Don Manuel Armijo

Articulo enviado por Samuel Nieves Reyes

Una de las tradiciones provincianas del Perú profundo enraizada como actos de devoción por los coterráneos residentes en las grandes urbes, es la vuelta anual que muchos de ellos hacen como un acto de devoción y fe al santo patrón de su ciudad de nacimiento, que no puede ser pasado por alto, más si van logrando el bienestar económico a punta de sacrificados esfuerzos muchas veces privándose de vanidades que la vida le da a muchos otros paisanos.

La llegada de junio mes de festividades patronales anuales en honor al patrón San Pedro en Corongo es motivo de preparativos anticipados para emprender el retorno, para ser partícipes de los ocho días de jolgorio popular que estas significan muchas veces con invitados foráneos que acompañan a las familias coronguinas animados por la trascendencia que la tradición folclórica de la tierra de las pallas despierta en muchos acriollados visitantes.

Una de las bodegas o tiendas que sobresalen por lo surtido de los productos que expenden en su bien organizado local ubicado en la esquina de la plaza de armas junto a la iglesia es la de don Manuel Armijo tratado cariñosamente como don Manungo, de personalidad respetable con impecable mandil blanco a la cintura y lápiz sujeto en una de sus orejas está listo a atender los requerimientos solicitados por la clientela.
Don Manuel Armijo de pie en el centro

La llegada de las fiestas de junio, el ajetreo en la tienda de don Manungo se ha incrementado notablemente en el expendio de licores principalmente finos por parte de presuntuosos visitantes para hacer algún brindis con los conocidos que se le crucen cuando disfrute junto a su pareja de una alegre tonada interpretada por los tradicionales chirocos coronguinos.

El colorido jolgorio popular en plenitud de la mañana que el radiante sol veraniego da a eufóricos visitantes, despierta en un vivaracho forastero inquietudes de lanzar algún inusual pedido de atención de don Manungo como una forma de demostrar a sus acompañantes que le rodean allí, junto al mostrador de despacho de licores en el fondo de la tienda su acriollado requerimiento.

- ¿Cuánto cuesta la botella de cerveza helada?
- Cinco soles..
- ¿y sin helar?
- Ocho soles…responde don Manongo
- ¿Cómo que la sin helar cuesta más que la helada? Replica el visitante
- Si señor así es...porque para que esté fresca tengo que poner agua a calentar para subirle de temperatura y eso incrementa el costo final… contestó con su acostumbrada tartamudez que lo acompañaba siempre.

Respuesta que despertó las risotadas de los que lo acompañaban y a él le quito los bríos de burlador, por la vergüenza pasada.

(Es una recopilación contada por Gilbert Collazos Garay)

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