Han pasado cincuenta años o medio siglo ya de esa fatídica fecha, hoy, que para muchos de los ancashinos de aquellos tiempos seguramente en juventud o adolescencia recuerdan con tristeza, aquel hecho telúrico en el suceso del inicio de sus vidas, que cambiaron para siempre la historia de ellas.
Recuerdo aun, que en el amanecer de
ese día me despertaron los crujidos de la puerta de madera, golpeada por las
corrientes de unos aires inusuales para la época estacional que recorrían la
calle grande en el final de ella, que seguramente la encontraban como un
obstáculo ahí para proseguir su recorrido que era a la vez la puerta de mi
dormitorio, en la esquina que se ubica en el final de ella y el inicio de la
calle más angosta que sube hacia el camino para Ñahuin, en el barrio del San Cristobal.
Estos extraños acontecimientos en el amanecer de ese domingo, que era un domingo nada común como los otros domingos del calendario anual de nuestra joven vida, pues la llegada de ese domingo era el inicio de un nuevo un día esperado por la mayoría de los peruanos de aquel entonces que vivían ya con anticipación el debut del equipo de futbol peruano, que el año anterior había clasificado a un mundial en muchos años de no saber participar en estos campeonatos de universales fiestas deportivas de futbol, con gran calidad futbolística de sus integrantes cuya generación de deportistas marco un antes y un después de ellos en el Perú para ese deporte, como un AC y DC de la era cristiana que nos rige a los habitantes del mundo occidental para marcar así, hechos históricos del desarrollo de la humanidad más resaltantes sucedidos.
Ese nuevo campeonato mundial de futbol que ya se comenzaba a jugar en el país azteca
de México y en la ciudad de Nuevo León, como cede del debut del Perú, unos días después.
Domingo 31 de mayo 70…
Al promediar el medio día, la concurrida
plaza de armas coronguina se encuentra como un acostumbrado día dominical de
las pequeñas urbes provincianas, de una misa en la mañana en la iglesia del
pueblo, un mercado abastecido de los productos alimenticios recién llegados
desde las huertas aledañas o desde la costa, como Chimbote, con productos y
frutas que producen en esas zonas, además de los pescados frescos, que muchos
pobladores coronguinos seguramente hicieron sus pedidos con anticipación a la
casera, que las trae cada fin de semana para ser entregados en las mañanas
dominicales con tiempo para ser preparados en sus cocinas para el almuerzo.
Los jóvenes estudiantes buscamos
también ser partícipes de las mañana dominicales, saliendo de casa para la
plaza y ubicarnos en alguna de las bancas favoritas para nuestras tertulias
domingueras y de paso en observancia de las gentes que transitan en ella, talvez de
algún visitante extraño que llegado o esperando disimuladamente también ver si se puede en algún
momento pasar a la jovencita que vigilamos sigilosamente desde allí, lejos, de
la vigilancia de sus padres y que ya, sabemos que lo hará en alguna de las
direcciones de las calles que es la rutina de sus andares dominicales que le descubrimos, ya, en busca del mandado hecho en casa y que aun ella,
no sabe, que, en nosotros despertó ansiedades de llegar a ella para ver si en
algún momento logramos ganarnos sus cariñosas atenciones.
Entusiasmados nos encontramos allí,
alrededor de una banca junto con nuestro profesor de inglés Cesar Talledo,
escuchando en la pequeña radio a transistores de onda corta que posee los
comentarios que se hacían en los programas deportivos limeños que lográbamos
captar en aquella mañana, con bastante nitidez y que giraban estas totalmente alrededor
del debut del inicio de futbol mundial con el primer encuentro a cargo de el equipo anfitrión México y de el otro lado Rusia a escenificarse en el Monumental Azteca.
Mientras tanto la mañana se mostraba
algo agitado en su comportamiento natural diario de la estación, pues había un
inusitado viento recorriendo la ciudad que a veces levantaba polvo, por ahí, en,
los pequeños remolinos que se formaban llamando la atención de el profe Talledo, un personaje de treintañera edad más o menos, según recuerdo y por lo vivido ya
se anima a hacer un comentario no deportivo del momento y dice:
-
Creo que va a ver temblor…
La mayoría de los allí presentes ni
se dieron cuenta de lo dicho por el profe, que pasó desapercibido seguramente aquel
comentario para ellos, pero que para mí no fue así, porque, al instante
recuerdo yo los golpes del fuerte aire de aquella madrugada, contra la puerta
de mi dormitorio al final de la calle grande, como ya lo narré lineas arriba.
