Amanecer en las lagunas de POJOJ…

En las horas del recreo en el colegio me agradaba siempre iniciar alguna conversación sobre aventuras fuera de la ciudad con Jorge Ingar “Bedoya” mi cómplice de arriesgadas correrías más aún si me había enterado de que alguien lo hizo, para hacerlo también nosotros los fines de semana fuera de la ciudad siempre y cuando no tengamos algún partidito de fútbol en Cochapampa.

Siempre se nos metían en nuestros recreos las conversaciones de los comentarios oídos por alguno de nosotros a algún conocido, que de vez en cuando andaban de pesca o caza de venados por las punas.

 Y casi siempre despertaban en nosotros la adrenalina de vivir y aventurarnos a hacerlo también. ¿Por qué no?

Así que decidimos arriesgarnos a ir a la puna a pescar truchas en las lagunas de Pojoj, los dos, pues seguramente los compañeros mayores que oían nuestras entusiasmadas charlas de nuestra adrenalina adolescente, se reían de nuestras locas decisiones.

Habiendo intercambiado opiniones y también considerado el avituallamiento necesario para ese viaje incluidos las acémilas respectivas para cada uno, nos pusimos de acuerdo que el sábado que se aproximaba, saldríamos en la madrugada hacia ellas.

Estas lagunas se encuentran en la puna de Tuctubamba, por encima de los cuatro mil metros aproximadamente hacia el lado hídrico de Corongo, que da origen al río que atraviesa el hermoso valle coronguino.

 Mi amigo Rubén Olivera, algo mayor a nosotros y un asiduo concurrente a ellas me comento que había estado una semana atrás por allí, de pesca.  

En otra mañana previa de esas que a veces son imprevistas, pero de mucha utilidad, encuentro a Pablo Cuba, que también iba a pescar siempre a Pojoj y seguramente al ver mi entusiasmo por lo que planeaba en forma confidencial como un secreto suyo, bien guardado, me confía:

 - A ti solo te cuento y espero que no se lo digas a nadie más…ahhh

  En la laguna chica negra que está a la derecha de la entrada también hay truchas y allí pican con anzuelos, no tires mariposa porque se asustan, eso si te advierto, que cuando te acerques allí no tienes que hacer tampoco bulla si quieres que piquen.

Luego me advirtió. Que nadie sabe eso y si se entera alguien más será porque yo haya hablado.

 -A ti te cuento ese secreto porque eres mi amigo, termino diciéndome.

Con ese dato por confirmar en persona ya que en una vez anterior ya había estado con Rubén por allí, pero no le prestamos atención a esa pequeña laguna, pues la verdad que ni el, sabia eso porque si no lo hubiésemos visitado.

Llegue con las novedades al colegio y pregunte: Que dices Bedoya ¿vamos el sábado que viene?

Yo que conocía bien a mi cómplice de aventuras, sabía que no pondría ninguna objeción a ello.

-         Claro she…Vamos para allá.

-         Hecho entonces cumpa…

    -  Ahora llego a casa y tengo que pedirle con tiempo permiso a mi papa para llevar su caballo moro.

     -  Bueno yo voy a ver si me alquilo uno con tiempo. Ya sabes que tenemos que salir a las tres de la mañana, para estar llegando a las seis más o menos cuando este amaneciendo.

   - Claro she, me dice, yo salgo de mi casa (Que se encuentra en la salida de la carretera al Mirador después del Arco) y espero que estés listo tú a la hora que llego para partir.   

   - Bien, entonces vamos a Pojoj, el sábado...

   - Claro… a las tres de la mañana vienes a mi casa para partir a esa hora

   - Ya she, a las tres estoy en tu casa y espero que estés listo no te vayas a quedar dormido como la otra ves que nos fuimos al rio Manta de Cuzca y tuve que despertarte...

    - No te preocupes que esta vez no me dormiré…

Llego el día viernes. Yo no pude conseguir el caballo que siempre alquilaba, pero me propusieron que me llevase el burro macho que ese día no lo necesitaba en las faenas diarias.

En vista que no había otra alternativa no me quedo más que aceptar la propuesta pues ya era muy tarde para cambiar de opinión y además. nada se nos hacía imposible de realizar si ya estaba decidido a hacerlo.

El viernes cogí mi lata de Nescafé vacío y me fui a la Champa al pie de la planta eléctrica a buscar lombriz para la carnada, alistar mi cordón de cincuenta metros de nylon con los anzuelos y plomos en buen estado, mi mariposa de pesca, y luego recogí el burro al atardecer lo instalé en el patio y me puse a descansar temprano, en casa.

Era mediados de julio estábamos en el verano andino, así que, no teníamos problema con el tiempo.

No hay lluvias, los días son soleados de cielos despejados. Todo propicio para salir a las punas, en tranquilidad. 

