Barrio de San Cristóbal... en Corongo

Cuando la edad de la niñez llega, muchos de nosotros buscamos la libertad de andar divirtiéndonos en el día a día naciendo esas inquietudes que hacen que siempre se esté pensando en pasar gratos momentos con juegos propios de la edad y si estas se complementan con los amigos ideales del barrio para ello, serán más divertidas a pesar de las limitaciones que se puedan presentar inicialmente en la ocurrencia de la construcción de algún juguete “mecánico”, usando las escasas herramientas que se tengan en casa como un martillo y serrucho de madera, además de sustraer los clavos que guarda papá para el auxilio ante emergencias menores del hogar que siempre se presentan y que nunca deben de faltar en casa precavida.

En circunstancias de estreches técnica,  la mano del ingenio precoz, dará solución también a los problemas que se presenten en la construcción de ellos, a pesar de las limitaciones propias de vivir en los pueblos alejados casi aislados, de nuestra serranía peruana.   

En nuestro barrio de San Cristóbal en Corongo, la pequeña ciudad altoandina ancashina escondida entre los andes peruanos teníamos muchos lugares propicios para inventarnos algún tipo de entretenimiento matinal en las vacaciones escolares. Una de ellas era la “champa”, terreno semi plano un poco inclinado cubierta con resistente gras silvestre de los andes al pie de la planta eléctrica que se hallaba ubicada muy cerca de nuestros hogares y cuya construcción técnica especial echa para generar la energía eléctrica coronguina era de nuestra atracción al pie del cerro San Cristóbal junto al río, por donde fluye el agua que baja en forma casi vertical por el tubo de metal colocado allí desde arriba, produciendo así la alta presión hidráulica necesaria al final de esta, que a su inicio se introducía desde el tanque de agua construido en las faldas del  tutelar cerro coronguino, a unos ochenta metros de altura, generando por gravedad la fuerza hidráulica ideal a la salida estrecha del tubo en la casa de maquinas terminada en una pequeña boquilla redonda diseñada para entregar su potente chorro de agua que empujarán con violencia las paletas de la "pelton", pesada pieza de ingeniería, hecha en bronce con no sé cuántos cucharones alrededor de su eje e iniciarla en un giro forzado e indeterminado de ruidos tenebrosos mientras discurre el agua por ella, que a su vez transmitirá la energía mecánica de los giros al pequeño generador electrico de imanes y bobinas instalado en la planta por medio de una faja plana a su eje. 

Insuficiente potencia eléctrica, porque los vatios generados alli se “perdían” en el trayecto del cableado antes de llegar a las luminarias de las esquinas de la ciudad, encendiéndolas débilmente a estas que a veces era mejor andar con una linterna a pilas de mano para mayor seguridad en alguna emergencia nocturna coronguina.

Era este, el lugar favorito para pasarnos horas y horas en alguna mañana de vacaciones escolares, divirtiéndonos allí con las mini carreteras que construíamos en la pequeña planicie, casi siempre húmeda, incluyendo puentes sobre pequeños riachuelos que hacíamos y que pasaban por debajo de ella inspirados en la construcción de la carretera que por esas épocas llegaba ya, a las cercanías de Corongo.

Waly Pérez, Mañuco Gonzalez, Calolo Ramírez, Marinito Asenjo y algún amiguito más llegábamos a la champa, al promediar la media mañana con los diferentes juguetes de madera construidos por  cada uno en casa.

Yo recuerdo habernos fabricado un pequeño tractor con su “pala” para abrir “carreteras” hecha de lata de aceite comestible de un litro, envase de esas épocas de este producto, con todos los detalles que habíamos observado a la llegada de esta máquina a Corongo. También hacíamos pequeños camiones o góndolas de pasajeros con la estructura de madera y revestida de lata tan similares a las reales que muchas personas mayores se admiraban por las similitudes con los “carros” de pasajeros construidos estos con los poco materiales que lográramos conseguir o aprovechando la trompa de algún viejo carro de metal en desuso, aparentemente inservible para su ocasional dueño que le dio un nuevo uso, lo recuperábamos y lo volvíamos al “servicio” para nuestra diversión.

Trazábamos una carretera con detalles de la verdadera vía, para luego hacer transitar nuestros vehículos construidos con bastante ingenio. 