El incidente de esa mañana, quedo
allí, y como es costumbre en el inicio de los veranos andinos de tardes
soleadas de mayo, los retos deportivos de la juventud hechas de boca quedaban
pactadas con anticipación para ser definidas en las tardes dominicales después del almuerzo en Cochapampa, hermoso
campo deportivo coronguino, único en tota la región ancashina, que nunca pierde
el verdor de sus alfombras naturales de la grama andina llamada picuyo, tan resistente para nuestro campo de futbol y muy dañina e invasora de los terrenos de cultivo agrícolas que siempre
tienen que cuidarse a no dejarlo que les llegue y avance allí, malogrando los sembríos o espacios agrícolas.
Llegamos a Cochapampa a eso de las
tres de la tarde junto a Calolo Ramirez, mi inseparable amigo de barrio,
montados en la bicicleta Monark roja que teníamos y una vez descendidos de ella,
me pongo a saludar a los que allí que se encontraban ya arrecostados algunos en
el gras además de los muchachos y muchachas llegados también que charlaban o
jugaban con algún balón suelto por ahí, mientras tanto Calolo aprovecha para
darse vueltas en la bici e ir en busca de entregar los encargos de saludos
enamoradores para la adolescente que allí se encuentra también y que no perdemos
las esperanzas de llegar a conquistarla en algún momento que nos lo permita.
3.15 pm. de la tarde…
Una vez vestidos con nuestra
pantaloneta corta acostumbrada y calzado los chimpunes “Olimpicos” de moda que
según el periodista Pocho Rospliguiosi de “Ovación” el programa deportivo más
sintonizado del Perú de aquel entonces irradiado por radio el Sol de Lima,
calzaban los jugadores de la selección peruana en el mundial de Mexico 70, chimpunes que
gentilmente nos regaló Papá, comenzamos a escoger a los jugadores para nuestro
equipo con los que querían ser participantes del reto futbolero a disputar nosotros en
ese instante, despreocupados, como siempre lo hacíamos allí, todos juntos, cuando de un momento a otro en un raro ruido fuerte llegado en los aires y de paso el piso de gras del
Cochapampa comenzó a temblar, a, moverse cada vez con más violencia, junto al gran ruido sordo y profundo salidos y llegados a nosotros de las mismas
entrañas de las montaña perpetuas, si, de esas montañas que siempre
contemplábamos en cada día de nuestras vidas, en nuestros diarios amaneceres,
que nos enorgullecían sus verdores de sus cubiertas naturales, de, tenerlos
siempre ahí, estáticos, fijos siempre en los horizontes de nuestras miradas cotidianas,
y que ahora, este raro momento llegado los contemplábamos balancearse como barcos
en gigantescas olas de un agitado de mar, como, simples e insignificantes
objetos ondeantes de una desatada tormenta marina con inusitada violencia que
hasta el helado y perpetuo nevado del Champara, la belleza resaltante del
paisaje coronguino, ahora, es un insignificante objeto zarandeado, para ella.
Todos los presentes, muy asustados dirigíamos nuestras vistas
instintivamente a mirar a las ciudad desde allí, algunas de nuestras
jóvenes amistades se arrodillaban pidiendo clemencia, pidiendo misericordia a
Dios por esa furia desatada de la naturaleza, otros, impávidos paralizados
asustados, como yo solo contemplando el horizonte agitado y rogando a que
termine ya de moverse la tierra en nuestros pies, que nos hacía saltar una y
otra vez, de pronto mirar cómo van apareciendo rajaduras en el gras, luego ver
salir por ahí cerca de nosotros filtraciones y pequeños chorros de agua hacia
arriba, como un geiser fantasmal brotando del gras mezclado de arena fina, en otros lugares hallar bolsones de gras con agua debajo de ello, formados bajo
su alfombra verde que lo sentíamos hundir por nuestro peso al pasar por ellas,
cuando huíamos de allí en busca de la ciudad una vez paralizado el movimiento
telúrico.
Terminado el temblor a los pocos
tiempos de la naciente calma implorada y concedida por dios y todos los santos
llamados e implorados por todos los presentes allí, el cielo de todo el
horizonte de la urbe coronguina, fue invadido de una inusitada nube de polvo gris
surgidos seguramente de las tierras movidas y soltadas de las casas, cuyas
paredes de adobes habían danzado, como danzas diabólicas inducidas por extraños
poderes sobrenaturales, llegados repentinamente.