Entrada la noche, no podía concebir el sueño pensando en cómo nos iría en esta nueva aventura, me preocupaba si todo saldría bien, sin ningún contra tiempo, porque siempre existe un temor a lo incierto en la intimidad de uno, aunque nunca lo manifestaba.

Era una nueva aventura a emprender que nos gustaba disfrutarlo.

Entre vueltas y vueltas en la cama pasaban las horas con una lentitud interminable cuando entre la soledad de mis pensamientos, siento el trotar característico de un caballo en ligero caminar acompañado del bullicioso ruido del golpe de sus herrajes en la calle empedrada, pisando fuerte, que se acercaba a la casa y a estas horas en el silencio absoluto de la madrugada todo se escucha con mucha nitidez, más aún para mí, que dormía en el almacén de las harinas y latas de aceite de la panadería “Bethel” que tenía mi mamá, cuya puerta externa da al final de la calle grande.

En mi alertada somnolencia escucho que se detiene junto a mi puerta de calle y Bedoya lanza el silbido que nos identificábamos siempre. Me levanto de la cama y salgo presuroso a decirle que en un momento estaría listo para partir.

Impaciente el me pide que me apresure diciéndome que ya va a amanecer...¡¡así que apúrate ya!!

Salgo de la casa jalando el burro preparado para el viaje por el portón y medio asombrado él, con los ojos bien abiertos, tras sus gruesos lentes de vidrio por la inesperada sorpresa que me observa dice:

-¿Qué?  ¿En esa cosa vas a ir a la puna? 

-¡Claro! No pude conseguir el caballo, pero este burro es fuerte y que no tendrá ningún problema en trepar el camino rio arriba porque me han dicho que siempre lo buscan para traer sacos de papas de la puna de Ato.

Mientras Bedoya murmuraba su molestia hasta podría decirse su espanto a mi atrevimiento de llevar a el burro como cabalgadura, me puse a observar el tiempo levantando la vista hacia el estrellado cielo para buscar en su exactitud la ubicación de la luna como referencia horaria habitual, de, un practico control del cuadrante astronómico nocturno de emergencia horaria serrana para ubicar a la luminosa luna, y, veo que esta, está, en una esplendorosa plenitud de su máxima luminosidad en el medio del oscuro cielo límpido y que es presagio para que cuando amanezca habrá un gran día soleado.

 Le pregunto:

   - ¿son las tres de la mañana no?

   -Si she…He puesto mi despertador a esa hora.

Yo comencé dudar por la fuerza del brillo de la luna y le dije:

 Pues me parece que fueran, las doce de la noche...

-      No, son las tres de la mañana…Así que apúrate que se nos hace tarde y con en ese burro de mierda…

-      Vamos a llegar de día a la laguna                                                                                                                                  

       Entonces vamos, ya, le contesto, para apaciguar su molestia.

Partimos y enrumbando por el camino a la salida del San Cristóbal por el trayecto junto al rio arriba avanzábamos trepando el ascenso lentamente, dejando la ciudad atrás, ahora acompañados por el chillidos de los grillos y demás insectos que pueblan los ramales que bordean el camino o a veces el murmullo de las aguas del rio, acompañantes ideales en nuestros nocturnos andares que disfrutamos en la intimidad. Llegamos a la Nueva Victoria, que en silencio absoluto duermen sus habitantes ahora solo roto por el ladrido de los perros de alguna vivienda de típica construcción serrana que bordea el camino, que no los vemos, pero nos reciben así gruñendo a rabiar cuando nos sentían pasar o tambien él cantar perdido en la oscuridad de algún gallo que seguramente despertamos y lanza apresurado su quiquiriquí que anuncia la llegada del nuevo día a todos los que viven allí.

Seguíamos poco a poco por los silenciosos parajes de nuestra caminata en la oscuridad de la noche fría, recordando alguna ocurrencia o comentario sobre algo que podíamos observar bajo la luz de la luna, que en contrastes oscuros y claros, que, las sombras de la noche forman alrededor del camino y que de cierto modo infunden temor en nuestro ser pero sabemos que callando nuestros miedos ambos son mucho mejor, para la tranquilidad de nuestro viaje.

Pasamos Ñahuin y al cabo de un rato de nuestro lento transitar los fríos de las soledades de las alturas nos recibe con nuestras entumecidas piernas, más yo, en mi incomoda cabalgadura, trotona, que no hago caso el constante golpeo de sus cortos pasos porque me entusiasma que estemos, ya, por ahí.

 Han transcurrido un poca más de dos horas de cabalgar sin detenernos y comenzamos a sentir el frio helado, del aire que se respira, que, arañan nuestras mejillas y raspan nuestras fosas nasales en cada respiración pero que es el indicativo de entrada, a la puna, además se puede observar ya que el campo comenzaba a cambiar a el color amarillezco pálido poblado de pajonales y plantas silvestres de las alturas.