También hacíamos pequeñas maquinas hidráulicas allí, como una "pelton" que giraban incansablemente aprovechando un fruto silvestre redondo llamado pillocsho el cual atravesábamos con un palo de alguna rama recta que sirviera como eje y alrededor de este pinchábamos palitos más pequeños de la misma dimensiones en cuya punta poníamos los frutos más chicos que por lo general eran unos cinco alrededor del eje principal con equitativa distribución para que quede perfectamente balanceado, el cual lo apoyábamos el eje en dos horquetas que fijábamos en el suelo, luego, llevábamos el agua por una pequeña acequia que terminaba en una penca, algo inclinada, como un canal de abastecimiento del agua que formaba el pequeño chorro necesario para que empiece a funcionar con el empuje del agua a nuestro pequeño motor hidráulico, dando giros interminables que observábamos con detallado interés cautivos de ello porque formaba chorritos de agua cual corona de lluvia circular-vertical y la esparcía como las ruedas de los juegos artificiales de junio por la fuerza centrífuga que las leyes hidráulicas de la naturaleza rigen en esos casos específicos físicos.  

Siempre después de algunas horas de diversión terminábamos sucios e impregnados de barro nuestra ropa, los zapatos húmedos, las rodillas sucias y mojadas que a la vuelta a casa tratábamos limpiarlas de ellas para que nuestra madre no la notara, pero que al final de cuentas casi nunca  estas no valía de nada porque siempre nos delatábamos y era motivo para la reprimenda por la “inconciencia” de no cuidar nuestra vestimenta y calzado que seguramente con mucho esfuerzo, lo adquirían nuestros padres.

Así era nuestra rutina casi diaria infantil de vacaciones escolares coronguinas.

Llegaba el mes de agosto, época de vientos serranos y tiempos de construir con carrizos y papel nuestra cometa de colores chillones que adquiríamos junto con el pabilo en la tienda de don Patrocinio Trevejo, preparábamos el engrudo con harina que sustraíamos de las despensas de Mamá en la cocina de la casa para el pegado del papel a la estructura del carrizo que la preparábamos y cortábamos en tiras planas y largas y la armábamos entrecruzadas y amarradas en los lugares necesarios y formar el barrilete escogido, guiados por el diseño que encontrábamos en las revista de Mecánica Popular que le sustraía a mi abuelo Florencio Reyes Torrejón cada vez que viajaba a ciudad de Cabana, provincia de Pallasca cercana a Corongo.

Terminada la construcción emprendíamos la subida al cerro San Cristóbal en tropel y allí junto a la cruz que cuida la ciudad, subíamos también a los aires nuestras ilusiones infantiles, con la esperanza de contemplar el ascenso triunfal de nuestro artefacto volador construido por nuestras manos y limitaciones técnicas hacia el cielo azul, de nuestro frágil juguete volador.

Nos ubicábamos en la pequeña explanada al pie de la cruz, lugar, propicio para aprovechar las corrientes del aire propias de estas épocas, sosteniendo la cometa con las manos en alto encima de su cabeza y en contra de la corriente de aire formada de a ratos Calolo que a su vez también hacia esfuerzos denodados según nuestras indicaciones de buscar  algún pequeño flujo de aire que escaseaba a ratos,  mientras yo tiraba del pabilo echándome a correr unos cuantos metros para forzar a que el artefacto volador halle la presión necesaria de ascenso del viento, que le haga tomar altura.

Nuestro fracaso de elevar la cometa fueron muchas, donde nuestro pequeño artefacto volador hacia siempre el amague de querer elevarse para la algarabía de todos los allí presentes, que eufóricos alentaban nuestros esfuerzos de lograrlo, pero después de unas piruetas burlonas caía al suelo golpeándose contra ella que para suerte nuestra, no sufrían mayores deterioros como la rotura del papel por la violenta e inesperada acción del viento. 

Volvíamos a intentarlo y volvíamos a fracasar, no podíamos hacer volar nuestras cometas en los principios de esta nuestra diversión infantil, pero poco a poco fuimos aprendiendo a construirlos con el mayor ajuste de medidas y distribución de centros de equilibrio necesarios para ello.

Muchas veces bajamos del San Cristóbal derrotados pero no vencidos para intentarlo hacer nuevamente volar al día siguiente, previa revisión de las indicaciones de nuestros apuntes técnicos guardados en casa después de una junta de emergencia “técnica”.

-¿No será she que la cola es muy pequeña? opinaba Calolo

-Puede ser… habrá que aumentarla

-¿Los templadores de hilo tienen las dimensiones que indica el plano? preguntaba el “ingeniero” Waly

-Haber revisaremos, les decía y haremos los ajustes necesarios.

Por ahora hemos fracasado pero mañana volveremos a el cerro con el mismo entusiasmo de hacer subir la cometa de vistosos colores de papel, allá arriba, hacia el cielo azul de nuestra hermosa ciudad era el final de nuestras primeras ilusiones infantiles.

Son las 10 de la mañana del nuevo día y después de haber hecho los ajustes de acuerdo a el plano de la revista Mecánica Popular, en la puerta de la casa estaban ya listos los muchachos esperando a que salga para emprender nuevamente el ascenso al cerro, con el cuidado debido para no estropear el juguete con alguna rama del camino. Mañuco, Calolo, Waly y algún amigo más se unían al grupo y empezábamos la lenta subida para un nuevo intento de hacerla volar.

