En nombre del padre !!!

Como cualquier ordinario día de quehaceres las cuatro de la mañana es hora de salir de casa con la alforja en el hombro, el  fiambre aún caliente y las esperanzas puestas en que la nueva jornada de labores campestre no tenga sobresaltos.

Eleizer enrumba a Colcabamba caminando a paso firme la bajada como lo hace desde siempre, en busca de reconstruir el cerco de su chacra que las fuertes lluvias deterioraron en los últimos días y entre sus pensamientos va haciendo un inventario de los materiales que requerirá y no tenga que buscarlos porque le tomara más del día si eso sucediera.

En apurado paso va ganando las distancias que separan y alejan de la ciudad, también echa un vistazo mental a los recuerdos que siempre lleva en su intimidad cuando el inclemente tiempo de los años avanza lento pero sin pausa y que la etapas privilegiadas de juventud quedaron atrás, pues ahora son recuerdos que de tiempo en tiempo necesitan ser revisados como una forma de saber que se vivieron con intensidad perdurable.

La claridad del día lo sorprende en plena faena, pero la nubosidad reinante en el campo opaca los rayos del sol, las esporádicas lloviznas hacen prever que será un largo día nublado de esforzado trabajo.
Efectivamente los cálculos hechos de persistente labor para poder dejar lista el cerco reconstruido han demorado más de lo previsto y la tarde ya se abre paso ante la presencia de la noche.
Es momento de iniciar el ascenso por el camino de regreso a casa con la tranquilidad de haber cumplido con la tarea pendiente.

Por otro lado, la llamada telefónica recibida imprevistamente en casa con una funesta noticia sobre el fallecimiento de don Artemio en la ciudad de Chimbote, ha alterado la tarde que hasta hace poco tiempo era un tanto apacible como cualquier rutinario día normal.

En desesperados esfuerzos por hacerle llegar la urgente noticia a él,  envían a un “propio” en su busca con el infausto recado, pero que nunca llegó a su destino porque al parecer tomo atajos diferentes por la premura del tiempo. La oscuridad de la noche se hizo presente a su ingreso por las estrechas calles frías y desoladas de la ciudad.

Eleizer a paso apurado avanza en busca del calor de su hogar para disfrutar de un reparador descanso como siempre lo hace allí junto a la tullpa de la cocina, charlando amenamente con su mujer porque él es un conversador en la intimidad aunque no lo muestre fuera de ella.

A su ingreso por el zaguán escucha lamentos y llantos por parte de sus allegados en el fondo de la casa, encendiendo aceleradamente la alerta natural humana de preocupación en su ser, que rápidamente será despejada porque el golpe de la vieja puerta alerto a su esposa que a su encuentro corre para transmitirle la infausta noticia. 

- Tu hermana Lida ha llamado para decirnos que tu Papá ha muerto en Chimbote.

- ¡Noooo! ¡Mi papacito nooo!

El llanto y los lamentos de dolor dominan el hogar de Eleizer, que no resiste más su férrea serenidad y se quiebra por algunos interminables instantes, pero reacciona y pregunta si habría la posibilidad de buscar algún carro que podría hacerle una carrera hasta Huampish después del distrito de la Pampa, lugar del cruce de la carretera que viene de Sihuas con dirección hacia Chimbote para poder abordar algún vehículo que salga a la costa, a lo que su esposa le contesta que ya había hecho algunas consultas y que le querían cobrar trescientos soles por ese servicio; los alicaídos ahorros de casa no permitían poder cubrir ese costo.

El amor y respeto que cultivó para con su padre siempre fue fuerte como fuerte y vigoroso también lo fue don Artemio con sus 105 años de vida a cuesta siempre le causó admiración y era momento por parte de él de emprender una salida con dirección a la costa.