Hecho una mirada al cielo y veo que la luna parecía que no había avanzado nada en su recorrido celestial o talvez un poco, yo lo veía que seguía casi igual en su posición en el oscuro firmamento estrellado, lo poco, que había avanzado me comenzó a preocupar porque no parecía que ya estemos cerca de un nuevo amanecer.

Y pregunto:

         - Oe... ¿Estás seguro que hemos salido a las tres de Corongo?

        - Claro, las tres han sido she…

Me asegura con certeza embarazosa para él, con sus vivarachos ojos tras los gruesos cristales de sus lentes, aunque conociendo, lo pendeivis que era cuando se encontraba en una posición en desventaja circunstancial, sabe el que yo ya comienzo a dudar de él.

 

-         - Pero mira la luna…casi nada ha avanzado

No era la primera vez que iba a la laguna de Pojoj, lo había hecho en varias oportunidades y me pareció que con seguridad que no era la hora que Bedoya aseguraba ser y podía jurar, que no había puesto bien la hora en su reloj despertador o no se puso los lentes a la hora de programarlo para que timbre, y me fue un nuevo motivo para repreguntar:

-         -¿Te pusiste tus lentes para mirar la hora en que ponías para que despiertes? 

Le Le pregunte porque yo dudaba de su certeza y lo fastidio, de pasada también, porque usaba lentes de medida para corregir la eficiencia de sus ojos.

-         - Claro que sí… 

Me responde serio, ya el

Yo comencé a hacer mis cálculos de todo lo recorrido, pues abrían pasado como dos horas de andar en el camino y estábamos en la puna, pero, la luna seguía casi igual de luminosa y le digo:

    - Sabes compadre, me parece que recién son las 3:00 de la mañana, las lagunas deben estar allí, a una hora más o menos de camino…

Le señalo la ubicación de ellas con el dedo hacia donde se encuentran, arriba, en donde ya se comienzan a asomar la faldas de las montañas que sustentan a las punas de Tuctubamba y tambien viendo que la negrura de la noche perdura con fuerza y dudando de las horas que se suponen sean decido hacer una parada, algo forzada o imprevista, para apearnos a descansar en alguna pampita que encontremos y la hagamos propicia para acurrucarnos por ahí y tratar de esquivar el frio del sereno de la noche que muerde fuerte.

-          -  Compadre…

-         -   Vamos a apearnos para a hacer una parada y busca un lugar para descansar un rato, pues creo que            tú has venido a mi casa a las doce de la noche le digo…

-        - Mira la luna ha avanzado muy poco en el cielo, mira su luminosidad sigue casi igual que cuando partimos y estoy seguro que deben ser recién las tres de la mañana, observa, la paja de la puna que nos rodea…

-          -  ¡Mira donde estamos ya!

    -   Verdad no she, todavía está bien oscura la noche y la luna sigue igual de fuerte, me responde

    -   Claro que sí…

    -   ¿Dónde desmontamos para descansar y hacer hora?  digo mientras seguíamos avanzando…

    - Mira allí hay una pampita bajemos y hagamos tiempo un rato, de paso que soltamos las piernas un poco.  Responde

     - Si y ten cuidado cuando de bajes que la escopeta está cargada she…

     - Si she, no se vaya a disparar y despertemos a los pajarracos...

Me contesta burlonamente.

Desmontamos y acomodando los animales junto a nosotros mientras comentábamos lo oscura que estaba la noche por allí y el frio que sentíamos en esos instantes y aprovecha para fastidiarme:

-        - Mientras que nosotros nos encontramos temblando de frio por estos lugares y tu costilla bien abrigadita en su cama soñando con otro… pero, así es pe, cuando uno está templado ¡carajo! termina

Yo lo escuchaba sin darle pie para sus sarcasmos y filosóficas recapacitaciones burlonas que a veces lo hacía para risa nuestra…

De rato, en rato, miraba yo el cielo para observar el firmamento manteniéndose en silencio, intuyo que se daba cuenta que no era la hora que él, creía, había sido cuando partimos de Corongo.

Al cabo de un buen tiempo transcurrido acurrucados abrigándonos como podíamos bajo nuestros fríos ponchos, veo que la luna perdía ya la fuerza de su luminosidad por el avance hecho en su recorrido en las inmensidades de las alturas andinas que van cambiando de tonalidades las lejanas sombras que deja la noche y para dar paso al nuevo día.

Le digo:

     - Bueno creo que es hora de partir la luna ya avanzó, tenemos el suficiente tiempo para llegar cuando comience a aclarar a las lagunas, mira arriba…

     - Si… responde, forzando sus vivases ojos tras las lunas de sus lentes al mirar al oscuro firmamento y certificar mi certeza.

