Para los que alguna vez vivimos en Corongo, cuando volvemos a esta nuestra casa de los primeros años de vida, bajar, a los baños termales de Aticara, es una imprescindible o una primordial actividad a realizar en el primer día de visita que se tenga al llegar allí.
El amanecer del nuevo día aquí es muy diferente a nuestra rutina acostumbrada de los últimos cincuenta años de
vida, que llevamos ya y estas hacen que se despierten en nosotros siempre nuestros juveniles
entusiasmos de bajar a la brevedad posible a los baños de Aticara para meternos un cálido chapuzón temperado en sus aguas calientes de la piscina, sabido es, que es llenado por los chorros caídos de la montaña que suelta por algunas
fisuras entreabiertas de sus rocas como un surtidor eterno y natural abastecedor incansable de aguas, desde sus
interiores, con las caudales necesarias para que nunca le falte y
tambien para que algunos como nosotros, que, siempre buscamos ponernos debajo de
ellas y recibamos en sus duchas naturales, un relajante chorro de agua
caliente que al cabo de un tiempo, serán las liberadoras de las muchas tensiones cargadas pesadamente, sobre nuestros cuerpos.
Casi siempre buscamos bajar a
ella a pie desde Corongo.
En esta vez, no perdimos el tiempo y nos subimos a un camión
que hacia el recorrido hacia Colcabamba y aprovechamos en bajar encima de la mercadería que transportaba, que por lo detectado en nuestros
olfatos, eran sacos llenos del común abono natural de origen animal u estiércol para los huertos del conductor que seguramente son de hortalizas orgánicas sus sembríos.
En fin, una vez subidos en la tolva del camión y gustosos de haberlo hallado, emprendimos el viaje.
A medida que avanzaba el vehículo motor donde fuimos zarandeados e inclusive derribados tantas veces encima de los olorosos sacos cargados en alguna cerrada curva, sintiéndonos a veces, como unos simples objetos inertes, una y otra vez mas, hasta llegar a nuestro destino.
Pero no es nada aquel momentáneo martirio de viajero andino porque de alguna manera fuimos
recompensados en el maltrato hecho por el camión, con el aspirar de nuestros
pulmones con el aire puro libre y alcanforado coronguino.
Así, al, cabo de unos veinte
minutos o treinta talvez de constante bajada, arribamos a la última curva del
zigzag de la carretera que nos deja muy cerca de los baños de Aticara.
Llegamos al fondo del rio Conoc y por la semana de promoción de los inventarios turísticos de Corongo, hallamos la piscina vacía en aguas.
Estaba esta en mantenimiento preventivo.
Ahora, en esta vez, para variar, como siempre, la infraestructura que rodea a la piscina la encontramos tan
igual como hacía ya un par de años, desde la última vez que estuvimos allí, totalmente desolada sin haber mejorado en algo sus espacios para el visitante.
Nuestras urgencias de gozar la visita a sus aguas calientes, nosotros no nos hicimos de problemas y nos acomodamos a sus chorros en donde pudiéramos.
Hasta quedar satisfechos de sus
temperadas aguas y salir de ellas, para emprender la subida a la carretera,
alrededor de las doce del día.
- - Vámonos ya...
Me dice Lucho Zelaya
- - Si vamos y ojalá, que encontremos a alguien que nos
jale hasta Corongo.
Sí, yo tambien, pienso que será así.
Al salir de los baños hay que
subir por un camino empinado junto al rio de unos doscientos metros más o
menos hacia la carretera, que, viene de Yupan.
Lo hicimos lentamente paso a
paso hasta cruzarnos con dos jóvenes que bajaban a bañarse tambien que nos
habían visto en la plaza de Corongo, temprano, en plenos ajetreos de buscar
movilidad a la hora de bajar, apara allí.
Uno de ellos en son de broma al
ver nuestro lento y sufrido ascenso nos dice…
- - Corongo está bien lejos ahhh…
Efectivamente desde los baños
termales hasta Corongo por la carretera, esta está a 12 km. +/- de constante
subida.
No es la primera vez que lo subimos un cierto trecho por la carretera para esperar a que alguien nos recoja y nos traslade para la ciudad.
Lo hemos hecho siempre y siempre encontramos a alguien
que nos vuelva para allí..
El que conoce, sabe que a medida que se va recorriendo
los zigzags de la carretera hacia arriba se va ampliando el panorama cada vez mas con una mejor amplitud de vista, del trazo de la esta, que, sube desde Colcabamba y se
puede ver con claridad tambien, si es que lo recorre algún vehículo automotor por
ella, sea grande o pequeña, se, le vera subir y uno ya va previendo si es posible que nos puedan
recoger o no.