Le pide a su esposa le aliste una mochila con algunas prendas de vestir mientras él se va en busca de calzarse las botas de campaña que tiene guardados en el viejo baúl de su dormitorio, porque ha tomado la decisión de partir inmediatamente hacia el cruce de Huampish en el distrito de La Pampa, a pesar que los relojes marcan ya las ocho de la noche en Corongo.

Las luces de la ciudad van quedando atrás y la larga caminata iniciada lo traslado prontamente hasta el Mirador a la salida de la carretera y echa una mirada a las profundidades de las montañas escondidas en la oscuridad de la noche y que el horizonte traza las  siluetas de sus cumbres en la lejanía con tenebrosas y oscuras profundidades que tendrá que sortear.

Entre las quebradas profundas allí abajo resaltan las luces de los pocos faroles que alumbran a Colcabamba, una considerable distancia más allá logra ver las luces del distrito de La Pampa. 
En su cerebro traza el mapa de la imaginaria ruta a recorrer, siguiendo la carretera como única vía confiable por la tenebrosidad de la noche y sin más tiempo que perder avanza camino abajo decidido a sortear todos los obstáculos que se le presenten.

Llegado a Colcabamba decide seguir la carretera una bajada constante rumbo a Pacatqui tratando donde la orientación le era posible hacer atajos entre los zigzag de la vía para poder acortar las distancias.

De vez en cuando las luciérnagas son su compañía con sus volátiles destellos de luminosidad y las centellantes estrellas estelares le irradian energías para seguir avanzando por los verticales farallones de monolíticas estructuras pétreas de la Culebrilla que en un arduo trabajo de la gente de antaño construyo la vía carrozable entre las entrañas y peligrosos acantilados de las de las montañas de los andes para dar paso a la  prosperidad que de a pocos llegaban a los pueblos escondidos allí entre las profundidades del Perú.

A lo lejos se observa los caminos a recorrer
El rumor lejano del ruido de las aguas en su constante discurrir en las profundidades del lecho labrado por el rio Cuyuchin, que baja desde los nevados del distrito de Cuzca allá arriba en los parajes de la puna le avizoran gratificantes esperanzas del avance realizado en su marcha y que pronto estará pasando por los baños termales de Pacatqui siguiendo el trazo de la carretera y se alista a cruzar el puente de Rupaj con algo de temor, pues el estruendo causado por el caudaloso rio en época invernal es fuerte y siempre el miedo natural está presente a cada paso, que además la negrura de la noche se encarga de corolar en estos parajes solitarios.

El alumbrado de los postes que iluminan las viviendas a los bordes de la carretera le dan la bienvenida en el pequeño paraíso termal y le energizan el ánimo para seguir caminando.

Hace sus cálculos de lo avanzado y cree que han transcurrido una hora y algo más desde que partió.
En este nuevo trecho al lado de la banda del rio, al pie de las bases de las montañas en cuyas cumbres se encuentra el nevado del Champará se abre paso la carretera entre plantas de árboles frutales cercos de pencas, pequeñas plantaciones de tunas y árboles de molle por doquier vegetación propia de climas templados.

Sigue en su marcha imperturbable avanzando a paso firme bajo esporádicos cantos de aves silvestres que de repente reclaman la ausencia de la compañera que aquella oscura noche no llego al nido en lúgubres cantos perdidos entre las oscuras sombras de los silvestres plantíos.

Las luces que avizora en su lenta caminata le anuncian con anaranjados brillos la cercanía de los pequeños poblados de Llacushbamba, luego Ninabamba que en silencioso avance cruza   ante agresivos ladridos de los guardianes de las propiedades que trata de ignorar para luego encontrarse  nuevamente en la soledad de la oscuridad en medio de los áridos acantilados de la carretera, se inyecta de ánimo que a veces decae pero se le vuelve a fortalecer en su lento avance porque los plantíos que encuentra a su paso que el leve viento agita le vigorizan nuevamente sus esperanzas de fe que su forzada marcha avanza, pues está entrando a La Pampa poblado rodeado de chacras con árboles frutales, principal sustento económico de su población y que el gran compositor Luis “ñato” Acosta se encargara de perennizar en sus canciones.

