus inquietos que en su quehacer  cargado de ingenio, nos recuerden como El Jilguero del Huascarán que hay  que mirar respetuosamente a nuestros pueblos, que nos recuerden la  necesidad de cantar con nuestra propia voz, de comprender la risa y  llanto propios, que nos ayuden a  revertir un dolor, una adversidad, o  simplemente, reflexionar sentidamente por la herida que nos causó el  amor que se fue; pero también, que nos recuerden la necesidad de  entender la rica variedad y colorido de nuestras expresiones musicales y  rescatarlas del sometimiento al criterio exclusivo y uniformizante del  negocio interesado.
Siento  que en estos tiempos en los que actuamos sin mirar al otro, nos hace  falta alguien que masivamente nos recuerde aquella “rosa roja que nos  colgábamos en el pecho el día de la madres”, tradición bella que quién  sabe por qué motivos dejamos en el olvido; alguien que nos devuelva la  necesidad de saber que hay que cantarle a la patria, a los pueblos con  nombre propio, a los precursores de nuestra peruanidad, a los héroes  dignos de recordación. Creo que es necesario que en estos tiempos  podamos tener trabajadores del arte que miren de frente a la patria, que  no se cieguen por ser los “número 1”,  que su canto nunca renuncie al  mensaje que nos haga conscientes de lo que vivimos, que nos enseñen que  el cambio no significa deshacernos de todo lo  anterior, sino asimilación, para aprender de él y avanzar con respeto  por lo que fuimos y seremos. Nos hacen falta almas de artistas populares  innovadores, inquietos, lúdicos si se quiere, que a su vez muestren  respeto sincero  y  amor por nuestras expresiones. Cantores, cantoras  que nunca dejen de sentir la necesidad de seguir estudiando, de ser  mejores para retornar nuestro trabajo nuevamente al pueblo de donde se  vino  y se aprendió, hacer tangible lo que nuestro César Vallejo nos  dijera, que “todo acto o voz genial viene el pueblo y va hacia  él”;  espíritus que convoquen, que hablen con igual cariño y respeto de otros  pueblos como el propio donde se nace; que sientan la necesidad de tomar  militancia política o gremial para luchar por lo que se observó y  aprendió cantando de pueblo en pueblo.
 Hoy  más que nunca necesitamos a quienes sientan el dolor del que sufre como  si fuese propio, a quienes usan su propio trabajo como arma de combate  para no perder la esperanza por un mundo más justo y solidario, como  considero lo hizo el Ernesto Sánchez Fajardo “El Jilguero del  Huascarán”.
“Ernesto  Sánchez Fajardo, desde que tu infantil espíritu inquieto te ordenó  desde lo más hondo salir a caminar por el mundo, de pueblo en pueblo,  aún a costa de alejarte de Papá Emilio, una constante de enseñanzas  te  prodigó la vida: te hiciste obrero de campo y viviste en carne propia la  explotación del caucho.  Tiempo después, te ganaste la vida como  ayudante en el mercado de frutas y también cantando y vendiendo luego  los cancioneros que te permitían salvar el alimento del día.  Al poco  tiempo, pasaste a trabajar formando parte de las grandes  compañías de  música como danzante, músico y cantor,  abriendo tu senda de artista. En  ese camino, no dejaste de lado la necesidad de aprender siempre más y  te hiciste multiinstrumentista, sentiste que debías estudiar nuevas  técnicas de canto, teoría musical y lo hiciste, aun así, no abandonaste  nunca ese perfil que permitía identificarte como cantor popular, título   que con orgullo llevabas como bandera.
Tus  virtudes fueron las armas de tu alma que hicieron de ti un cantor  querido, admirado, y hay que decirlo, consagrado como pocos a pulso de  trabajo sin pausas.  Pero en ese camino, con seguridad  también  estuvieron presentes los golpes de la vida, los desaciertos y  errores, todos ellos, sumando a lo que fue tu integralidad como persona,  porque finalmente y después de todo: somos  seres  humanos y nada  humano, nos es ajeno. “
En  estos tiempos, siento que la voz de “El Jilguero del Huascarán” cobra  vigencia por todo cuanto ahora hemos tratado de reflexionar, que laten  con fuerza sus esperanzas y espíritu inquieto en cada hombre de buena  voluntad, en cada grito de indignación, en cada paisano que no traiciona  y se siente orgulloso de su tierra, en cada artista que viste con  orgullo los colores de su tradición.
Siento  que en estos tiempos sigue vigente su ejemplo de artista popular que  admiraba y respetaba la multiculturalidad del Perú, esa que hoy se  pretende agredir. Siguen vigentes sus versos de amor por aquellos seres  que nunca olvidó.  En ese andar, fue condecorado y los mayores éxitos y  reconocimientos también golpearon su puerta –  fue el primer artista de  origen andino en recibir el “Disco de Oro” por record de ventas-,  luego  fue elegido Congresista Constituyente de la república desde donde  propuso leyes para dignificar la labor de los artistas y en favor de  nuestras culturas, y en medio de todo esto, siguió siendo reconocido por  su labor y celo dentro de la difusión de nuestra música tradicional. 
Recordado  Jilguero del Huascarán,  al conmemorarse un aniversario más de  tu  nacimiento, siento que estás presente en ese poncho y sombrero que nos  evoca la lucha justiciera de Luis Pardo. Siento que sigue vivo aquel  silbido melódico, travieso y atrevido en quienes te seguimos escuchando  con cariño, respeto y admiración, como con seguridad te recuerdan con  profundo amor “la bollito”, “la coquito” y “Marujita”, aquella rosita en botón de la primavera  que acompañó tus días, o el grupo “cambalache” en pleno, quienes junto a  tu pueblo, alimentaron tu sentir de hombre, de artista.
Sin  duda, el canto y la obra musical de El Jilguero del Huascarán sigue  vigente, lo hemos visto y escuchado en los músicos y cultores honestos  de nuestra capital y del interior de nuestra patria que no renuncian a  ver a nuestro suelo limpio y esperanzado en mejores tiempos. En los que  estudian con responsabilidad y seriedad nuestras culturas, en los que  llaman a las cosas por su nombre, sin eufemismos, ni generalidades que  confunden. Ernesto Sánchez Fajardo, hoy aún se escuchan tus canciones en  los sindicatos, en las universidades, en las fiestas pueblerinas, en  las universidades, también en los Bares y Centros Culturales, en las  celebraciones familiares y hasta las bandas de rock también musicalizan  tus canciones haciendo suyo tu trabajo,  y como expresión de elevada  belleza, estás presente en los coros de niños que desde las escuelas  iniciales hemos visto que te rinden homenajes, adoptándote como un padre  o un abuelo cultural. En todos ellos, tu legado junto al de otros que  le cantaron con honestidad a nuestra patria, está vivo y latiendo en el  corazón de nuestros pueblos.
(*) Ponencia  realizada en el conversatorio: “Vigencia Cultural de un Cantor Popular:  El Jilguero del Huascarán”, realizada en la Biblioteca Nacional del  Perú. Lima/2010.
 (**)Fotos pertenecientes al archivo fotográfico de la Sucesión Sánchez Fuentes.


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