La bodeguita de Rampuchcu

Las tardes monótonas de las horas del colegio eran remplazadas después de la salida por momentos felices de diversión, aumentada por las rivalidades formadas en horas y horas de confrontación para demostrar las habilidades en sanas competencias por sobresalir en el manejo de las palancas del fulbito de mesa que alquilaba Rampuchcu en el corredor del patio de su bodega, pequeño negocio con clientela estudiantil exclusiva que para alegrar el ambiente y a modo de bienvenida ponía en su viejo tocadiscos a pilas “Los Sabanales”, agradable cumbia colombiana repetida en infinidad de veces para su deleite, siempre y cuando los jugadores  estén entretenidos con las manos en los manubrios de la mesa de fulbito.

Se hacia el deposito respectivo de la moneda de un sol  en la alcancía de la máquina de diversión por cuyo valor soltaba los pequeños balones hacia la cajuela de servicio, que era iluminado con la blanca luz de la zumbante lámpara Petromax colocado estratégicamente en algún rincón alto de la bodega para vigilar a los rivales de turno, que en reñidas partidas no había cuando terminen de jugar, es que casi siempre están haciéndole trampa a los mecanismos de la mesa para que los balones no queden atrapados en sus entrañas a la espera de una nueva moneda que suelte las trabas en el interior de la máquina. La alcancía está vacía por haber recibido tan solo la moneda para el inicio del juego y pese a ello va ya unos quince minutos de continua competencia entre Palmera y Mancho ante el reclamo ya aireado de Bedoya y el Pato que esperan su turno y que Rampuchcu ha descuidado el control de los depósitos de las monedas a la maquina por atender las ventas de su bodega, preparando una tanda de gro pedido hecho por algún cliente nocturno para calentar el espíritu de la noche fría coronguina.

La tetera de agua tarda en hervir porque la boquilla del primus está un poco sucia y el fuego es bajo pero que al cabo de unos minutos de espera está listo para prepararla, se servirá y será el motivo para iniciar algún animada charla con él, que también es un conversador entretenido de las ocurrencias sucedidas en la jornada diaria, mientras saborean un sorbo corto del humeante gro. 

Palmera, Mancho, Chuyuc, Rubén, Shamuco, Bedoya, Iver y el Pato Campomanes asiduos concurrentes a este pequeño rincón de desahogo y relax estudiantil podían haber cambiado de opinión y el reto de último momento era dirigirse a la mesa improvisada para jugar “veintiuno”, juego de naipes con apuesta monetaria y que todos anhelaban hacer el mejor “pozo” de la noche con la repetida frase “casa gana” y le despojaban de las monedas que hasta ese instante eran del apostador por el dueño de “la casa” que tampoco se libraba de ser despojado de “la casa” si alguno de los jugadores tenía un “has visto” y que todos los demás ponían sus apuestas al dueño del buen punto hasta cubrir lo acumulado en mesa y una vez que este decía “plantao” sin pedir ninguna carta más, era seguro que la carta tapada era un diez que hacia el veintiuno perfecto y la carta de “la casa” que no era un buen numero, era la pérdida total de “la casa” que hasta ese instante había hecho un buen pozo de monedas y se ilusionaba con hacer una pequeña fortuna a costa de “los incautos”, expresión lanzada como grito de guerra para desmoralizar a sus contrincantes.

Fácilmente se podía pasar de la alegría a la tristeza en las noches inolvidables y divertidas en la bodeguita de Rampuchcu porque al cabo de algún tiempo alguno de ellos habían perdido las monedas que seguramente no lo obtuvo fácilmente cuando en casa ya saben que “cajonea” en el negocio familiar, por el soplo del hermano menor que lo encontró con las manos en la caja del mostrador.

Muchas veces también en alguna noche al acercarnos a la bodega en busca de diversión y podíamos encontrar a Rampuchcu escuchando en el viejo tocadiscos algún paso doble instrumentado interpretado por el Conjunto Libertad Santiago de Chuco era casi seguro de que se había puesto nostálgico seguramente recordando algún amor no correspondido que lo atormentaba.

Las noches frías después del colegio la sabíamos hacer divertidas siempre pese a las limitaciones que pudimos haber vivido en aquellas épocas de la edad de oro de cada uno, sin más tecnología que la de tan solo con un viejo tocadiscos a pilas. Que también nos brindaba su bulla en las fiestas organizada de algún cumpleaños y que Rampuchcu se encargaba de amenizar con sus viejos discos de vinil.

Nunca nos faltó momentos de sana diversión en los momentos indicados para ello.


Juanito Olivera Garay "Rampuchcu"

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