Alistamos, el, su caballo y yo mi burrito para reiniciar el viaje. 

Él tenía la escopeta en la mano, siempre la llevábamos como precaución y nos daba la seguridad en cualquier imprevista ocurrencia. Pues sabido es que siempre se cuentan historias de pishtacos, buscadores de grasa de humanos que dicen las llevan al extranjero para lubricar las máquinas finas y cosas así, y nosotros no seriamos presa fácil de ellos.
Alistado todo, él, se dispone a subir su caballo agarrándose con una mano de la montura y en la otra asía la escopeta, en, libertad de movimientos.

Pisa el estribo, monta el caballo, de pronto el animal intempestivamente muestra nerviosismo como de un chúcaro sorprendido con la subida a su lomo de un domador y comienza a girar, saltar, como un bestializado animal en el mismo lugar en que se encontraba.

Bedoya desconcertado por la violenta reacción de su caballo, trata de controlar a la bestia y al no poder lograrlo comienza a gritar:

    -  ¡Agarra she…!   ¡Agarra she…! ¡Agarra she el caballo!  ¡Agarra la escopeta! ¡Que se disparar!

 El inesperado comportamiento del animal me asusto y sorprendido por esa violenta reacción del equino, yo, trato de huir de la cercanía a ellos en que me encontraba, saltando como podía entre los pajonales que cercaban el lugar libre, de nuestro descanso, para ponerme a buen recaudo más bien pensando que me podía patear o envestir en su violencia desenfrenada e incontrolable, observando al mismo tiempo a Bedoya tratando de no caer, sujetándose con una mano en la montura y con la otra la escopeta, que, en esos instantes se convertían en un arma letal, peligrosamente descontrolada.

-         -  ¡Ten cuidado con la escopeta que está cargada!

Le gritaba desesperado un poco alejado de ellos, al mismo tiempo que tambien escuchaba mis propias  bullas retumbando estos entre la cañada del rio, en el silencio de la soledad de la madrugada oscura oyendo que eran repetidos por el eco de las montañas a modo de lúgubres lamentos que se van perdiendo sin que nadie, las escuche.

-           -  ¡So, so, so, so!...

Es la única monosílaba expresión que le escucho emitir con fuerza, como una única y última esperanza salvadora para salir de los aprietos en que se encuentra Bedoya.

-           -  ¡Soooo! ¡Cálmate, cálmate por favor caballito! ¡Calma por Dios!

Suplicaba ahora Bedoya

Pero el caballo seguía girando bruscamente sin detenerse. Parecía como sujeto a su propio centro de sus pisadas, corcoveaba, retozaba con furia, expulsando ahora con violencia los aires de sus pulmones sin cesar.

Ahora tratando de botarlo a él para huir de allí seguramente.

No sé cuánto tiempo han pasado pero mi querido amigo veo que no se cae, asustado, pero resistiendo estoicamente la furia del animal, hasta que por fin veo la bestia se fue tranquilizando lentamente y termino por calmarse quedando quieto, pero con una violenta respiración de sus pulmones, aún.

Bedoya rápidamente desmonta y pone la escopeta en el piso de grama de las alturas y asustado aun él que en silencio lo contemplo yo, dice…

-            -  ¿Qué tiene este caballo?

-            -  ¿Por qué se habrá puesto así?

       -  Si es manso este animal, me dice nervioso aun

-            -  No sé que puede haber pasado respondo, yo, sin tener ninguna explicación que dar

Las tinieblas de la oscura noche tan cerrada en esos instantes, en nuestro redor, me hace recordar que llevo una linterna a pilas que hasta esos instantes había olvidado de su uso para la emergencia, sacándola de mis alforjas para encenderlo inmediatamente y alumbrar las oscuridades en busca de alguna explicación razonable, si la hubiese para las circunstancias vividas.    

Pasado algunos segundos y en el silencio vuelto a rodearnos en el accidentado reinicio de nuestro largo camino, comencé a reaccionar después del tremendo susto pasado viniéndoseme a la mente algunos relatos que me hicieron alguna vez, caminando a estas mismas horas, por, otros parajes de la puna para el lado de Llapo, en busca de venados con Pablito Cuba y otra persona mayor experimentada en estos andares, recordé  que el, antes de emprender nuestras caminatas en la madrugada, siempre hacia una ceremonia en su casa de Malambo, extendía su poncho entre sus piernas y lanzaba al aire las hojas de coca para “ver” cómo nos iría ese día y de paso decia espantar la mala suerte y las almas que deambulan por allí…

Pensé dos veces antes de que me animara a decirle a Bedoya de lo que había visto hacer al amigo mayor, para que no se asustara y talvez me pidiera que abortáramos nuestro recorrido, pero me anime y le dije…

-           -  He escuchado que a estas horas andan los malos espíritus buscando almas…

El, en silencio me observa tras los gruesos vidrios de sus lentes, preparándose a demostrarme que tales relatos no lo asustaban y prosigo…

-          -  Seguro el caballo lo ha visto, dicen, que ellos ven a las almas malas o seguro que uno nos ha estado siguiendo o nos ha encontrado y ha estado buscando el momento propicio para que el caballo te bote y huya con tu alma…

Bedoya me mira desconcertado y me dice

      - ¿Sera? She? ¿Debe ser no she?