Han transcurrido una hora de
nuestro lento caminar y seguíamos tan igual como al comienzo de
nuestro andar, subiendo a paso lento, pero relajado por las vistas que se observan en las cortas distancias campestres que nos rodean
Paso a paso subimos ya un par de
largos zigzag y algo cansados, comenzando a transpirar nuestros líquidos
corporales internos a la camiseta puesta y tambien nuestros respirares se están
agitando cada vez más, ni que decir de nuestras extremidades inferiores, que ya
piden no dar un paso más, que para mitigar sus cansancios, nos paramos de rato
en rato a que nuestras vistas nos consuelen con la detección de algún vehículo
que suba y renueven las esperanzas no perdidas aun, de, un cómodo ascenso a
Corongo.
Son las 13 horas y minutos más cuando
pasa una camioneta cerrada rugiendo en motores y levantando polvo por la
gradiente de ascenso que así lo exige, para ser superado.
Nosotros, miramos entristecidos
su alejamiento.
- - No te preocupes Luchito, que ya vendrá
otro por ahí…
Ojalá sea cierto lo que le afirmo
a él, para que yo tambien me alivie de paso en mi cansancio.
El cielo comienza a poblarse de
nubes grises…
- - Parece que va a llover, me dice Lucho
No termina de sospechar tal
incidente climático y comienzan a caer las primeras gotas de lluvia y que al
cabo de un instante más, se convierten en una constante lluvia serrana.
No se siente frio, más bien, la
calidez de la zona templada donde se asienta el valle de Aticara, nos
acompañaba todavía a estas alturas del recorrido, además de la calentura de
nuestro cuerpo, por, el esfuerzo de la caminata que se convertía en sudor a
cada paso que dábamos, que nuestro polo que vestimos la retiene totalmente empapada,
al menos así lo siento yo, en mi camiseta que tengo puesta.
Así que la lluvia que caía, por
ahora, me refrescaba...
Las esperanzas de encontrar a
alguien que nos suba todavía están intactas, mientras tanto a seguir andando
cuesta arriba.
Luchito Zelaya encuentra un hito
de la carretera y me dice…
- - Samuel aquí dice Km. 4…
- - No entiendo ¿Nos falta cuatro kilómetros
para llegar?
- - O vamos cuatro kilómetros desde abajo…
Yo, se que de Corongo a
Aticara hay 10 Km. más o menos de distancia, me puse a pensar y concluí que
deberían de ir cuatro kilómetros de subida y nos faltaba al menos seis más por
recorrer y no le dije nada para no desanimarlo en nuestra marcha.
Seguimos caminando zigzag por
zigzag del trazo carretero hasta que llegamos a Huayu, donde hay una buena vegetación de arboles de eucalipto y
ramales que de nada nos servía para guarecernos ahí, un rato. Pues la lluvia
había arreciado y ya se había cerrado las claridades de las cercanías
campestres, y, solo veíamos caer la lluvia con mayor fuerza encima nuestro.
Yo, cuidaba que la cubierta de mi
cámara fotográfica no se empape tapándolo con mi casaca, que la había llevado
y que en un principio, me, pesaba haberla traído, porque pensé que me
incomodaría en el camino, mas ahora, me servía para cuidar de ella.
Pasamos Chalan y nos encontramos
con la penúltima curva del zigzag de ascenso a Corongo y nuevamente Lucho
encuentra otro hito con una indicación que decía km.6…
Y Lucho me dice…
- - No entiendo, en vez de bajar de Corongo
el conteo de los kilómetros de la carretera, está subiendo…
Yo no le respondí nada, a estas
alturas del recorrido a mí me pesaban ya hasta de pensar en las respuestas a sus
inquietudes que tenía.
La lluvia seguía con fuerza y
ahora si ya se sentía el frio de sus gotas que chorreaban de la cabeza, a los
pies, pero como nuestro cuerpo estaba caliente y de sudor no nos hacían daño,
además de no encontrar nada en donde guarecernos, aunque pensándolo bien una
parada de descanso que hubiésemos hecho por allí, después, de dos horas de
caminar, nos hubiese hecho daño al enfriarnos con el cuerpo mojado.
Llegamos a la penúltima curva del
zigzag del trazo de la carretera, me paro y le digo a Lucho…
- - ¿Quieres caminar hasta allá, que esta la
última curva?
- - O, subimos por este camino empinado que
va entre los matorrales para cortar camino y llegar a la carretera que está
encima nuestro, mira allí, arriba.
A Lucho que no ha nacido en Corongo,
ni criado largas temporadas allí y de caminar por difíciles accesos de
los caminos serranos no lo había escuchado nunca narrar o contar las ocurrencias que
estas esconden, me dice:
- - Si, vamos a cortar por aquí…
- - Si, le digo, es mejor un último esfuerzo
en línea recta hacia arriba, que de allí luego ya salimos, al Mirador…
Desde donde nos hallábamos, hasta
el trazo de la carretera allí arriba a unos doscientos metros de empinada subida que
a las justas se notaba, y yo rogaba que así sea, lo que le mostraba con el
dedo, pues tenía dudas y creía que podía estar esta aun más arriba, pero por la ubicación de las antenas
que se ven y que están encima de ella, en el cerrito del Llacllacanme daban
cierta tranquilidad de que era el tramo que nos llevaría hacia el Mirador. La entrada de la carretera a Corongo.
