La noche va ganando a la tarde fría y oscura que la naturaleza cubre con sus frígidas energías invernales en estas épocas del año y al divisar desde la entreabierta ventana de la humilde morada que habita en la cercanía de la falda de la montaña al borde de ella, Rosa contempla desde los alejados cantos de la ciudad a la urbe, los tejados y calles de las borrosas fachadas blancuzcas de las viviendas allí abajo en la planicie del valle coronguino, como una ciudad lejana y extraña pero también suya en sus sentimientos natales, desde la infancia.
La luz del alumbrado público de la noche ve encenderse con
débil luminosidad aun y una vez entrada esta,
el resplandor de los faroles iluminara las empedradas calles de este, su
pequeño pueblo escondido en el hermoso valle andino, regalo que la naturaleza
gesto para los que la pueblan, como un privilegiado don para ellos. Algo preocupada por el, su joven pareja que tarda ya, en llegar.
Por otro lado hacía poco tiempo después de cumplir con reparar las cercas
de la chacra que su padrino le encomendó al pie de "el mirador" por la salida de
la carretera de la ciudad, emprendió el regreso a su humilde morada Justino, donde
su joven compañera y su pequeño hijo producto de un tierno romance mantenido
desde los primeros años de vida ahora a sus veinte años, es toda la fortuna
viviente que tiene él.
El poco dinero recibido hoy, como pago del contrato hecho, le obliga a ir pensando que si le alcanzarán para poder comprar el panetón de noche buena que ella le encargó porque tambien pide festejar en la intimidad de su hogar como todos lo hacen.
También tiene en mente si es posible comprar
un pequeño juguete para su hijo que reclama tener el suyo, desde que vio que
su amiguito de al lado de su cerca ya exhibía uno.
En la plaza se dirige a la bodega del cerreño, emprendedor
comerciante, que según comentan los que lo vieron llegar, con sus “ollas y
sartenes al hombro” a echar una mirada y averiguar si sería posible
adquirir el panetón D'onofrio, que tiene como un antojo anticipado desde hace
tiempo disfrutar de sus sabores.
El parpadeo multicolor de las luces exhibidas en algunos
locales que rodean la plaza en esta noche, despiertan y alegran el espíritu,
inclusive de los más adustos personajes contagiándose también estos de esta
festiva noche navideña.
Con preocupada mirada, observa que los precios fijados con
plumón negro en los panetones finos del negocio del cerreño que le parecen caros
para su magro bolsillo y si pide uno de esa marca, no le quedara casi nada para
el juguete que le pidió su engreído, como el anhelado regalo navideño.
Hace él, un recorrido rápido visual y observa que también hay
otros panetones de ilegible letras embolsadas tras el mostrador, con precios
muchos más bajos y que no tiene otra alternativa, que pedir una, porque solo
así podrá adquirir también el pequeño patrullero de plástico y vivaces luces
que se exhibe en la vitrina, “total la navidad es de los niños” se dice, como
un piadoso consuelo.
La noche ha entrado como el frío en las mejillas que le
obligan a apurar el paso en las angostas veredas de la calle Ramón Castilla para cruzar el vetusto puente de calicanto, orgullosa construcción icónica
coronguina, que se mantiene firme al paso del tiempo, como firme también es la
mole nevada eterna del Champará que en soleados días se observa desde allí en su
belleza natural pero que ahora permanece oculto por la estación invernal andina, sube calle arriba con dirección a la cumbre, su barrio, sorteando oscuras
sombras en silencio, pero precavido que algún can salga tras las viejas puertas
entreabiertas de alguna vivienda, lanzando amenazantes ladridos para espantar a
cualquier intruso que intente acercarse a su morada.
El ruido por el arrastre de la tranca de madera y retazos de
calamina oxidada que le dan seguridad a su humilde vivienda, alerta a su joven
compañera y ésta se apresura a recibirlo, cuando ella empezaba ya a
preocuparse, porque tardaba en llegar y solo el ruido en la entrada le anuncia
que la incertidumbre de la noche terminó.
El beso reconfortante en la mejilla dado por ella, espanta
todos los pesares y estrecheces económicas que le aquejan, y entre las sombras
y humos de los leños ardiente de la pequeña cocina alumbrada por un lamparín
de opaco vidrio a mecha de kerosene, parece ver en la distancia que las
iluminadas calles de la ciudad coronguina que con más claridad, allá abajo, que
sus oscuros rincones que la rodean y que el disfruta este contraste desde este,
su alto balcón natural que habita.
La olla del chocolate con leche salida de las ubres de su
única riqueza vacuna viva, agitan sus hervores y sueltan sus agradables olores naturales
del cacao, sustituyendo las algarabías de seguramente muchos otros hogares de
pudientes personajes allá debajo, de su marginal ubicación y se apresta a
servirse junto a su amada, el delicioso preparado de esta noche buena
acompañado con la tajada de panetón sin nombre comercial conocido, pero lleno
de sabores de amor y ternura de su dueña eterna, dejando que el pequeño patrullero,
que con ajustado esfuerzo compró a su hijo, que descansa ya vencido por el
cansancio de haber esperado más de lo que pudo por aquella noche, le brinde
seguridad, en sus profundos sueños al costado de su lecho hasta la llegada del
nuevo día, en que seguramente saldrán de ronda en el duro piso afirmado de
tierra de la humilde vivienda tiene.
También hay noches buenas en los rincones humildes de los no tan afortunados económicamente en los perdidos pueblos andinos; lo tienen, lo viven y lo disfrutan como todos los demás cristianos del mundo.
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