      -  Porque…

       ¿Cómo se ha puesto el caballo no?...

     - Si un poco más y no la cuentas, le digo.

Tranquilizados un poco y más calmado del susto con el ánimo vuelto ya, me dice el:

     - ¡Pero viste!

     - ¡Soy un buen chalan carajo!  ¡No me caí! ¡Ni solté la escopeta! 

Claro que sí, que, en verdad a los hechos era muy cierto y agregue.

     - ¡Eres un buen chalan  Bedoya! ¡Eres bien bravo de tumbar carajo!

En unos instantes mas, pasado el mal rato emprendimos el camino con dirección a las lagunas.

Avanzando yo, en mi modesto burro y el orgulloso jinete en su loco caballo, o, su salvador talvez, por no haberlo tirado al suelo como el alma maligna hallada, lo, hubiese querido.

Llegamos a la bifurcación del camino que sigue hacia Tuctubamba camino a Cabana y nosotros tomamos el que sube hacia la izquierda al borde de la corriente que cae y descarga las aguas de las lagunas, a medida que se asciende, este trecho que es estrecha y es casi vertical de mucho esfuerzo para los caballos y si esta oscuro la madrugada o con neblina húmeda, se tiene que tener mucho cuidado en subirlo porque sus bordes dan a precipicios del rio que en este tramo baja en forma vertical y es muy peligroso, porque casi siempre esta fangosa y resbalosa por la lluvia. Es preferible caminarlo cuando esté llegando el alba para evitar los peligros que asechan en este tramo.

Ascendemos lentamente, Bedoya que va delante mío ve en el camino un pequeño charco de agua de lluvia y lo pasa sin bordearlo ni preocupación alguna pues sabido es, que, en la puna casi todo charco en medio del camino es un poso fangoso traicionero y eso mismo le está por suceder a Bedoyita, siente que de un momento a otro que su caballo pierde el paso y se hunde en el fango… ¡Despareciendo las patas del animal hasta la panza! y ¡Quedando el con los estribos al mismo nivel del camino!

Muy asustado por lo que nuevamente le sucede corre a un lado y grita:

     - ¡She el caballo se hunde! ¡Ayúdame a sacarlo antes que desaparezca!

Desmonte rápidamente del burro y fui corriendo en ayuda de él, tras, unos jaloneos, logramos liberar al animal del fango no sin antes advertirle que no debe confiarse en los pequeños charcos que encuentre, pues le pueden dar otra sorpresa. 

Y emprendimos nuevamente nuestro camino.

Había amanecido, ya, cuando terminábamos de coronar la subida y al llegar a la explanada le dije que habíamos llegado y el muy entusiasmado por el momento, observaba la hondonada de las lagunas con alegría, teniendo que calmarlo en su algarabía y le digo:

-           -  ¡Mira la laguna chiquita del que habla Cubita está allí! ¡Y no hagas bulla sheee…!

-           -  ¡Primero vamos a probar ahí!

La laguna chica que está al lado derecho del camino de entrada, es pequeña y de fondo oscuro.

Luciendo, esta, como una lagunita negra sin importancia para pescar, pero por el dato dado por Cubita y que casi nadie sabe que allí tambien hay buenas truchas que su fondo oscuro no los delata, así que vamos para ahi..

       -  Pero ya sabes que no debemos hacer bulla cuando lleguemos al borde porque las truchas de ahí se asustan al menor ruido y se esconden y no pican, tenemos que acercarnos en silencio, así que, dejemos los animales aquí en la entrada y llevemos lo necesario nada más para allí.

Para mí, era la primera vez que probaría suerte en esta laguna pequeña de fondo oscuro, ubicado al pie de las lagunas grandes, tal como me lo describió Cubita.

Dejamos los animales en medio de los pajonales y avanzamos en su dirección, cuando de un momento a otro observo a Bedoya caminar más pausado de lo que siempre lo hace y a comenzar a quejarse a cada paso que avanzaba, le pregunto lo que le sucedía y me comenta que repentinamente le ha venido un intenso dolor de cabeza y de barriga.

