El amor en tiempos de Jesús…

El frío aire matinal refresca su sudorosa mejilla, mientras el, recoge  lentamente el maletín de los implementos deportivos de mano, que siempre utiliza en cada encuentro de fútbol del Cochapampa.

Cochapampa, es un hermoso escenario natural deportivo coronguino revestido de una verde grama andina, dura, llamada “champa” en cuyos gramados se disputan encuentros de fútbol en dominicales mañanas, como rutina semanal desestresante de la juventud coronguina. Costumbre también adquirida por él, para disipar  tensiones escondidas en el alejado lugar, lejos de los suyos y que su joven inicio laboral por circunstanciadas obligaciones profesionales curriculares hace que se encuentre, en este remoto pero pintoresco pueblo ancashino. Como los muchos otros que se ubican en los rincones perdidos de los andes peruanos.

El esplendoroso sol, va ganado la mañana del dominical día y mientras los compañeros de la pichanga comentan las jugadas perdidas en el encuentro, él, apresura el cambio de su ropa deportiva guardando los gastados botines y las sudadas medias de fútbol usadas en el pequeño maletín que tiene, y va pensando en apresurar el regreso a la ciudad para asearse y acudir a la pensión contratada en el restaurant de don Chachaco Espinoza para almorzar,  pues tiene en mente en un guardado secreto, una ilusión casi adolescente de la primera cita, con ella, la joven y agraciada profesora que la deslumbra sin cesar desde que la conoció y que hasta ahora, solo eran de continuos saludos matinales en los pasillos del centro educativo sampedrano, donde, laboran como educadores.

Sus miradas ensoñadoras y llenas de ilusión, estaba siempre al acecho amoroso de una conquista algo dificultosa, pero que de a pocos va ganado él su atención y entrando lentamente en confianza, dejando atrás temores escondidos a un rechazo por parte de ella, a la invitación planeada con anticipación por él, para esa tarde dominical coronguina.

La pequeña ciudad de estrechas calles empedradas, tejados de arcilla a doble agua con blancas paredes de adobes, está enclavada en un hermoso valle altoandino de verdes campiñas, al pie del San Cristóbal, un atractivo mirador natural para contemplar desde ahí siempre las eternas moles azuladas de la cordillera de los Andes que cruza imponente allí, tan cercana a la vista al igual que a la piramidal blancura del nevado del Champará, arriba cerca de los seis mil metros de altura.

Resaltante acuarela natural del azulado cielo que la vigila sigiloso, como sigiloso y perfecto escenario escogido por él también es el lugar para un primer acercamiento a ella, la joven y bella doncella que ilusiones amatorias le despertaron desde que por primera vez la vio.





Lo planeado espera, pero desespera también, al ver que tarda en llegar, pues tiene unos minutos de retraso a la hora acordada del encuentro en el sitio fijado por ella y que el con tiempo aguarda solitario en el estrecho caminito al pie del San Cristóbal que va a Cochapampa, sendero escondido, perfecto, para evitar miradas curiosas de locuaces sorprendidos al ojear el clandestino actuar de dos jóvenes en el seno del fuerte conservadurismo tradicional provinciano, imperante allí.

Estas inquietudes desaparecen cuando ve aparecer la delgada figura de ella, en pasos delicados, apurados, mientras sube la estrecha calle que la conduce a su encuentro.

Él, cual asustado muchachito  travieso, espera firme en su estática ubicación a que se mitiguen sus desconfianzas y dudas y sean estas convertidas en ensueños palpables de realidad de un primer paso a los muchos, que él quisiera dar junto a ella.

- Es la primera vez que estampa el saludo de bienvenida en las rosadas mejillas de ella, a solas…

- Es la primera vez que la piel de sus mejillas de la joven maestra, tiene para él la textura de un celestial contacto sagrado…

- Es la primera vez que siente su agitado aliento, sabe a  esencias perfumadas de jardines de dioses griegos, en algunos  atardeceres de placeres  terrenales de la historia universal...

En fin, un ángel celestial, al alcance terrenal…

Nervioso en natural principio de la primera cita,  pero sin más preámbulo la invita a iniciar juntos a caminar en dirección a la calle de salida para el caserío de la Nueva Victoria, para emprender luego, el ascenso por el caminito estrecho y vertical que conduce a la cima del San Cristóbal, una vez llegado al inicio de ella, la subida estrecha del camino va tornándose lenta y dificultosa de superar, momentos ideales para extenderle la mano a ella, como solidario apoyo para que no resbale y así avanzar juntos los dos tomados de la mano por primera vez algunos trechos y descansar en algún recodo,  porque siente él, que ya la agitada respiración de ella, aspirando bocanadas de aire, obligan, a hacer una momentánea parada y desde ahí, aprovechar a contemplar junto a ella, a plenitud, la explanada del valle que cobija a esta bella ciudad, observando por primera vez cubierta de los  típicos tejados serranos de arcilla, que parecen estar entretejidos en una gigante alfombra, alzadas sobre paredes blancas de adobe en estrechas calles empedradas, entrecruzadas entre sí.  

La cima del San Cristóbal, es una explanada pequeña alzada al norte de la ciudad, es un balcón final de las bases de las montañas alto andinas, que son también el comienzo de la altiplanicie del Tuctubamba, zona de una frígida pampa de los Andes por encima de los cuatro mil metros de altitud sobre el nivel del mar.

Esta elevación natural, es una ubicación perfecta de los enamorados para subir a ella y buscar sentarse al pie de la cruz de concreto que erguida y estática vigila la urbe coronguina junto a la capilla construida allí cerca para la devoción cristiana, que ahora, él las pondrá como los mudos testigos que necesita como garantizar su naciente devoción sentimental a jurar… sean para siempre.

