La interminable cabalgata, emprendida desde las primeras horas del día y después de casi finalizar la cansada bajada del estrecho camino de herradura, desembocamos en la entrada de la calle que nos llevara a cruzar hacia el “canto”, acantilado pasaje que bordea la ciudad de Cabana, en el final de un largo viaje desde Corongo y de lento recorrido que atravesó la explanada alto andina del Tuctubamba.
La zona frígida ancashina de más de cuatro mil metros de altura con lluvias, truenos y de ponchos de aguas para la lluvia con la cabeza bien cubierta con cascos de exploradores extranjeros, para mayor protección, si, el momento del clima de la puna lo exige o como también bien abrigados en días soleados al paso por entre resplandecientes lagunas azules o plateadas, que vemos temerosos por su majestuosidad y que los fríos vientos que agitan y ondulan sus orillas en las pedregosas límites hídricos que se deja ver, en los tiempos del verano andino.
Esta planicie alto andina también es el habitad de aves nativas del lugar, que muchas veces el trotar de los caballos de herrajes rompen la monotonía desolada y de repente se les ve agitar violentamente las pesadas alas de las guachguas, escurridizas aves. que huyen de los lugares donde se encontraban en bandada para buscar una mejor ubicación entre los claros de los pajonales y seguir picoteando la grama, en busca de sus alimentos diarios, por haber sido invadido sus dominios, al paso de los viajeros que interrumpieron sus pacificas estancias.
Recuerdo que yo siempre iba pensando
por ahí, a que llegase la hora de hacer una parada y buscar un lugar claro
entre los pajonales para que mi madre tienda la lliclla y saque los fiambres
preparados en casa antes de la partida que por lo general eran cuyes con papas
sancochadas o ñuñas fritas con manteca, el cual degustábamos sentados alrededor
de los potajes y las aguas calientes de panizara, contenidas en los termos,
para ello.
La bajada al otro lado de la larga
explanada andina es también lenta y a medida que se avanza en la amplitud del
horizonte, se comienza a ver las tierras agrícolas lejanas en sombras de las
distancias, a los pueblos que se asientan y que mi joven padre comenta que se
encuentran allí donde señala con su dedo, en las lejanías bajas al final del
departamento de Ancash y el comienzo del departamento de la Libertad que
también contemplamos con curiosidad de sus existencias.
Seguimos avanzando cuesta abajo por
el borde de una cañada y vemos que al fondo va discurriendo un pequeño cause de
aguas que baja desde los humedales o lagunas desde las alturas del Tuctubamba y
se interna entre las montañas y rio abajado a entregar sus aguas al Tablachaca
que dice que es el rio, Hualalay.
Entre las faldas de la montaña
también cruzamos una acequia canalizada de agua, cuyas tomas aprovecha los hídricos
de las alturas y que le llaman la sequía de los Reyes, pues, dice, que esta canalización
lleva esas aguas hasta las vaquerías de sus fundos en Huandoval para regar sus
alfalfares del que se alimentan sus ganados lecheros, convirtiendo después sus lácteos,
en quesos y mantequillas de reconocida calidad en la pequeña industria serrana que
poseen.
Ya ingresados al último tramo de la
bajada, se pueden apreciar el conjunto de techos rojos y blancas paredes a la
ciudad de Cabana, allí abajo, entre las faldas de las montañas con lado a la
costa del Pacifico, al cual nos vamos acercando al final de la tarde, lentamente,
pero seguros de estar allí ya al trotar cansado de los caballos, al final del largo
día de viaje.
El pequeño tropel de viajeros avanza
en busca del calor familiar que extraña mi madre, al lado de los suyos, pues la
responsabilidad laboral de mi joven padre, se ve obligada a hacerlo cuando las
vacaciones escolares de nosotros en Corongo, lo permiten.
Los bulliciosos herrajes de las parsimoniosas
cabalgaduras en un acompasado trotar por las empedradas calles de Cabana, despiertan
las curiosidades de algunos primeros personajes que encontramos en ellas, que
no conocemos en esta nuestra corta edad, pero, nos llaman la atención por su
diferenciado tono de hablar al dar un saludo de bienvenida a nuestro paso.
Algunos nos observan estáticos desde
las puertas de sus casas nuestro ingreso, lanzando miradas curiosas, habidos en
descubrir en el pelotón de los llegados a alguien conocido y que luego de una
auscultora mirada, reconocen a mi madre bajo el casco de viajero que lleva
puesta para la lluviosa travesía realizada, intercambiando saludos de
familiaridad con los que a primera vista la identifican.
En nuestra inocencia infantil vamos
descubriendo a medida que cruzamos la ciudad unos carteles de los comercios que
no son pocos, e indican una pujante actividad económica resaltante a la vista, que
seguramente es consecuencia de ser la capital de la provincia de Pallasca y el
paso de los negocios mercantiles en esta zona norte, de nuestro departamento.