No habría duda le había dado el soroche, o mal de altura y me dice:

-              -  No aguanto shee el dolor de cabeza y barriga, me, siento morir…

Yo, ya, estaba cerca del borde de la laguna que da al pie de la falda de la montaña a donde le dije que nos dirigiríamos buscando un sitio seguro para ubicarnos, tuve que regresar por él, que se había retrasado a ayudarlo a llegar a nuestra ubicación de pesca y sentarlo un momento allí mientras me iba en busca de una manta que tenía el, en su estribo y tambien traer el termo de la infusión caliente, darle y esperar que sea el remedio, que le calme sus dolores.

-            -  Bien toma un poco de agua de panizara del termo, abrígate y descansa en la manta, mientras yo alisto el cordel y los anzuelos para ponerle la lombriz y comenzar a pescar…

-               -  ¿Qué hora será?...  Me pregunta.

-            -  Seis de la mañana le dije, espero que piquen para poder partir al medio día y ojalá no llueva, porque mira como se está negro el horizonte.

El viento helado del inicio del día, sopla con bastante fuerza, a ratos dejándose oír en sus constantes silbidos fríos el toque de quenas tristes del que buscando anduvo, pienso, su ganado perdido alguna vez.

Mientras tanto, yo, que tantas veces anduve por las frías punas, alisto, mis instrumentos de pesca, pinchando las robustas lombrices que vivos saco aun de mi tarro de Nescafe a todo su largo en mis anzuelos, que una vez listo, decido lanzarlos ya al agua comenzando a girar la punta de la línea encima de mi cabeza como una huaraca en movimiento horizontal y por la fuerza centrífuga resultante de los pesos de los plomos adheridos al cordel, esta, saldrá disparada de acuerdo a los pesos de ellas velozmente hacia donde la dirija, a, unos cincuenta metros en la laguna.

Modestia aparte era un experto en esos quehaceres que me enseñó a hacerlos mi amigo Rubén Olivera, con quien experimenté mis primeros andares de pesca. Luego me puse al costado de Bedoya que se encontraba echado, bien tapado por su poncho y que seguía quejando mucho, por el malestar que sufría.

Me senté y me puse a esperar contemplando los leves ondeares de las aguas de la laguna originados por los vientos que las recorren y entre mis miradas tambien observaba a una pareja de patos silvestres, nadar libremente desprevenidas en el medio de la laguna.

¿Cuánto tiempo? No sé ¿Cuánto frio? No es relevante ahí en esos momentos, donde la adrenalina se dispara en nuestro organismo y mientras nuestras manos que sujetan el cordel se vuelven más sensibles de lo normal para detectar el más leve tirón que se sienta en ella, cuando, alguna trucha voraz la haya encontrado en el fondo del agua fría. Pues muchas veces estas pueden estar tanteándolas si en si se las pueden comer seguramente, antes de devorarlas.

Repito, se disfruta del momento que se estás pasando no importa ni el frio helado que muerda tus mejillas, ni los tiempos que pasen, ni por último llueva. 

Solo esperas pacientemente todo el tiempo posible para hallar tu recompensa.

Cuanto tiempo habrá pasado en esa silenciosa posición, acurrucado, para esquivar el duro frio, no sé. En tanto que Bedoya que de rato en rato se quejaba  de sus dolores, yo, había pasado el cordel por encima de, el, sin preocupación. 

Cuando de pronto siento pequeños tirones en el nylon que fueron aumentando, como, probando la trucha que lo hallo seguramente si era comestible, poniéndome en alerta máxima yo, asegurando en mis manos el cordel, que, repentinamente se tiempla y las partes que se hondearon en el agua se comienza a poner recta hasta llegar en el otro extremo más distante de mi, con más fuerza, viendo luego saltar fuera del agua un hermoso ejemplar de una trucha grande prendido en la punta del cordel, que luchaba por desprenderse seguramente de la trampa en que había caído, me paro rápidamente para estar en una mejor posición de resistencia ante el repentino embate de la fiera atrapada y  comienzo a gritar de alegría y a sostener con fuerza el cordel, para irlo jalando de a pocos sin hacerle mucha fuerza e ir acercándolo a la orilla de la laguna, tal como me lo habían enseñado Pablito Cuba y Rubén Olivera.

Bedoya también había sentido los tirones y mis rápidos movimientos de alerta en que entre y ¡Oh maravilla!  ¡Se levantó como un resorte! Gritando de alegría:

-         - ¡Jala she!!! ¡Jala she!!!  ¡Jala she!!! ¡Que no se escape mira que belleza de animal! ¡Carajo! ¡Como         salta!!!

-          - ¡Jala! ¡Jala…!

La bulla que hacíamos de emoción y alegría los dos se amplificaba en el silencio frio y desolado de las inmensidades de la puna, solo roto de rato en rato por el silbido del viento o el repentino vuelo de las guachguas que cerca de la laguna escarbaban las gramas con sus duros picos en busca de sus alimentos y que los espantamos violentamente, apresurándose estas, a agitar sus agiles alas como turbinas aéreas para sustentarse en los aires y huir velozmente de allí. 