La ciudad duerme y los esporádicos guardianes callejeros le echan unos ladridos de bienvenida y rechazo porque presienten que el extraño personaje nocturno que cruza su principal calle no es del lugar.
Entre sus pensamientos nuevamente hace algunos cálculos de practica ingeniería, para tomar los tiempos en cruzar la planicie antes de entrar a los vericuetos que la carretera recorre en las arridas y movidas faldas de las montañas que yacen en la falla geológica de la zona, pero que no lo atemorizan al guerrero de mil andares porque sabe que lo acercan al deseado encuentro del cruce de la carretera que baja de Sihuas en Huampish, el lugar fijado desde su partida para encontrar el vehículo que lo transporte hacia Chimbote.

La noche avanza también en su lento caminar celestial y después de un tiempo no tomado en cuenta se encuentra en el lugar deseado y se alista a tomar un reparador descanso al borde de la carretera en una piedra que le sirve de cómodo sillón para esperar algún vehículo que recorren desde Yanac en una constante bajada hacia la costa o el callejón de Huaylas.

Los faros de luces que busca en el oscuro horizonte allí arriba en las faldas de las inmensas moles de los andes por donde la carretera se pierde al borde del cielo estrellado, le hacen perder las esperanzas de encontrar lo que tanto ansia ver y decide dejar su cómodo reposo y emprende nuevamente la marcha siguiendo la carretera en curso, ahora hacia el cruce de Huarochiri en el rio Santa con la fe que aún no está perdida, de que algún vehículo bajara en algún momento de la larga noche por esa vía.

Muestra una vez más su valentía que siempre lo acompaña para no acobardarse con la peligrosa travesía que emprenderá en su  caminar carretera abajo, porque esta parte de la vía sigue estrechas sendas trazadas en las faldas de las montañas cuyos antecedentes prehistóricos fueron fondos marinos elevados hacen millones de años por las fuerzas tectónicas formando las paredes de un callejón de inmensos acantilados que el rio Cuyuchin recorre allí abajo en su cauce perdido en virginales profundidades, tan tenebrosas como la noche misma pero que son los trazos que la naturaleza le fijó para luego entregar sus aguas al rio Santa a las alturas de la antigua estación del Chorro en la vía férrea que en un tiempo pretérito existió.

El dolor que constantemente le recuerda que su padre yace en una capilla ardiente es más fuerte que todos los obstáculos que se le presente y estos no lo harán desistir para su porfiado andar siga transitando por la vía, sin perder la esperanza de que llegará en algún momento alguien que le dé una mano en su interminable viaje nocturno.

La pestilencia nauseabunda que algún Zorrillo desperdigo en sus putrefactos orines como advertencia al paso del extraño por sus dominios, le recuerdan que avanza por estos inhóspitos parajes.

Un lejano rumor del discurrir del caudaloso rio Santa que le llegan a los oídos traídos por los esporádicos vientos allí arriba, detiene sus pasos en la oscura noche para evaluar el lugar donde se encuentra ya y logra ubicarse  al  divisar en las faldas de las montañas de la cordillera negra que las alturas de sus siluetas se pierden con las luminosas estrellas frente a él, perdidos poblados  iluminados en distancias lejanas, como lejanas aún están sus pasos de su yaciente padre.

Busca un lugar al borde de la carretera para observar desde una mejor ubicación y se da con la sorpresa que allí abajo en las profundidades del cauce del rio Santa encuentra las contadas luces del alumbrado público del pequeño poblado de paso de Huarochiri donde nace la bifurcación de la vía que recorre y se une a la carretera que baja del Callejón de Huaylas. 

