Guitarras en noches coronguinas...

Llegada la noche después de cenar en casa salíamos a la esquina de la calle de nuestro barrio de San Cristobal en busca de los amigos para jugar a las “escondidas” antes de irnos a dormir; iniciado el juego buscaba algún escondite tratando siempre de estar en el mejor lugar para no ser encontrado fácilmente, la puerta de algún zaguán de la casa de los vecinos solía ser un sitio seguro para ocultarnos, transcurría a si los momentos de diversión propio de nuestra edad tan solo con la preocupación de no ser encontrados fácilmente, entretenidos y en silencio salvo los gritos del que busca por haber descubierto alguien en su escondite se llega escuchar de un momento a otro el sonido emitido por instrumentos musicales por allí cerca de donde nos hallábamos, despertando la curiosidad de averiguar el origen de tan bellos acordes logro observar en medio de la penumbra del farol de la esquina que su iluminación languidece, a un grupo de muchachos que ataviados con sus ponchos de color habano, chalinas al cuello y sombreros de paño para contrarrestar el frio de la noche se encontraban iniciando con guitarras y mandolinas un concierto musical interpretando melodías y canciones del acervo musical ancashino dándole calor al corazón y el alma en la fría noche de nuestro pueblo.

Salgo de mi escondite y me acerco al grupo de guitarristas sin atender los reclamos de mis amigos que me pedían que no abandonara el juego, haciendo yo caso omiso a sus reclamos pues la curiosidad era mayor por querer saber la forma en que eran ejecutados los instrumentos para arrancarle tan hermosas notas musicales, me voy acercando un poco temeroso de ser rechazado y estando cerca ya escucho el bordonear de una las guitarras, ejecutado por los agiles dedos del muchacho que lo toca haciendo que abandone totalmente del juego y preste toda mi atención al grupo.

Busqué una ubicación cerca a ellos y me pongo a sentir allí el vibrar de las cuerdas de los instrumentos en inédita audición que mis oídos escuchan. Siento que han despertado las fibras más sensibles de mi ser pues nunca antes había estado allí al lado de los ejecutantes de los instrumentos musicales. Es un concierto de canciones que interpretan que me hacen disfrutar del variado repertorio y no deseo abandonar fácilmente el privilegio de mi lugar.

Han transcurrido algún tiempo ya cuando escucho que de casa me llamaban para ir a dormir “porque ya es tarde para seguir en la calle” me dicen y empiezo a alejarme un poco entristecido pero a medida que avanzo sigo disfrutando del sonido de los instrumentos de cuerdas que poco a poco se va perdiendo en el aire por la distancia que me va apartando de ellos. Pasan varias noches y nosotros siempre entretenidos con nuestros juegos en la calle del barrio, pero atento yo si en algún momento llegan a reunirse los guitarristas en el poyo de la esquina para una nueva sesión musical y poder correr en busca de una ubicación para disfrutar del momento que alegrara nuestros ser con el vibrar de las cuerdas.

El fin de semana ha llegado y la noche se hace presente ya cuando por la esquina veo que merodea Rubén con una guitarra en la mano me acerco a él y le pregunto si esa noche tocaran nuevamente y el que ya iniciábamos una amistad en la escuela, me da una respuesta afirmativa y al notar él mi curiosidad e interés por tanta pregunta que le hago me invita a quedarme con él en espera del resto de muchachos que “no deben de tardar en llegar para guitarrear un rato”.

Han transcurrido algún tiempo cuando comienzan a hacerse presente el resto de jóvenes, cuento a los que iban llegando y veo que hay dos guitarras, una mandolina, una quena, juntos ya empiezan a intercambiar sonidos que le arrancan a sus instrumentos y al cabo de un buen rato de interminables correcciones en el templado de sus cuerdas que para mis oídos están ya sonando bien pero ellos seguían inconformes hasta que escucho con un poco de impaciencia que han quedado al fin afinados al mismo tono para poder iniciar la sesión de música y sueltan los primeras acordes mi corazón se acelera palpitando de alegría por la casi perfecta armonía que se escucha en el vibrar de las cuerdas acompañando a la mandolina y la quena que lloran de tristeza por el amor no correspondido rompen así la monotonía de la fría noche del cielo estrellado y límpido de nuestro pueblo.

El alumbrado de la calle que languidece de tristeza tal vez porque ya no pasan los jóvenes amantes por las frías veredas de la calle parecen revitalizarse con las melodías que viajan por el espacio hasta el infinito porque el autor de la nueva canción en ejecución y cantada por Pablo habla de la nostalgia que se siente al encontrarse lejos del terruño que le vio nacer.

Después de entonar varias canciones hacen una parada para descansar y hacer algún comentario si alguno de ellos desafino o corregir alguna entrada fuera de los tiempos que deben de tener para no desentonar aprovecho la oportunidad de pedir a Rubén que me preste su guitarra porque me moría por tener entre mis manos una por primera vez acto que me concede con las recomendaciones de tener mucho cuidado de no golpearla imito la posición que se tiene para tocar este instrumento y trato de rasgar las cuerdas y me pregunto si algún día podre ejecutarla como ellos lo hacen.

Las faenas diarias en los campos revitalizaran las energías con los alimentos ahí cultivados, pero llegada las noches volverán a vibrar las cuerdas de las guitarras en cualquier esquina de las calles coronguinas para alegrar el corazón y el alma por más oscuras y frías que estas sean. Porque siempre habrá muchachos dispuestos a seguir la tradición musical cultivada por generaciones que los antecedieron.

Integrantes del Centro Folclórico Cultural Champara Corongo
 

Por: Samuel Nieves Reyes.

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