Antes de iniciar el parado
ascenso montañosos, le digo a Lucho:
- - Seguro que cuando estemos en la mitad
del camino, van a pasar carros vacíos, por la carretera.
- - Si seguro, que sí. Me responde
- Bien arranquemos para arriba…
El camino es estrecho y resbaloso
más aún que la lluvia que cae en algunos trechos, lo convierten en riachuelo
húmedo y fangoso, perdiéndose tambien sus huellas en algunos lugares, pero la
intuición de haber vivido por allí y que han quedado guardadas en nuestras
memorias por nuestras crianzas en estos lugares y circunstancias pasadas, nos, hacen resolver los inconvenientes presentados, pero queal cabo de un trecho mas subido, yo ya no puedo, al menos dar dos pasos seguidos, sin uno de descanso.
Mis pulmones se agitan
fuertemente y necesitan cada vez más bocanadas de oxígeno, mi corazón, parece una bomba sin control, que va explotar, en cualquier momento.
Lucho, que es un peso pluma siempre me supera en el ascenso y lo pierdo de vista.
Lo que no pierdo de vista es la
carretera allí abajo y dicho y hecho…
¡Veo transitar una! ¡nooo! ¡dos
camionetas abiertas subiendo por donde habíamos caminado! Y que nunca antes
llegaron para levantarnos...
Nosotros, los dos prácticamente
colgados por nuestra mala suerte, allí en medio del inhóspito lugar, no había modo alguno ya de ser
salvados en esa tarde.
Lucho que estaba por llegar a la
carretera, me comento que prácticamente la camioneta rugió encima de él, que por si acaso lo oían, le lanzo unos gritos para que se detengan, pero fue ignorado.
Talvez nunca lo escucharon, ni vieron que estaba allí.
El llego a la carretera y se
puso a descansar, pero se preocupó de que yo demorara en llegar y dice que me
comenzó a llamar y que yo no respondía.
Mientras tanto, yo me peleaba con
la parada subida paso a paso, hasta que de un momento a otro veo aparecerse a un ser
vivo bajar lento, por esos lugares de ramajes silvestres jalando un burro, camino abajo, con un sombrero amplio y una
cubierta de jebe para la lluvia, de contextura delgada y de rala barba blanca, que luego reconozco…
Era, Eleizer Pérez, un viejo
amigo, que iba a ver sus animales en sus chacras que tiene camino abajo.
Intercambiamos saludos y me dio
el último aliento que me faltaba para llegar a la carretera…
- - Estas, a unos diez metros cerca de la
carretera
- - Lucho ya está arriba…Termino diciéndome.
Vaya, consuelo el mío, si supiese que esos diez metros para arriba me sonaban a mí como si me hubiese
dicho: ¡Vamos Samuel! ¡Que solo te faltan cien metros más!
Ya no había otra para mí, que
seguir en mi sufrido esfuerzo y nada, más.
Llegue con mucho trabajo a la
carretera y Lucho que ya descansaba del esfuerzo hecho, me dice que estaba asustado, porque pensó que yo me había
quedado para siempre. Allí abajo.
Hicimos el último tramo recto
hasta el Mirador, sorteando los riachuelos de agua color arcilla que corren
carretera abajo y llegamos al muro que da la bienvenida a Corongo, no pensé dos
veces y en plena lluvia me saque el polo empapado tambien con sudor, me seque
rápidamente con la toalla de los baños y me puse mi saco viajero, cuyo, interior acolchado estaba seco, que me alivio del frio helado que se siente ya allí y tambien evitarme
una fulminante neumonía que podría sufrir por el cambio de temperatura.
La lluvia nos acompañó hasta el
arco. Allí nos dejó de mojar.
Entramos por las calles de Corongo, buscando
acortar nuestro ultimo caminar, hasta nuestro hospedaje.
Yo andaba en el medio de la calle del empedrado.
Me
pesaban los pies para subir a la vereda.
Busco alguna bodega para cómprame una gaseosa.
Lucho me dice que la gaseosa es
dañina para nuestra salud, además de estar fría allí, como sacada de un refrigerador.
No me importa si esta helada.
Yo
tengo sed y punto.
Pregunto:
- - ¿Qué hora son Lucho?
Yo, ya no tenía ni fuerzas ni
para sacar mi celular del bolsillo para mirar la hora.
- - Son las tres y treinta de la tarde…
- - Gracias...
Y guarde mis silencios, tambien, cansados.
Todo lo narrado no tendría nada de espectacular hazaña: Pues Lucho Zelaya Jara tiene 65 y yo 68 años de edad y residentes en la capital de la república, los últimos cincuenta años que volvemos a Corongo solo de visita.
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