Mi aventura en el Ausangate, el nevado mas alto del Cuzco

Atreverse a trepar los Andes peruanos en una aventura de turismo, desde algun lugar en sus altas faldas de su cadena montañosa despues de haber dejado la comodidad de un vehiculo motor nos subio hasta el ultimo trecho carrosable, es, de desididos aventureros y creo de valientes seres que despertaron en adrelinicas voluntades de correrse esa aventura.

El Cuzco es una región turística mundial con privilegiados accidentes geográficos y legado histórico buscados; por, gentes, de todos las razas, idiomas y también edades llegados de todos los rincones del mundo.

Ayer, que me toco, a mí también hacerlo, me encontré de pronto con muchos de los que como, yo, también fueron organizados en un grupo a cargo de jóvenes guías de montaña bilingües y también de algún políglota muchacho, para hacer las recomendaciones a su clientela nacional e internacional, un, gratificante logro educacional de superior nivel turístico de las agencias y empresas que se dedican a ese rubro económico peruano cuzqueño que se valoriza cómo país.

Juntados ya, todos los llegados al terminal vehicular de inicio de la caminata, de pronto uno se encuentra con gentes de toda edad también, desde niños de 10 años más o menos y hasta algún adulto mayor, como en el día de ayer observé a un señor de origen chino, subir lentamente por el camino de herradura, trazada esta, en medio de rocas y de la nada, con filos cortantes y amenazante, esperando al que tropiece en dañarle quizás lo que le llegue en esas rocas desperdigadas cómo un colchón pedrizo de trozos que suben y suben por los caminos sin misericordia alguna para el que se atrevió, a, treparlos.
El que, por voluntad propia, llego hasta allí se encontrará prontamente en un tortuoso problema físico corporal de duro desafío, si no se está, acostumbrado a hacerlo.

Más aún con una agravante agregada como, él, mío, de ser un adulto mayor, como se dice ahora para evitar ofendernos como viejos que somos, algo compasivos con los que llegamos a esta edad. En los inhóspitos espacios geográficos de los Andes peruanos, allí por, encima de los 3,000 metros de altura, los que se aventuran a llegarlos para iniciar una caminata a una altura superior a ella -como la que emprendimos ayer- que, estaba programada y advertida sería, esta, desde el punto terminal de los buses turísticos que nos trasladaron hasta ahí, desde donde se comenzarán a caminar todos, lentos algunos y otros con mayor prisa o fortaleza física y juventud, que los anteriores, pero, juntos en los entusiasmos iniciales que se prodigan todos de la nueva mañana llegada, un poco soleada y fría hoy, como seguramente lo fue ayer; del, último verano andino que ya va llegando casi su fin.

Los guías de montaña que conducen al grupo, nos van recalcando que tendremos que ascender hasta más de los 4,500 metros de altura, para, llegar así, hasta dónde se encuentran las Siete Lagunas del recorrido turístico programado hoy, donde, se encuentran ellas, al pie del nevado del Auzangate de 6,285 metros de altitud, que seguramente también hoy desde el cielo azulino, nos contempla con piadosa compasión, el atrevimiento nuestro.

El respetado e imponente apu Auzangate, talvez no sepa, que los orígenes nuestros están muy cerca al Apu mayor peruano del Huascaran y que nosotros venimos de sus faldas hoy y como sus ancashinos que en alguna vez estuvimos también acostumbrados a los andares andinos bajos y altos de la geografía coronguina. Con ese entusiasmo inicial mío, hice las recomendaciones necesarias de mis experiencias pasadas en mi adolescencia, en el andar por las punas del Tuctubamba coronguino, a los míos, sin saber yo, que al poco tiempo de iniciada la caminata comenzaría, a recibir consejos de alguno de ellos, para calmar el sufrir los primeros estragos en mi organismo que ya mostraba agitadas respiraciones y pesadeces en mis piernas que inesperadamente presintieron qué serían sometidos en adelante durante cinco horas seguidas una sobre humano esfuerzo si quería cumplir el recorrido.

Mis últimos cincuenta años vividos en la capital, casi a nivel del mar, sin más andares de los que hago de vez en cuando salgo a un lugar céntrico de la capital, no sirven de nada, a los que ayer sometí a mis extremidades inferiores. Hoy, con mi exagerado sobrepeso de noventa kilos corporales echados a cuestas sobre mi estructura ósea, creo que presidente a la que serán sometidas y en los primeros cien metros, estás, entran en pánico y se resisten a moverse; me dicen, no sigas más.

Cien metros iniciales de doce kilómetros, me inducen también a decirles, sí, creo que tienen razón. Desistiré de esta caminata, hoy. Por otro lado, mi cerebro y mis recuerdos guardados de que, en alguna vez, caminaba por esos lugares con entusiasmo y libertad en cada vez que podía hacerlo, me decía:

¡No te vas a quedar atrás hoy! Que quieres reverdecer tus entusiasmos de vivirlos nuevamente y mostrarlos a los tuyos, cuando los recuerdas, fueron realidades. Claro que sí, le respondí, y me dije también, yo, hoy tengo que a avanzar hasta aquella loma que se ve, al menos allí arriba, cómo una meta personal al que me sometería y si sigue, dura, la subida y si no doy más me regreso.