Todos los allí presentes en el campo
del Cochapampa, comenzamos a correr y volver apresuradamente a la ciudad, yo monte la bicicleta junto a Calolo y emprendimos la vuelta a la ciudad y mis
pedaleos ahora sobre ella, eran como nunca lo había hecho antes en busca de
las calles que nos conduzcan a nuestras respectivas casas y averiguar de la
suerte de los nuestros que allí quedaron cuando salimos. En el trayecto descubrimos
que nuestras acostumbradas calles ya no eran las que hacía unos pocos tiempos
atrás habíamos dejado, tuvimos que sortear caídas rumas de tejas rotas, adobes
caidos de algunas paredes derrumbadas, maderos de las cornisas de las casas por
ahí caídos también y mucho llanto desesperado y sufridos lamentos de las gentes
por doquier, en sus puertas, asustados en extremo máximo por lo sucedido.
Llegué a casa y en ella no encontré a
nadie, salí nuevamente ya en desesperación y para suerte de mis enervados
nervios veo a mi madre con mi hermana y hermanito niño aun volviendo del rio,
allí les había agarrado el temblor cuando por bendición de dios se iban a
visitar a alguna amistad en aquella tarde.
Calolo, por su parte también
verifico que su familia se encontraba bien y salió nuevamente en mi busca y me
pide que nos dirijamos hacia la plaza, para averiguar de la gente mayor, si ya se sabían de algunas de noticias de lo sucedido. Lo que encontramos, allí también era una imprevista tarde de llanto y lamentos de las gentes, principalmente de
las señoras y niños asustados.
Por otro lado pudimos observar a
algunos de los concurrentes mayores que allí se encuentran, manipulaban sus
radios a pilas tratando de sintonizarlas en las radios más potentes de la onda
corta del Perú que se pudiera captar en aquel entonces, para poder escuchar las
noticias que se pudieran irradiar desde la capital de la república.
Lograda la sintonización de la radio
buscada, estas informaban que desconocían aun el epicentro de la hecatombe,
creían que Lima había sido el centro telúrico de lo sucedido.
A medida que fue avanzando la tarde
se fueron enterando que nuestro departamento de Ancash, la situación pos
temblor era mucho más grave, que la vivida en la ciudad capital.
Comenzaron a fluir masivamente
noticias que daban cuenta con más horror que eran mucho más grave de lo que se
pensaba allí.
En nuestro departamento ya había sido
localizado como el epicentro del suceso telúrico y que esta había sido de 9.8
grados en la escala de Richter, un sismo bastante grave, que tambien había
hecho temblar a casi las dos terceras parte de los países de nuestro continente
sudamericano de esta parte del Pacifico.
Entrada la noche, ya se escuchaban
las noticias en las radios que daban cuenta de la desaparición de la bella
ciudad de Yungay por un aluvión bajado de las faldas del nevado Huascarán.
Yo en algunos años antes tuve la suerte
de estar en sus calles, en su mercado, en su plaza y que ahora al parecer ya
nunca más estarían. Me comencé a imaginar aun que no era cierto lo que se decía,
no se puede destruir una ciudad medianamente poblada tan fácilmente. Creia.
Entro la noche, la gente estaba muy asustada por doquier en
Corongo, esa aquella primera oscuridad natural llegada, fue diferente para
todos, se armo toldos en los lugares abiertos de sus casas con todo lo que se
podía tener a la mano para ello, se armó improvisados lechos y camas para pernoctar
en ellas, porque, las réplicas del
movimiento telúrico eran muy fuertes y se repetían constantemente, previa
llegada de un fuerte ruido y rugidos de en las profundidades de la tierra y
replicados esos ruidos en los aires que llegaban a nuestros oídos como mensajes de la muerte que atemorizaban de
sobremanera a todos los seres vivos allí encontrados, incluidos las mascotas de
casa, que lanzaban sus aullidos también, llenos de espanto.
Todo a partir de ese día cambia para
siempre en las ciudades ancashinas, Corongo, quedo totalmente aislado en los
primeros días o semanas posteriores al fatal sismo. Todo olía, todo se presentía,
todo se sentía a muerte en nuestros alrededores a medida que las noticias
llegaban a nuestros oídos.
Con Calolo siempre hacíamos
recorridos por la carretera rumbo al Mirador, cuando se nos ocurría hacerlo en
la bicicleta nuestra, como una manera de matar el rato.