Las miradas de los dos al estar sentados en lo alto del lugar y juntos dar así instintivamente un vistazo a la belleza andina y ciudad de  eucaliptos, que a sus pies en agitadas ramas de sus altas copas por las corrientes de aire allí abajo, en las riveras del río, que recorren el cauce con sus aguas cristalinas bajada desde las punas cuyo curso  divide a la ciudad  en dos y topar su torrente murmurante en el medio de la ciudad con los rígidos pilares del puente de calicanto, una antigua mole pedrosa coronguina, tan firme, tan fuerte, como que sus casi doscientos años a cuestas ya, la hacen esta tarde, el escenario más perfecto para alabar él, su resaltante construcción de esta, en el pueblo de ella y comenzar el así un tímido galanteo, que ella seguramente esquivara desentendida o se hará la sorprendida quizás como todo inicio de romance y ocultar por ahora que él, le atrae también.

La pasividad de las calles vacías de gente de la ciudad coronguina en una tarde de domingo de verano andino es tal, que esta contrasta con los bulliciosos y concurridos  encuentros deportivos en el Cochapampa. Amplio y plano campo deportivo natural, que desde el San Cristóbal se contemplan con fácil visibilidad, al pie de ella.

En el campo deportivo de grass andino en esta tarde dominical, es el escenario de una disputada competencia deportiva de fútbol, que a lo lejos los dos observan y comentan para relajar tensiones primerizas de las distantes jugadas en escena, escuchando con nitidez las lejanas voces de disputa deportiva, que las corrientes de aire se encargan de amplificar y hacer llegar hasta sus oídos las incidencias de los jugadores que disputan el balón allá abajo, pues están ahí en la temporada del campeonato inter-barrios de fútbol coronguino, con  definidas y tradicionales rivalidades deportivas barriales también desde siempre.  

Él, no quiere que la distracción de ella por los peloteros de allí abajo, sea el motivo para retrasar más la declaración amorosa ensayada por él, con anticipación, estando ya esta vez frente a ella y nerviosamente la toma de las manos y con un inicial titubeo le declara su amor y la atracción gravitante por ella se ha transformado en una fuerte ilusión amorosa para él.

Ella, prisionera de las manos de él, responde a tal proposición con una inicial negativa, aparentando sorpresa por ello y un momentáneo silencio se apodera de la escena con entrecruzadas miradas por parte de ella con él, que poco a poco se van diluyendo en la intimidad de ambos y una débil sonrisa esgrimida será la aceptación a las halagadoras propuestas de amor, que en escondido secreto guardaba también ella.

Avanzan un poco hacia la capilla tomados de la mano en silencio para perderse entre los arbustos silvestres que la rodean y buscar un lugar entre sombras de ellas a darse el primer beso, que la atracción  juvenil deseada prevé como corolario de un nuevo pacto de iniciación romántica de la primera vez… divinos momentos que seguramente ambos recordaran siempre, si prospera esta al paso del tiempo. 

Besos, abrazos y caricias mutuas de las jóvenes parejas coronguinas ocultas entre sombras de las enramadas perfumadas de las fragancias de sus flores silvestres brindadas en los bellos atardeceres de un verano andino, con sus espectaculares matices de sombras y contrastes a observar cuando el sol cómplice fortuito de esas tardes oculte también tras las montañas los rayos de su jornada diaria,  para que la penumbra de la noche en llegar oculte a  los amantes bajo sus sombras y se dé bajo ese manto la libertad a las tensiones amorosas reprimidas.

En una justa recompensa esperada, por las parejas clandestinas, para amarse siempre, allí, en los fríos extravíos de los andes peruanos.

Lunes, primer día de la semana es el inicio de una nueva jornada laboral educativa en el colegio nacional.

Él, temprano como siempre apresura el paso para llegar a dictar clases de historia peruana, algo preocupado porque la noche del largo domingo de ensueño vivido, no pudo preparar el tema a dictar, pero ya en el aula de enseñanza seguramente decidirá tomar una prueba escrita sorpresiva, ante las protestas en voz baja de parte de los estudiantes que aún modorran, el día dominical pasado.

Estos romances iniciados por las serranías peruanas,  se  van forjando y fortaleciendo o quizás viviéndolo con intensidad su trajinar amoroso, con encuentros de fines de semana, por lo general, como todos los otros que se viven  por estas perdidas ciudades andinas y para ello, cuentan con los rincones naturales para hacerlo entre caminos y olorosas ramadas silvestre de flores frescas, como los frescos cariños que se prodigan las jóvenes parejas, allí, para que sean duraderas estas.

También aquí en estas pequeñas ciudades provincianas andinas, de casi familiares convivencias de compueblanos, surgen las voces anónimas de comentarios adversos de la gente mayor, a los romances juveniles.

Mayoritariamente son de críticas fuertes, para con los extraños, que se atrevan a iniciarlos con alguna agraciada hija de los nativos, residentes.

Pero él, en nuestro relato no está propuesto a que sea destruido.

Han pasado los meses del rechazo familiar al romance mantenido y deciden, dar un paso más delante a ellos e ir en busca del matrimonio civil, para sellar así el cariño mutuo que los une firmes.

Partieron de Corongo aprovechando el periodo vacacional educativo hacia la costa y regresaron casados civilmente de Huarmey, donde firmaron las actas municipales para asentar tal decisión tomada, de unirse en matrimonio para siempre.

¿Hubo  testigos? Seguro que si porque son indispensables para tal acto.

¿Algún invitado? No hay datos sobre ellos.

Pero, así quedo registrada esta bella historia de amor nacida en el calor de nuestro centro educativo secundario y que mi generación de estudiantes sanpedranos, si fuimos sus testigos, no firmantes.

Articulo escrito por Samuel Nieves Reyes

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