Hace nuevamente los cálculos topográficos del vertical y profundo terreno que las sombras de la noche esconde y que la carretera recorre en largos en interminables zigzag, pero que no le atemorizaran para seguir avanzando carretera abajo caminando cada una de las curvas y recodos porque no hay otra manera llegar a donde las ultimas luces de la larga noche alumbran aun el pequeño poblado con la ya casi perdida esperanza de encontrar el vehículo que nunca llega, pero que resiste a perder la fe de verlo aparecer en algún momento para abordarlo la ya interminable noche de indesmayable andar.

La oscura y casi interminable noche ha detenido el tiempo para él y en un último aliento siente que se acerca ya, a las caudalosas aguas del rio Santa y en el explanada final de la bajada divisa las estructuras del gran puente que lo cruza, su corazón palpita aceleradamente porque sabe que en Huarochiri es el lugar con mayor probabilidad de tomar algún vehículo que lo transporte hasta Chimbote.

Nuevamente los ladridos de los perros le dan la bienvenida a este pequeño poblado de esporádico alumbrado y va en busca del iluminado puesto de frutas junto a la carretera y tratar de buscar un lugar para descansar junto a un vendedor de frutas, que sabido es en este poblado que nunca cesan de exponer sus productos para poder negociarlos al paso de los vehículos como único sustento económico viable.
Apenas en la parte baja se aprecia el poblado de "Huarochiri"

Después de adquirirle algunas naranjas para aplacar la sed le pregunta la hora y si pueda darle alguna información de los vehículos de pasajeros que a esas horas, las rutas recorren además de comentarle que ha llegado hasta allí en busca de algún transporte que lo traslade hacia Chimbote.

- Son algo más de la una de la mañana le dice

Eleizer sorprendido murmura con las pocas fuerzas que en pie lo mantienen
- La una de la mañana..

Y en un rápido análisis mental saca su cuenta que todo lo recorrido lo ha caminado en algo más que en cinco horas, decide comentarle que viene a pie desde Corongo en busca de abordar algún vehículo y que su destino final es Chimbote.

El incrédulo vendedor despierta en curiosidad porque nunca antes escucho un relato de una aventura similar y presiente que puede estar ante alguien que huye de su pueblo por algún fortuito motivo y vuelve a preguntar:

- Debe de haber algún motivo fuerte para tremenda caminata le dice…
- Si amigo… Mi viejito ha fallecido en Chimbote y en Corongo no hay vehículo de transporte disponible, hasta en un par de días y ese es la causa de que me encuentre aquí; le contesta.
- A ya, es un motivo más que suficiente para tremenda aventura le dice. Dándole los pésames de dolor que gente provinciana siempre muestra solidariamente aun sin conocer.

Después de un indefinido tiempo de espera, logra divisar entre las curvas y zigzag las luces de un vehículo desconocido que iluminan las oscuras montañas que él valientemente recorrió. El calvario iniciado para él, desde la infausta noticia que recibió lo acerca más al final de su destino.
Allí junto a la capilla ardiente donde yacen los restos de don Artemio Pérez fallecido a la edad de 105 años, marcó un inmenso respeto y admiración motivo por el cual fue capaz de emprender la extensa caminata sin importar las distancias a recorrer con tal de ser partícipe del velatorio de su señor Padre y como no darle también el último adiós acompañándolo hacia su última morada. Q.E.P.D don Artemio Perez!!!
Eleizer Perez (Izquierda) con Samuel Nieves en Corongo


Articulo: Samuel Nieves (Contado por Eleizer Perez) 

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2 Comments

  1. Increible Eleizer, pero el amor al ser querido es mas fuerte que la hazaña de caminar tan lejos.

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  2. Muy bonito; bastante bueno. Me has hecho retornar mentalmente a parte de esos caminos, recorridos al amparo de algunas "escapadas" del Colegio y al encuentro de una "prenda pampina", agradable como sus frutas y su hospitalidad ... Saludos

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