-       -  ¡Nunca había visto una tan grande she! ¡Mira como salta en el agua! ¡Jala con cuidado! 

       Me recomienda...Bedoya.

Yo jalaba el cordel con algo de temor, esperando que pueda guiar bien al pez con dirección a mi orilla. esperando que no se vaya a soltar de los anzuelos, en tanto la trucha luchaba por desprenderse dando saltos cada vez más violentos que formaban en el agua inmensos remolinos cuando esta se volvía a introducir cuyas ondas circulares se expandían dese su centro acuático. Yo seguía firme en mi propósito de sacarlo fuera del agua. 

Y así fuimos luchando los dos, ella, por salvar su vida y yo por ganar mi primera trucha pescada en una fría laguna de la puna coronguina.

Hasta que al cabo de un no, se, cuanto tiempo poco a poco la fui venciendo y lo iba acercando como rendida y cansada ya de tanto pelear por su vida Bedoya me dice...

-           -  ¡Que no se suelte! ¡Que no se suelte she! ¡Mira  que ya está cerca!

A si era, cada vez lo acercaba más a la orilla, pero la trucha aun a ratos intentaba soltarse de su enganche en el anzuelo. Bedoya, se fue al encuentro de ella, llego al borde de la laguna que allí donde iba a sacarla en la orilla, era un poco inclinada. 

Logro sacarlo fuera del agua arrastrándolo unos tres metros más o menos ayudado por ella misma que se ondeaba y coleteaba con furia aun, seguramente sabiéndose fuera de su habitad. 

Cuando dada nuestra confianza que ya la teníamos afuera sucede un hecho inesperado: La trucha se desprende del anzuelo y ayudado por los movimientos de su cola comienza a resbalar directo de vuelta al agua.

-           -  ¡Se soltó she!  ¡Se soltó she!

Gritaba Bedoya, y, de un salto felino logra atraparlo, pero como la piel húmeda y resbalosa de la trucha y sus fuertes esfuerzos de librarse de su captor, en un movimiento astuto de él, puso su poncho como ayuda para sostenerlo, antes que vuelva al agua…

-         -  ¡Puta mare casi lo perdemos! 

    Subió corriendo con su presa, que no dejaba de dar movimientos bruscos, hasta un lugar seguro entre los pajonales, lejos del agua.

La trucha seguía luchando por su vida, Bedoya lo tenía aprisionado aun con su poncho, sujetado contra el suelo, hasta que desfalleció y quedo totalmente quieta.

Volví a poner lombriz a mis anzuelos para ir por mas entusiasmado por lo logrado y seguir pescando, pero, pasaría una hora y no volví a sentir los tirones en el cordel nunca mas.

Tenían razón Cubita, cuando me dijo que no se debía hacer bulla en esa laguna si quería tener éxito de pesca. Nuestra alegría por la primera presa que habíamos obtenido había sido tanto, que seguro siguen escondidas las truchas en el fondo de la laguna hoy, aun. 

Calculé que debía ser medio día, ya, pues el ambiente nublado y oscuro se comenzaba a mostrar hostil para nosotros y decidimos que era momento de ensillar los animales para retornar a casa, porque, las neblinas bajas y oscuras que comenzaban a rodear las colinas cercanas a nosotros, así nos lo indicaban para abandonar el lugar, ya.

Alistamos nuestras bestias y comenzamos a bajar por el camino que comienza en la desembocadura de la laguna que da forma a el rio Corrongo.

Contentos de nuestra faena lograda bajábamos a paso lento de nuestras acémilas. Llegando nuevamente a Ñahuin, la Nueva Victoria y al pasar por esos lugares comenzamos a sentir otra vez el calor de la civilización, que abrigan un poco nuestros fríos cuerpos, vuelto de las alturas nuevamente.

Al llegar a la zona de Tauribamba en la lentitud parsimoniosa de nuestros andares, se me ocurre una idea, un poco atrevida u osada o talvez malévola. Llevarme yo solo la trucha.

Voy tramando, a paso de mi burrito que sería mi cómplice perfecto para desaparecer del camino apenas se descuide Bedoya, pero por supuesto que con la trucha que yo lo llevaba en las alforjas, pues, en todo el trayecto del atardecer de nuestra vuelta yo iba un poco aburrido tras de él, y era momento de ponerle acción mi huida, para romper la monotonía de, él, tambien.

Pero ¿Cómo hago para escapar de Bedoya?, avanzaba pensando tras el que a veces me llevaba una ventaja de unos 30 o 40 metros, adelante.