Nuestros enrarecidos pensamientos se
van perdiendo en imaginarias visiones de la llegada a casa del abuelo Florencio
que tan presente lo tenemos por mi madre y las bienvenidas cariñosas con que
nos recibirán la mama Laura y seguramente el primo Lorenzo que de seguro ya se
enteró de nuestra llegada, pues el vive al costado de la casa del abuelo y
también de Jishu, contemporáneo vecino del frente de vivaces conversaciones y
notorio dejo típico de la zona, cuando desensillemos en el patio del aposento
familiar.
Una vez llegados y después de las
alegrías desatadas por la familia materna, las inquietudes de nuestra niñez
hacen las primeras exploraciones a la vivienda familiar para averiguar qué hay
de nuevo para nosotros, que podamos divertirnos en su momento.
Las penumbras de la noche van ganando
presencia y una vez instalados en la habitación de soltería de mama, luego de
la agradable cena, contemplaremos desde la ventana las siluetas oscuras de las
lejanas montañas dibujadas en el estrellado cielo nocturno, donde se ubican las
minas de Quiruvilca en la Libertad, explotación minera donde trabajo papa
Florencio en el taller de herrería y mecánica de banco, oficio que también
ejerce en el taller que tiene montado en el primer piso de casa. Un vago
recuerdo de haber estado traveseando allí, invade mis pensamientos ganándome
así el cansancio por aquella noche y rendido quedo en los brazos de mis sueños.
Los primeros rayos matinales que se
filtran por las rendijas de la ventana de la oscura alcoba, acelera nuestro
temprano despertar e inquietan nuestros pensamientos para visualizar cuando
abramos las puertas de la ventana, que nos encontramos lejos de nuestra
habitual residencia, pues la casa del abuelo a la salida de la ciudad allí
junto al rio, nos ubica en un bello escenario de multicolores matices andinos
de la verde y alcanforada vegetación, acuarela perfecta que el bello fondo
azulado y límpido cielo serrano resalta y que nuestros ojos disfrutan de este
esplendoroso paisaje.
En el entablado del segundo piso se
escucha el andar de los pasos seguramente de la mama Laura, que luego de haber
ido a inspeccionar el avance de la molienda de los granos abastecidos en la tolva del molino de piedra
que tiene en el fondo de su residencia junto al cauce del rio, ha vuelto ya
para preparar el desayuno de fresca leche y deliciosos panes, amasados por sus manos en sus artesas
de madera y cocidos en el horno de barro, allí en el patio de la casa por ella,
manjares que disfrutamos junto a porción de chicharrones de “coche” que
servidos esperan en la mesa de la cocina.
Engreimiento que solo las abuelas
saben preparar.
La mañana soleada propicia nuestras
inquietas observaciones a lo que nos rodea junto al primo Lorenzo, que vino a
visitarnos ni bien amaneció en su curiosidad infantil, de saber algo de
nosotros y de nuestra lejana residencia habitual.
Hacemos un recorrido por la
residencia del abuelo y me comenta que allí tras el portón que observamos se
encuentra el taller de papa Florencio. Mi curiosidad es mayor a cualquier
advertencia que me hace para no entrar allí, porque es un lugar casi sagrado
para él, que nunca se atrevió a ingresar por el respeto que le tiene a su tío
Nesho, diminutivo con que identifica a mi abuelo.
Sus advertencias son demasiadas
tardes porque yo ya entreabrí el portón y la penumbra de la luz que se filtra
en el oscuro ambiente, me emociona sobre manera porque nunca había estado en un
lugar igual al ver las maquinas del taller estacionadas allí a la espera de
entrar en acción para taladrar o moldear las piezas en el pesado yunque, o, en
el pesado banco de trabajo lleno de herramientas menores que manipulo con
singular aprecio, disfrutando esos momentos y que seguramente han sido
transmitidas en mis genes, como herencia familiar materna.
En unos rudos andamios que rodean
aquel lugar, observo interesantes piezas de desarmados tecles, que nos pueden
servir como ruedas para construirnos un pequeño coche al que podamos montarnos
y divertirnos en las polvorientas bajadas del camino que pasa delante de la
casa.