Ya, buscaré algún pretexto a los míos y al guía también, para que no me cuestionen ni digan que me corrí.
Y proseguí.
-Ya estamos avanzando chicos -me incluía a mí también en juventud- y señalaba con su dedo el camino a seguir, el joven guía.
Y exclamaba:
-¡Sigamos!
Otro tramo más y por mi voluntad de estar allí, comencé a exigirme, ayudado por mis recuerdos y fortaleza mental, a resistir si quiero lograr, hoy, lo que me propuse.

Pero hoy también en mí, realidad actual de un desorden físico no podía ya más y en una resuelta franqueza de que me decidiría a abandonar, me acerco a un familiar que, también caminaba algo cansada y agitada, pero seguía subiendo lentamente la cuesta, me dice:

- Toma un poco de coca y máscalo
Y me saca una bolsa con la seca hoja verde.
Yo, que siempre le tuve un poco de recelo o talvez asco, a la gente que en Corongo, principalmente, los peones, la chachaba le conteste:
- No lo voy a hacer, le dije.
Y ella, una señora de mi edad y de buen hogar, cuyo esposo hoy jubilado del BCP, me dijo:
- Has la prueba...
Comienzo, yo, a pensar sobre la proposición hecha y me dije:
-Ahora que recuerdo, aquí, en estas alturas, todos los que suben lo hacen chacchando coca, tan así como el joven guía que nos lleva hasta los mismos gringos que allí van, algo más holgados en sus caminares en la delantera, y yo, un cholo de estos andes ¿Me resisto en hacerlo?

Voy a probarlo, me dije.
Recordé que en alguna vez en juventud en la ciudad de Huanuco, en una reunión nocturna de tragos de caña, unos amigos de allí, me hicieron probar las hojas de coca y yo al masticarlo, sentí su amargura, que sentí no seria de mi agrado, no me gustó, y me dije allí mismo que nunca más lo haría.
Pero hoy, que comienzan a dejarme atrás, incluso los del tropel de los míos, me decido a hacerlo para no quedar en vergüenza, allí donde yo alguna en vez les comente que era mi habitad natural de crianza, y me puse en la boca, una porción de las hojas de coca que gustosamente me brindaron.
Veremos qué pasa, me dije.

Después de un corto descanso y de exprimir los alcaloides con mis fluidos bucales de la sagrada hoja de los incas y tragármelas como me habían recomendado, proseguí el ascenso.
Lo que, desde allí, experimente en mi organismo, fue para no creerlo.
Aligere mis pasos, reduje mis aspiraciones de oxígeno y también renové mi alicaído entusiasmo.

Al cabo de una distancia, más de la dura subida, nuevamente sentí perder las fuerzas en mis extremidades, nuevamente sentí cansancio en el cuerpo. Me acerqué a mí, familiar, y le pedí una nueva porción de hojas de coca y ahí mismo, mientras descansaba, un momento, las masque con entusiasmo, ya, para devolverme las energías que así también ya me las había demostrado inyectarme, en unos cientos de metros mas abajo.

Reinicie la subida y una sobrina mía dice voz en cuello:

- ¡Mírenlo al Samuel, ahora tiene turbo!

Me reí de su ocurrencia, y me dije, tienes que comprarte tu propia bolsa de coca.
¿Pero dónde? Si por aquí no hay nadie que lo venda.

Las hojas de coca, para mí ahora; se habían vuelto, un producto de primera necesidad, allí, en los 4,000 metros de altura; Al pie del Auzangate.

Por estos inhóspitos lugares, cada cierto trecho hay mujeres nativas que venden sus artesanías junto a bebidas y aguas gaseosas que ofrecen a los caminantes.
Al cabo de un trecho encontré a una primera pareja de mujeres y les pregunté si también vendían coca.
Me dijeron que no.
Creo que sentí una leve decepción el no poder adquirirla.
Pues yo, no, quería seguir pidiéndole a mi familiar más, porque talvez ella ya no querría invitarme más lo que ella adquirió para la subida, y también quisas me miraría cómo a un inicial drogadicto en una búsqueda desesperada de más alucinógeno.
Ascendiendo un poco mas encontré un nuevo puesto de ventas de artesanía en unos metros más arriba y pregunté:
- ¿Tiene coca casera?
- Si casero...
- Dame entonces dos soles le dije entusiasmado...
Y ella me lleno una bolsa del producto y me lo dio.

Una vez recibido y en mis manos, ya mi nuevo producto de consumo, urgentemente me puse en la boca una nueva porción de las hojas de coca. Para que les cuento cómo lo diría el cantante y compositor Ricardo Arjona en una hermosa canción que tiene y dice en una parte de ella cuando cuenta, que una hermosa mujer desepcionada subió a su taxi en un viejo Volkswagen:
" ...para que les cuento lo que pasó en esa noche, si le bese, hasta su sombra..."

Yo ayer no bese ni me encontré con niguna hermosa mujer en estas alturas del Auzangate, pero si encontré al que me ayudó a superar mis cansancios y mis pesares corporales y cumplir con la meta propuesta ante la admiración de muchos de los que estuvieron allí también, en las mismas condiciones físicas, que yo.

¡Perdóname hoja sagrada de los Incas!    Por mis desprecios hechos en alguna vez.







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