 Comencé a idear la manera de desprenderme de mi amigo y analice las posibilidades que tenía, Bedoya está en su caballo a pesar que yo voy tras el, si yo, hago, correr a mi burro en algún desvió del camino, él, en un solo pique de su caballo me va a alcanzar rápidamente. 

Entonces ¿Cómo desaparezco del camino? Me preguntaba.

Iba pensando así y para remate, me acuerdo que él lleva la escopeta en su hombro, detalle que complicaba más aun el problema.

Seguimos avanzando hasta que me decidí poner mi plan en acción y lo primero que hago es pedirle la escopeta que lo llevaba, diciéndole:

-          -  She…Pásame la escopeta que por aquí en Tauribamba siempre salen conejos de sus madrigueras, no vaya a ser que encontremos uno y tú, no tienes muy buena puntería para cazar.

-       -  Verdad she, tómala, no vaya a ser como la vez pasada que se me escapo una y tu estuviste renegando…

Me dice, yo sonreía en silencio.

Resuelto este problema y asiéndome como que he divisado un conejo por los bordes del camino, detengo mi burro para tantearlo si se descuidaba un poco de la vista de mí.

Debía esperar la oportunidad con paciencia, e iba estudiando disimuladamente los lugares al borde del rio, que en esta zona está casi a nivel del camino y en algunas partes hay estrechas entradas entre los ramales, a ella.

 Hasta que me llego la oportunidad de desaparecer de la vista de mi amigo, que, confiado avanzaba él a una distancia prudente adelante de mí, y no le prestaba atención a mi retraso provocado adrede, en el camino, a unos metros de él, para poner en acción mi huida, que ya lo tenía decidido, que sería hacia el rio, entre los matorrales, que lo bordean.  

¡Ya está!... Allí en el camino, veo que hay un pequeño desvío entre los matorrales que baja al rio.

No lo pensé dos veces, en, un descuido de mi querido amigo, que seguro ni se imaginaba que le estaba por hacer, forcé al burrito a correr dándole de taconazos, todos los que pude, que al menos el fiel animal entendió bien la orden y acelero el paso convirtiéndose en mi cómplice perfecto de mi violenta huida.

 Me interne hacia el rio introduciéndome entre los matorrales para cuando Bedoya se dio cuenta, yo, ya no estaba a su vista, encontrando un lugar bajo junto al rio tupido de matorrales e inclusive lo veía a él desde esa ubicación, que había vuelto por mi y me buscaba inquietamente sobre su caballo y al cabo de unos segundos lo escucho gritar:

-         Oye sheee… ¿Dónde te has metido? 

Y al ver que no le respondo vuelve a gritar:

    - ¡Ya te vi cojudo! ¡Ya sabía que me harías esto carajo!  

    - ¡Sabiendo lo pendejo que eres huevón!

    - ¡Pero ya te vi!

     - ¡Ya sé dónde te has escondido pendejo!

     - ¡Así que anda saliendo nomás huevónazo!

Yo, estaba quieto, inmóvil pensando que verdaderamente me había encontrado e inclusive estuve a punto de salir de mi escondite con mi inocente burrito que seguramente le era indiferente los líos en que estaba inmerso, debajo de los matorrales.

¿Cuánto tiempo?

No sé si diez o quince minutos hasta que no escuché más los reclamos de mi querido amigo que seguro cansado de no hallarme se fue.

Me animé a salir de mi escondite cuidadosamente, mirando hacia arriba del camino, lentamente, por si acaso este Bedoya escondido por allí, esperándome en algún recodo, comencé, a caminar despacio y en vista que se había ido apresuré el paso hasta Corongo.

Llegué a eso de las cuatro de la tarde a casa le comenté a mi madre las ocurrencias del viaje, entregándole la trucha pescada, en nuestra larga aventura.

Entrada la noche en la hora de la cena, es con seguridad que mi madre me servirá la trucha frita con ensalada.

Yo, tratare de excusarme con ella, por no devorármela.

¡No me gusta las truchas!

Tampoco le comentare que no le di su parte a mi amigo, porque de seguro que a ella no lo hubiera agradado mi acción.

El lunes de colegio y a primera hora, tendré que estar preparado, para soportar todas las recriminaciones de Bedoya que me hará y seguramente jurara no volver a andar más conmigo, lejos de Corongo.

En fin, veré si cumple lo jurado, cuando, lo vuelva a inquietar para irnos un nuevo fin de semana a pescar.

Tambien sé que esta será, otro día más de las inquietudes de nuestra adolescencia, que para recompensar el daño causado prometeré que en la próxima aventura que hagamos todo lo obtenido será, para él.

 Nota de Redacción. -Octubre 09 2021 - 1er Festival Ecoturístico a lagunas de Pojoj.

Organizado por la Asociación de Turismo de Corongo.

Esperamos estar ahí para rememorar nuestras correrías, allí.





Fotografias: Klever Ramos

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