Descubro un montículo de trozos
rocosos negros y brillosos al fondo del lugar, que luego me enteraría que es
carbón de pierda, y que me sirven de impulso para de un felino salto me adhiera
con las manos a un redondo y largo palo de madera que atravesaba el lugar y
siento que esta sede en forma de palanca y al mismo tiempo se escucha un violento
ruido a medida que bajaba, como el bramido de un toro allí cerca a mi en franca
pelea que me aterroriza cayendo en un trastabillado movimiento al piso y cuando
volteo en busca de la entreabierta puerta para huir de allí puedo ver que el
primo Lorenzo también salía despavorido como alma que el diablo lleva hacia la
luz del patio al que llego agitado y asustado y me dice:
-
Cho… ¿Qué has hecho? -Me increpa
No tenía explicación a mi travesura
infantil que un simple salto y ágil adherida de un palo que los aires cruza
hasta que me vuelve a decir:
-
Oe cho… creo que has bajado la palanca de la fragua de tu
abuelo y que acciona el pulmón de cuero
que se encuentra atrás…
¿Fragua? pero si parecía un bramido
de toro…
Después de un momento de cavilaciones
le digo vamos a ver de qué se trata y el, un poco temeroso aun me sigue dudoso pues
a mí también me embargaba el temor, pero no se lo hacía notar para que me
acompañe en reingresar al oscuro ambiente y averiguar la razón del violento
ruido.
La tétricas sombras reinantes allí
atemorizan, nuestras infantiles curiosidades, pero llegamos hasta el fondo del
taller y observo que se trata de un gran “pulmón” de cuero que accionada por
los mecanismos de la palanca de palo en un subir y bajar del cuero almacena
bocanadas de aire y las lanza a la hoguera del carbón de piedra de la máquina
para oxigenarla y así fortalecer el fogón y poner al rojo vivo las piezas de
metal a forjarse en el menor tiempo posible, labor que mi abuelo realiza cada
vez que lo requieran.
En un viejo estante descubro diseños
de máquinas en papeles especiales y además una colección de la revista
especializada de Mecánica Popular, publicación norteamericana de la que el
abuelo era un fiel suscriptor por la forma en que la tiene archivada y al ojearla
descubro como el santo grial de los diseños de construcción fácil y explicada
de juguetes infantiles, fabricadas con las pocas herramientas que se puedan
poseer.
Creo que estoy en el paraíso de la
diversión precoz.
El abuelo durante la semana se encontraba
en su fundo de Waybara que atiende, ubicada en la zona templada a unas horas de
Cabana siguiendo el curso del rio que desemboca en el rio Tablachaca en el
límite de los departamentos de Ancash y La Libertad.
Así que por ahora somos los dueños
del taller y ponemos nuestras pequeñas manos a la obra y al cabo de unas horas
de construcción tenemos un “carro” de cuatro ruedas de fierro, con dirección
incluida, para la diversión.
Nuestro amigo y vecino Jishu vive al
frente de la casa del abuelo, en una elevada ubicación y en una amplia loma,
que terminan en verticales acantilados como paredes del rio Cabana que se va
perdiendo en sus profundidades, nos sirven de ideal terreno para construir
nuestras “carreteras” por donde haremos transitar el rodante juguete, en
interminables horas de diversión.
Llegado el abuelo el fin de semana
desde su fundo que posee y atiende se entera de que cogimos las piezas de
repuestos que almacena y que son de difíciles obtenciones en los perdidos
pueblos de nuestros andes, porque esas son piezas que cuida para solucionar
requerimientos de esporádicos clientes y que cogimos si autorización alguna. Pero
seguramente sonreirá al ver nuestros juguetes de ruedas, que descansa en un
rincón de su casa, esperando un nuevo día para volver a rodar.
Los conocimientos adquiridos en las
minas de Quiruvilca le han servido para construir también el molino de piedra,
que la mama Laura administra, movido por la fuerza hidráulica y canalizada en
una casi vertical caída de agua que trabaja día y noche y que ella atiende
según el requerimiento de molidos por su clientela ayudando así también al
sustento económico de casa, servicio, ininterrumpido que da la abuela para
satisfacer las escaseces de las harinas alimenticias de sus clientes, que
lámpara en mano a medianoche ella, hace un chequeo en el avance de la molienda
ver a la rueda de piedra ronronear con
el grano en constante giro del molino del granito y que nunca deben quedarse
sin ellos, para no sufrir dañinos deterioros.
Alguna vez nos atrevimos a caminar
junto a ella, en altas horas de la noche, más por la curiosidad de sentir a
estas viejas máquinas hidráulicas trabajar en las oscuras noches andinas.
Las vacaciones escolares se van
acabando y las diversiones infantiles en la tierra de mi madre también, el
retorno a Corongo se acerca y nuestra vuelta será por la costa. Tomaremos el
servicio de transporte de pasajeros que nos llevara hasta la estación de Quiroz
en unas cuatro o cinco horas de viaje para abordar el tren que nos transporte con
dirección a Chimbote y al día siguiente tomar el tren de pasajeros de Huallanca
para llegar hasta la estación de Yungaypampa y de allí tomar el ómnibus a
Corongo.
Corolario de viajes que guardamos en nuestra memoria por haberlas vivido a plenitud, en tiempos de nuestra infancia y que ahora la recordamos con cariño, pese al tiempo transcurrido.
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