Llegados ya al pie de la cruz,  Calolo busca la ubicación correcta en contra de las corrientes de aire que se formaban a una distancia prudente, esperando yo con el ovillo de pabilo en las manos  la oportunidad de poder correr en contra de las pequeñas corrientes de viento formadas de a ratos y que estas sean los suficientemente capaces a forzar  el juguete cautivo de la cuerda a mis manos que pueda emprender el vuelo inicial, hacia las alturas.

Después de algunos seguidos intentos, por fin podemos sentir que el pabilo se templaba ligeramente y ganaba altura por la resistencia que ofrecía al viento el artefacto volador que las leyes de la aerodinámica ejercen sobre ella y llenos de alegría celebrábamos ver que esta subía cada vez más,  soltaba yo con precaución el pabilo hasta quedarme solo con un pedazo de la misma  encontrándose nuestro frágil juguete ya sobre el cielo coronguino la que la multicolor pieza voladora se balanceaba suavemente sobre la alfombra de techos rojos de la ciudad, agitando la cola suavemente con bamboleos uniformes de un triunfo precoz  logrado a nuestra corta edad y que el  bello cielo azul de nuestra vista privilegiada nos sonreía en intima complicidad de los ángeles que la pueblan y que gozábamos llenos de satisfacción y alegría; ahora ya sentados al pie de la cruz contemplando nuestra hermosa ciudad andina.

Dominando nosotros con nuestra cometa el cielo coronguino por encima de los techos rojizos cual explanada casi uniforme que contemplamos, nos encontramos y de cuando en cuando vemos salir humo negro azulados que escapan por las chimeneas de algunas casas de las cocinas que queman las leñas que atizan el fogón, para la preparación del almuerzo hogareño de la rutina diaria.

Todos los allí presentes felices por el éxito de ver allí arriba a nuestro juguete emitiendo pequeños zumbidos de vibración del papel cometa que las corrientes de aire provocan en los agitados estados aerodinámicos de los flecos que adornan nuestra cautiva cometa, nos relajábamos triunfantes extasiados, sentados al pie de la cruz en grupo contemplando la apacible ciudad convertida en una bella acuarela viviente en movimientos y ruidos oídos por allí como el lejano rebuznar de algún ansioso burrito solitario pidiendo que le hagan compañía tal vez, contemplando con nuestros ojos el soleado día la grandiosidad de su paisaje y que por sus calles empedradas vemos a algunas personas mayores conocidas de nosotros en pausados e inocentes andares que ni se imaginan que los observamos y serán motivo para lanzar algún comentario recordado por alguno de los ahí presentes sobre dicho personaje, descubierto con anterioridad en alguna infidelidad o afanes de conquista, aderezados de alguna ocurrencia o detalles más por Wally, que dan origen de algunas carcajadas a todo el grupo por nuestra ocurrencia de saberle y divulgar sus entuertos que le guardamos y que le sabemos. 

¿Cuánto tiempo nos dura esta felicidad? Creo que el tiempo se detiene, no lo sentimos que va pasando y sin darnos cuenta es cuando en un descuido mío de sostener bien el pabilo lo suelto y se me escabulle entre los dedos de las manos el pequeño tramo que me quedaba sujetándolo y mirando con tristeza que nuestro juguete va perdiendo altura por la tensión nula de ella ejercida por el pabilo, es llevado por las corrientes de aire como un papel sin sustento con dirección a Cochapampa, perdiéndose derrotado sin la vigorosidad que exhibía minutos antes por efectos del viento, en las faldas del cerro.

Ha terminado nuestra alegría y emprendemos la bajada a casa seguramente para recibir una reprimenda por no haber estado a la hora del almuerzo porque parece ser media tarde ya, pero, con la seguridad de que  Mamá también disfruto desde casa el vuelo multicolor de nuestra cometa porque la ubicación de nuestro hogar coronguino allí abajo se lo permite también a ella disfrutar de nuestra infantil diversión.


Satisfechos por nuestras alegres mañanas vividas esperaremos la llegada del sábado de la semana siguiente, para prepararnos otro modelo muy temprano y nos aseguraremos de no cometer el error de descuidar el control del juguete, para que esta huya otra vez de nuestras manos y hacerla volar nuevamente todo el tiempo que se pueda, en el hermoso cielo del verano coronguino y disfrutar gratamente  las ilusiones de nuestra hermosa niñez vivida allí.


 Pelton ...rueda de metal especial con cucharas las que están diseñadas para convertir la energía de un chorro de agua que cae sobre las cucharas en giros.



 [U2]

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