El aroma del pan en proceso de cocción que escapan de las altas temperaturas almacenadas en el tradicional horno de barro serrano, alertan en cada tarde los sensibles órganos olfativos de los moradores vecinos y también de los ocasionales caminantes o pasantes por el pequeño negocio familiar, que les recuerda la pronta puesta en venta los apetecibles y calientes panes hechos allí.
Este agradable olor desprendido en la cocción de las harinas y aguas con esencias aromáticas preparadas y amasadas con temprana anticipación, es el corolario de los exactos pesados de los molidos, azucares, mantecas, y huevos de corral, para que el tradicional producto panificado sea puesto en cada tarde al mostrador de expendio de la pequeña panadería andina, a la espera de apetitosas y jugosas bocas que seguramente se apresuraran para ir en busca de ellas, pues es una de las gastronómicas costumbres que persisten aun en el finalizar de las frías tardes en los pequeños pueblos andinos. Una tradición provinciana diaria que se disfruta junto a hirvientes tazas de infusiones nativas como el aromático arbusto alto andino ancashino del panizara o quizás también de las hojas de cedrón crecido en el huerto familiar de casa.
La preparación de los exquisitos
panes andinos, consumidos como costumbre gastronómica en cada atardecer diario para
mitigar hambres de media tarde, acompañado siempre una buena tajada de queso serrano,
preparado y venido de Aco o Cusca y juntada en la reunión familiar alrededor de
la mesa, del poblador coronguino, se dio
en el inicio de su elaboración, al comenzar el día, con el amasado de las
harinas e ingredientes que le darán el sabor diferenciado de las preferencias del
negocio familiar en venta.
En el pequeño taller, una tradicional
artesa de madera pulida ya de tanto ser utilizada, interviene como el contenedor
indispensable de los ingredientes de los productos a amasarse de acuerdo a las
cantidades establecidas de los insumos por las posibles probabilidades de venta
del día, para luego pasar la pegajosa mezcla a la mesa grande del taller
panificador a seguir ser trabajados un
poco más, para luego dejarlo reposar y que la levadura haga el primer trabajo
orgánico químico que le corresponde en esa mezcla de la elaboración.
El siguiente paso de la diaria faena
es hacer la elaboración de los bollos, que son pequeñas porciones de masa
trabajadas con bastante habilidad con ambas manos por el maestro panadero y
que serán las iniciales unidades formativas del pan a elaborar.
El ayudante del taller se encargará
de hacer la limpieza de la ruma de las latas rectangulares de los aceites a
granel que se tiene para ser utilizadas untadas de manteca para evitar que se
peguen, en el requerimiento del día e ir colocando y distribuyendo los bollos
allí, donde le darán, el acabado final del producto a expedir en su forma y
estilo acostumbrado a la clientela, para que reposen una vez
colocados en los andamios del taller durante el tiempo que la levadura haga su
segundo trabajo del final levantado de las harinas necesarias, para ser horneados.
Por otra parte, en el tradicional
horno de barro se prepara desde muy temprano también, introduciendo al hogar
una pequeña pira de leños de eucalipto, para dar inicio al festival de fuegos
que se encargaran de elevar las temperaturas del horno y poder cocer así las
latas de panes crudos que se colocaran en su interior, solo después que se
haya barrido y limpiado el piso de ella con una escoba de hierbas santas los
últimos carbones ardientes y cenizas que quedaron de los leños calcinados, que
dieron en su combustión la temperatura necesaria requerida y comprobada con un probado
de la temperatura con las manos extendidas en la puerta del horno por el
maestro panadero, que le indicaran palmariamente que la temperatura ya es la
ideal para el horneado final de las masas preparadas.
Es tiempo de colocar al calor las latas con
las porciones de las masas dormidas del pan desde temprano en el interior caliente
del horno, servicio que se hace ayudado de una la larga pala especial, hecha de
madera y que el maestro panificador maneja con destreza para saber ordenar en él las latas con los panes en masa aún.
Llegada la tarde,
los aromas escapados por los aires fríos de Corongo, se encargarán de llevar los
agradables olores a la vecindad y hasta donde puedan llegar, auto
promocionándose así, en cada día que la faena de elaboración del pan ha
terminado y que pronto saldrán a la venta.
Con la última lata de panes sacados del tradicional horno de barro coronguino, aun en reposo al final de la tarde todavía conserva su calor, aunque en menor temperatura pero lo suficiente para recibir en su interior a un último encargo del día, un comestible vegetal delicioso que tiene que cocer y para el nuevo amanecer ya se habrá convertido sus fibras y líquidos en ricas mieles densas de inigualables sabores que solo una calabaza o chiclayo horneado guarda para pocos. Cuantas añoranzas albergamos los que a pesar del tiempo transcurrido, guardamos en lo más íntimo de nuestro ser.
Son estos los recuerdos que guardo de la panadería "Bethel" de mi madre en Corongo. Aunque también recuerdo los pesados días que pasaba cuando la leña cortada de un gigantesco árbol de eucalipto llegaba en burros a la casa y eran amontonadas en el patio de ella y si yo estaba en momentos de castigo por alguna travesura o queja que había llegado a mi hogar, era el encargado de hacer las rumas ordenadas de las leñas de eucalipto que yo las veía de a miles enseñándome sus puntiagudas astillas, en el caótico patio repleto de ellas.
Las tenía que hacer si quería salir de casa al inicio de la penumbra y poder caer en brazo de mi adolescente amada, para que pueda mitigar en algo mis ampolladas y sufridas manos de tanto ordenar las leñas.
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