Caminito estrecho al pie del Llacllacán, que la incertidumbre del final de la monótona tarde, ve pasar por su sendero el andar del grupo de adolescentes que vuelven de matar el tiempo en sus faldas sin mayores sobresaltos ni novedades que comentar, pero que ésta en un instante desaparece dando paso a la rápida inquietud de la adrenalina juvenil en vivir una riesgosa aventura, tras la observación de un grupo de aves domésticas en un corral ajeno, que, se alistan a descansar trepados en los palos de la improvisada jaula custodiado solo por un oxidado candado adheridos a las argollas de metal fijadas en la tranca, como única seguridad existente. Que no será garantía de seguridad para ellos, apenas, la penumbra de la noche haya ensombrecido las últimas luces del sol.
Dos prendedores de negro metal
delgados de pelo de mujer, son suficientes ganzúas para violentar las trabas de
la seguridad del candado, habilidad de pocos, pero suficiente para dar paso a
los adolescentes que avanzan silenciosos allí, para capturar un par de robustas
gallinas, que cacarean asustadas, por la interrupción de sus descanso nocturno,
reacción tardía de ellas, porque el poncho habano silencia toda bulla de las
aves capturadas, en la violenta incursión pese a la protesta inicial del gallo del
corral, también.
La retirada de la enclaustrada jaula
improvisada de las aves de corral también es silenciosa, como cuando llegaron,
pero más apresurados para alejarse del lugar y dirigirse a la casa de Fili, ahora
ya en busca de la cocina de su hogar, cuyos padres le encargaron que vigilara
la vivienda familiar hasta cuando vuelvan de las cosechas y que por esta noche,
él, decidió que sean encendidos los leños y carbones de la cocina para la preparación
de una agradable cena improvisada y aventurera en ella, cuya recompensa será un
sabroso platillo de caldo de gallina hecho por ellos.
Tareas de cocina que se han dividido
para que ninguno se queje, en el mancomunado trabajo culinario que les espera.
Chulluc atiza el fuego de los trozos
de leños a todo pulmón, para que aumenten la fuerza de las llamas del fogón, que
tardan en hacer hervir la olla de agua que recibirá las presas de las aves
sacrificadas y que fueron preparadas ya por Edwin “Shiguina”, que siempre
comenta saber de estos menesteres.
El lento cocido de las carnes en la
olla, desespera a ratos a los adolescentes por verse servidos en los platos de
loza, que sobrepuestos esperan en la mesa de la cocina el oloroso hervido
saturando el ambiente con sus agradables olores, originando el humedecimiento
bucal de alguno de ellos exige apurarse con los fuegos de la olla de barro,
pujante en calores de los leños secos de eucalipto.
La tranquilidad de la noche
transcurre sin sobresaltos, cuando de un momento a otro se escuchan fuertes
golpes en la puerta principal de la casa, que da a la calle, poniéndoles en
asustada alerta, incluyendo a Fido, mascota que en estática posición debajo de
la meza esperaba que se acuerden también de él y lo incluyesen como uno de los
partícipes de la cena, pero, que ahora sale en fuertes ladridos para averiguar
el atrevimiento hecho por el desconocido visitante tocando la puerta, situación
inesperada para todos ellos que los pone nerviosos y los obliga a pedir al que más cercano este en
la olla hirviente bajarla rápidamente de la cocina para tratar de ocultarlo en
un lugar seguro, por la imprevista situación presentada. Aunque será imposible
que el aroma de los vapores de la sazonada olla ha saturado el ambiente y es
motivo de preocupación también… Porque no hay forma de disiparlo.
Fili, aseguro que nadie los
interrumpiría en esa noche en casa y que los golpes secos de la puerta, los
niega, esa certeza precedida.
Sale, con temerosa preocupación y
abre la puerta principal que da a la calle, preguntando de quien se trataba,
cuando dé un paso apresurado y casi violento hace su ingreso Juan de Dios, Policía amigo de casa encontrándose con ellos que habían salido apresurado en
una disimulada alerta, casi todos juntos a la puerta de la cocina, y ante la
curiosidad por su presencia que le hace Chulluc, le contesta en forma picaresca
el, y le dice que su “abuela le había dicho que estaba muy preocupada por él y
lo había mandado buscar”.
Respuesta sospechosa e inquietante
para él, pues su abuela también se había ido a la chacra a cosechar.
Un poco incomodos, por la acuciosa
mirada de Juan de Dios a todos los rincones muy cerca de la cocina, no se le
ocurre otra cosa a Chulluc, que aumentar el volumen del viejo radio a pilas de
onda corta, que se encontraba junto a ellos y que en esos momentos transmitía
casi en forma nítida “La Voz de Los Estados Unidos de América” con los
comentarios en vivo, sobre el alunizaje del “Eagle”, máquina humana que se había
posado en el satélite natural de la tierra, poniendo al hombre por primera en
el suelo lunar. Hecho histórico de gran interés mundial del momento, que frena
un poco la inquietante curiosidad del intruso, que sin interés en el histórico
acontecimiento, y para alivio de ellos, opta por emprender la retirada e inicia
el camino hacia la puerta de salida, cuando en forma inesperada pasa entre sus
piernas Fido, que también va buscando la calle en veloz huida con un pedazo de
carne de gallina cruda que encontró y que había estado esperando cogerla, en el
primer descuido de los improvisados comensales, para devorarlo con tranquilidad
allá afuera.
El acucioso intruso se percata de la
salida apresurada de Fido, pero sin lograr
distinguir lo que lleva el animal en la boca, por la oscuridad de la noche.
Fili, logra observar que su perro
tiene un trozo de presa entre los dientes, lo contempla en silencio por la
situación inesperada, teniendo que hacer un disimulo, para no hacer notar el
temblor de sus piernas, por los aprietos en que se encuentra.
Juan de Dios se detiene, Fili,
aguanta la respiración por un instante y al cabo de un momento interminable de
tiempo para él le escucha preguntarle, si su hermana Genoveva ya había
regresado de las cosechas. Pregunta que alivia la tensión desesperante a punto
de delatarse ya, y que responde que no, que todavía no volvían de las cosechas.
Tranquilizándolo al fin, y cerrando
rápidamente la puerta, para volver en apurados pasos a la cocina, en busca de
la olla del hervido, para ponerlo nuevamente al fuego y ante las preocupaciones
de los otros dos adolescentes, por saber si habían sido delatados, se encarga
de poner la tranquilidad del caso, no sin antes comentar del “robo” hecho por
Fido :
-Oe she en mi naríz pasó el “desgraciao”
menos mal que Juan de Dios, es medio ciego, porque si no terminamos la noche en
una “tragedia” carajo…
Dados los tiempos de cocción de las
carnes y comprobada su suavidad para ser ingeridos y después del susto, vino la
agradable cena con la repetición incluida, que satisface así las inquietantes
aventuras juveniles por disfrutarla, con el comentario infaltable de que no
todas las noches se come un apetitoso caldo de gallina ajena en una fría noche coronguina.
Posdata:
Al emprender la retirada de la casa con
la barriga llena y el corazón contento un acuerdo final como advertencia:
Ningún comentario al día siguiente en
el colegio por la aventura vivida.
Palabra cumplida al pie de la letra
por ellos, porque acabo de enterarme de esa faena juvenil casi cincuenta años después
por boca de uno de los protagonistas de la agradable cena, al que no tuve
invitación.
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