Al segundo o tercer día de la hecatombe,
le sugiero que nos vayamos al Mirador a ver que sucedía más allá de nosotros,
en las profundidades lejanas de los andes, pues las oscuridades casi
invernales ocasionadas por las nubes de polvos en los aires nos atemorizaban
salir aún más lejos de la ciudad
Cogimos la bicicleta y nos dirigimos
al Mirador. Lo que encontramos o mejor dicho lo que no encontramos más visibles
que nunca fueron esas buscadas profundidades por nuestras vistas, porque estas habían desaparecido y se encontraban ocultas, bajo oscuros polvos
acumulados en sus aires por los derrumbes ocasionados de las montañas como
hacia La Pampa, hacia el Callejón de Huaylas, no se veía más esas cañadas y
quebradas formadas por las montañas ancashinas.
Estas duraron varios días en
despejarse.
A la semana del 31 de Mayo fatal,
comenzaron a llegar los primeros helicópteros a Corongo, que para los que
estábamos ahí, eran como unas esperanzas de alientos de vidas caídas del cielo.
Estas aterrizaban en Cochapampa, a
donde corrían algunos de nuestros amigos en tropel a curiosear esos raros
artefactos mecánicos voladores.
Calolo y yo les ganábamos a todos,
porque siempre íbamos en bicicleta los dos para allí.
La plaza de Corongo una vez llegado
la oscuridad se convirtió en el centro nocturno juvenil de total libertad para
poder disfrutar de los amores escondidos que vivíamos en esa nuestra
adolescencia, sin más luces que las linternas a pilas de los que las podían
tener, caminando de la mano de ella entrelazados bajos nuestros ponchos como
estratégicos protectores del frio y de nuestros mutuos amores. Que no
olvidamos.
Los mayores salían tambien en busca
de informaciones y consuelos por noticias recibidas en las radios que
comenzaron a usarse como mensajeros por los familiares lejanos, que se
encontraban fuera de allí, por diversos motivos.
Aunque muchos tambien salían para un
encuentro marginal de amores con mucha mayor facilidad.
El aislamiento total coronguino duró unos largos meses, solo se podía entrar o salir por medio de los helicópteros
que llegaban con ropas donadas del extranjero o víveres y medicinas que
escaseaban.
Las carreteras derrumbadas tardaron
más de un año en ser rehabilitadas.
El ferrocarril del Santa quedo
totalmente destruido por el terremoto y después también, aun mas, por el aluvión
bajado desde el Huascarán en el cauce del rio Santa hasta Chimbote.
Yo, termine la secundaria ese año y
en enero de año 1,971 enrumbe hacia la ciudad de Lima, en busca de los
estudios que deseaba seguir y al encuentro con mi padre Francisco Nieves Rodríguez,
que ya trabajaba en el poder judicial en la capital en la sede del Palacio de Justicia.
Cuando salí de Corongo, lo tuve que
hacer a pie hasta Yanac, esperar algún ómnibus de pasajeros que bajase de
Sihuas y que me traslade por el Callejón de Huaylas hasta Huaraz, la única ruta
posible de tránsito a la costa.
Lo que viví en ese viaje recorriendo
el Callejón de Huaylas, casi un año después del terremoto, fue atroz.
Yo conocía el callejón de Huaylas
desde años antes del terremoto, inclusive viví y estudié el primero de media en
el internado del colegio Dos de Mayo de Caraz, en el año 1,965.
Mi encuentro con esta nueva realidad
del Callejón de Huaylas, me marcó de sobre manera en mi vida posterior, fue
triste observar esas bellas ciudades desbastadas por el terremoto.
En Caraz la carretera pasa junto al
cementerio, cuyos pabellones de difuntos estaban destruidos, con, los cajones
de los muertos expuesto al aire libre, mostrando los despojos mortales de los
difuntos al aire libre.
Pasar Yungay Hermosura era de difícil
comprensión para mí, de entender de lo que es capaz de hacer la naturaleza con
una ciudad si esta, está bajo sus bellas montañas peligrosas, ya no quedaba
nada de ella, solo el cementerio estático allí en lo alto de una pequeña
formación rocosa, erguida en medio de la nada ya seguramente estuvo resistiendo
firme para que quede allí de los embates del violento del aluvión llegado desde
las alturas del Huascarán.
Santo refugio de los pocos yungainos
que llegaron hasta ahí, en busca de su amparo por sus vidas.
En fin, todo lo demás ya es ahora
solo un recuerdo del pasado.
Hacen cincuenta años de los trágicas y fatídicas horas que vivimos un 31 de mayo de 1,970, cuando nosotros jóvenes aun la naturaleza nos mostrarnos su violencia destructiva que quedo gravado para siempre en nosotros.
Fotografias:
0 Comments