El dia que conocí el hielo...

Por: Jorge Trevejo Mendez

“El coronel Aureliano Buendía recordó frente al pelotón de fusilamiento el día que su padre le llevó a conocer el hielo”, abruptamente interrumpió Juan la lectura y cerrando el libro que le había prestado la profesora Kichu, nos interrogó algo arrogante: ¿Quién de ustedes ha agarrado el hielo de nuestras montañas?, el silencio y nuestras miradas se entrecruzaron y en el aula del tercero de secundaria del San Pedro de Corongo, parado frente a la pizarra “En Junio hemos traído de la puna para hacer helados y venderlos en la fiesta”, Desde el Champará?, preguntó alguien. No, desde las montañas que nacen en Tuctubamba, respondió jactancioso, dejando definitivamente el libro al borde del pupitre, con un brillo inusual en los ojos nos propuso: Y si vendemos helados en la fiesta de Setiembre para la promoción?, buena idea dijo Pepe, para ya no ser la promoción cachanga, ja, ja. Nos olvidamos de García Márquez y en el acto planeamos el viaje, entusiasmado por llegar a los nevados y agarrar el hielo me apunté, te encargas el aceite para freír la carne que llevará Nilo sentenciaron, y no te olvides del anisado para soportar el frio. La experiencia de Juan en estos viajes y sus conocimientos de cocina garantizaban una experiencia sin contratiempos. Con todas las ilusiones no dormí nada y puntual estuve sobre mi caballo chuno a las 4 de la mañana en la esquina de doña Cata, Aníbal nuestro compañero de San Juan ya me esperaba con su potro brioso flor de habas, Juan y Nilo arriaban más de 10 burros de carga con sus aparejos y reatas que sujetaban los costales de lana llenados a medias con boñiga y aserrín para proteger la carga que le extraeríamos a las montañas.

Cuando la aurora apenas nos permitía reconocer los rostros llegamos a Yacu ishquimoj, Juan me mostró una suerte de kilométrica serpiente que escondía su cola entre las lúgubre laderas, este es el canal de ocshamarca, me comentó, cuando salga agua por acá aumentará el caudal del rio Corongo. Mi mirada se la tragó la quebrada de Jonte pajtsa y las sementeras de Hualla. Nilo hurgaba en mi alforja, invita un traguito she, hace mucho frio, diciendo. Sírvete nomás pero invita a todos. Bueno, de la toma corre el agua, yo primero, salud. Y ni bien tomó el primer sorbo un sonido gutural nos asustó, ¡Agggg!,!Me tomé el aceiteeee, sheee!. Todos soltamos la risa.

Cuanto reiniciamos la marcha el purgante ya había surtido efecto y Nilo nos pidió que tomemos la delantera. Cuando llegó a la puna luego de una larga espera sobre un burro como costal de papas, tenía el rostro blanco como el Champará, cuya fantasmal mirada atemorizaba desde atrás. ¡Para el desayuno un lomito al estilo Juan!, nos frotamos las manos de impaciencia y hambre. Pero vaya sorpresa, tenía que ser Nilo, el kerosene de su primus se derramó sobre la carne y era imposible comerla. Así con un enfermo y de hambre continuamos la travesía hasta Bandera irca y Okopito. El “aquicito nomás” de Juan nos ponía más impacientes y cuando se detuvo al pié de una montaña rocosa negra con manchas blanquecinas su rostro de desconcierto me preocupó. ¿Qué pasa? Le pregunté. ¡Esto es muy raro! Susurró ¡la montaña se ha escondido el hielo!, y mirándonos fijamente nos increpó ¿quién de ustedes a avisado en su casa que viene a sacar hielo?. ¡Yo! le dije en un arranque de sinceridad e ingenuidad. ¡Cómo se te ocurre, a sacar hielo se viene sin avisar, sino la montaña se lo esconde!

Desconcertado y con enorme cargo de conciencia les acompañé sin éxito por toda la puna, me impactó la laguna de Piticocha que pertenece a Conchucos, daba la impresión que con un resbalón del caballo terminaríamos en las profundidades de sus aguas oscuras y tenebrosas. Cuando divisábamos unas manchas blancas entre los picachos, corríamos con Aníbal a comernos el hielo como raspadilla. Ese hielo no sirve para llevar nos reprochaba Juan. Cuando decidimos volver, una mangada nos mojó hasta el alma, mis quinceañeros pulmones, no acostumbrados a estos desmanes, no dieron mas, llegué a Corongo y caí en cama. No pude acompañarlos a la segunda expedición que emprendieron a la cordillera de Pajra. Beto y Toribio me remplazaron, ellos sí trajeron hielo. Rosa e Hilda vendieron el helado imperial en Cochapampa que hacían con una maquinita que se movía a manivela, lo prepararon con leche y huevos que proporcionó Gudelia desde Cusca.

Luego de muchos años, los estudiosos del calentamiento global determinaron que el proceso de retroceso de los glaciares se inició por aquellos años que decidimos traer hielo de nuestra montaña que es, o mejor dicho era, una cordillera nevada. Hace años que ya no hay hielo en Okopito. Sentí un gran alivio saber que yo no fui el único responsable para no encontrar hielo. Hay responsabilidad compartida.

Recuerdo siempre esta aventura cuando recorro las cordilleras que cada vez tienen menos hielo, o cuando me encuentro con mis compañeros del colegio de Macondo, que diga Corongo, total, igual da.


Jorge Trevejo Mendez

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