Yungaypampa, la estación…

Los primeros recuerdos que tengo de la penúltima estación del ferrocarril del Santa que hacia su recorrido desde Chimbote hasta Huallanca. en los años sesentas, al pie del cañón del Pato y la puerta de ingreso al callejón de Huaylas, es que, después de haber bajado por las faldas de los andes ancashinos por la carretera afirmada de aquel entonces desde Corongo en una góndola de carrocería de madera y multicolor pintado es que una vez llegados a las alturas de Santa Rosa, un centro poblado y hacienda enclavada allí, por las ventanas de la góndola ante el murmullo y comentario de los viajantes que ya veían allí abajo, junto al lecho del torrentoso río Santa, a la estación del tren a Yungaypampa que seguramente les causaba alguna forma de alegría verlo desde allí y que también despertaban en mí las curiosidades de observarlo desde esas alturas.

Mi ganada curiosidad infantil del momento me hacía asomarme a la ventana que le correspondía a mi asiento y asomaba mi cabeza para ubicar el lugar del comentario general de los viajeros.

Con mi nervioso auscultar desde las alturas seguramente por verla allí bastante abajo enclavada entre las áridas altas montañas que la rodean al borde del caudaloso río Santa y que el resaltante resplandor brillante de sus techos de calaminas de sus casas, no muchas, pero las suficientes seguramente, para darles comodidades y facilidades a los que llegaban, ahí, que el brillante sol reflejaban a esas distancias, era, el sitio para tomar el tren hacia Chimbote o hacia Huallanca para ir al callejón, de Huaylas.

Para los empresarios transportistas que recogían allí sus pasajeros era el lugar indicado para que al gana, gana, cuando el tren llegase, se disputasen los pasajeros al promediar el medio día.

Estos ancashinos vehículos de transporte mixtos de pasajeros y carga, que existieron en los años 60tas y que cubrían las rutas desde Sihuas con transportes Marino de carrocería azul y blanco, de transportes Rojo de carrocería rojo y crema, transportes Paz, de transportes Beltran de carrocería de madera, pero de asientos “pulman” de diseño más moderno, a, ómnibus de la costa y solo para transportar pasajeros con un promedio de 28 si no mal recuerdo, fueron los pioneros de recorrer esas rutas andinas.

¿Por qué las góndolas eran las preferidas por los empresarios transportistas provincianos ancashinos en hacerse de esas rutas?

Porque estas eran construidas en madera y revestidas de lata con asientos y respaldares de tablones, apenas acolchados, desarmables para la carga y con su puerta en cada fila a lado izquierdo de la góndola para la subida y bajada de los pasajeros, además de una parrilla en el techo donde se llevaban los bultos, maletas y lugar de viaje del ayudante y los de confianza de viajar con ellos.

Estas góndolas eran construidas en Carrocerías Morillas de Trujillo y según escuchaba las conversaciones entre los choferes y ayudantes del momento, el que haya sido construido en esa fábrica, tenía, un valor agregado de calidad y orgullo intrínseco, para sus dueños.

Estas carrocerías eran montadas encima de un chasis de camión Ford 600.

En la mayoría de veces habían sido eliminados las casetas de conducción del chasis del camión y en alguna otra dejado el parabrisas de ella para adaptarlo a sus requerimientos técnicos y gastos, seguramente, sabiéndose que esta podía servirles en el frente delantero del vehículo.

¿Y por qué de chasis de camión?

Con toda seguridad porque construcción más ruda y más alta en los ejes de las llantas de esos chasis les eran las ideales para montar en ellas las carrocerías, además de que las nuevas rutas carrosables angostas y fangosas y difíciles de transitar por aquellas épocas, así lo recomendaban, para internarse en las alturas lluviosas de los Andes ancashinos y que superaban por estas máquinas.

A medida que se iba bajando y el recorrido del vehículo entraba en zonas templadas rodeadas de verdes platanales y plantas de mangos, cerca ya de Yungaypampa, era de un inusitado momento de ajetreos y comentarios de la llegada a la estación, que por lo general desde Corongo, eran al promediar las diez de la mañana.

En la última curva de entrada de la ruta bajada, esta, entraba a una final recta algo inclinada que daba al pampón que estaba al lado de la construcción del gran almacén techado de la estación.

Junto a ella, recuerdo que había unos cortos rieles de tren, clavados en forma vertical a cierta distancia en el suelo, como límite seguramente hasta donde podían ubicarse los vehículos de transporte y carga de frente.

Verlos allí a estos, bien lavados y limpios, con las puertas abiertas exhibiendo sus multicolores pintados y diseños, seguramente al mejor gusto de sus dueños, era un espectáculo inolvidable para mí, más aún, cuando llegaba el tren de vapor, con las bullas de sus presiones violentas del vapor escapando de sus entrañas de acero y desparramándolos por sus grandes ruedas rojas de fierro, o sus negros humos, lanzados con violencia a los cielos, a medida que ascendía los últimos metros de su llegada en pujantes esfuerzos hechos de jadeos metálicos fuertes o de sus pitos y los  ding dongs de su campana viajera, alertando a todos de que ya llego. Momentos inolvidables de vida que se fueron para nunca jamás.

Luego de que se detuviera totalmente el tren, verlo yo desde allí abajo, inmóvil, algo alejado de los vagones que para mí eran tan atemorizantes sus inmensas construcciones y presenciar bajar en alegrías a los que llegaban y se quedaban en Yungaypampa, para abordar a los vehículos que los llevasen a Corongo, Yanac, Tarica, Pasacancha, Sihuas o Palo Seco en la ruta hacia Pomabamba, en construcción aun, era como ver llegar a gentes que venían de otros mundos con ropas nuevas y modernas radios, relojes, cámaras fotográficas en manos, que yo contemplaba absorto de que sean reales para ser alcanzados por los bajados de los Andes de aquel entonces.

Era un niño aún y en mi residencia aislada de aquellas épocas en Corongo, hablar del tren era un sueño muy lejano de realizar de muchos, en aquel entonces.

Y el estar allí, cuando yo volvía a mi Corongo, me hacía ser de otro nivel en comentarios y lo visto por mí a todos los que me quisiesen escuchar.

Seguiremos narrándoles mis recuerdos de vida, de esa época de oro, del ferrocarril del Santa.

 


 


 

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