Caminos que fueron...

 Las principales vías de conexión de los pueblos y lugares de integración antigua, siempre fueron, los caminos de herradura, quizás muchas de estas construidas en tiempos pasados como parte del gran Qhapaq ñan del imperio incaico.

Corongo hasta mediados del siglo pasado para acceder a sus centros poblados agrícolas que le rodeaban o para salir de la provincia, tenía muchos caminos trazados entre las montañas y quebradas en que se halla rodeada.

Una de ellas era el camino de la Culebrilla. Este accidentado camino fue de vital importancia estratégica para poder ir de Corongo a la costa, por este camino se recorría en aquellos tiempos, desde nuestra querida ciudad. En unos inolvidables viajes salidos a veces a media noche o de madrugada, en un tropel familiar a caballo, rumbo a Pacatqui o la Pampa, hasta donde la carretera que se construía, llegaba y desde allí se podía abordar una góndola de pasajeros y carga rumbo a la estación del tren en Yungaypampa o tambien el viaje era de viceversa cuando en esos lugares, se esperaban las cabalgaduras para recoger a los que retornaban a Corongo a donde se llegaba muchas veces después de haber trepado la peligrosa caída rocosa y vertical de la Culebrilla con lluvia y todo.

¿Y por qué? Se le denominaba a este trecho vertical con caída rocosa libre de unos mil metros más o menos que termina en el lecho del rio Rupaj, ¿La Culebrilla? Según recuerdo una vez llegados hasta esas petras estructuras en un constante andar desde Corongo, el camino de bajada trazada desde el Mirador no es de tan vertical caída su recorrido por Winchus ni está rodeado de peligrosas caídas geográficas hasta llegar a una última loma donde se encuentra la piedra denominada Tijera Rumi que servía de hito en la zona de la Estrella para saber que se había entrado a la peligrosa pared rocosa vertical del camino de la Culebrilla y desde lo alto del inicio del más peligrosos camino a recorrer se apreciaba desde allí el torrente ruidoso del rio Rupaj, tronado a ratos cuando las corrientes de aire nos hacían llegar hasta nuestros oídos los estruendos de sus choques violentos de sus aguas contra las inmensas piedras de su lecho cayendo con furia hacia las partes más bajas de la geografía coronguina.

El camino trazado en medio de este vertical tramo rocoso por anónimos constructores viales antiguos, de los que no se tiene referencias, para poder superar la gigantesca caída, lo tuvieron que hacer en cortos trechos de camino zigzagueante con gradas a veces, hasta ser superado su verticalidad, en una explanada algo más llana ya cerca al rio, para luego de avanzar por ese trecho se cruzaba un estrecho puente colgante en cuerdas de acero y con tablones de madera crujientes atravesados y tendidos allí, para superar el caudaloso obstáculo hídrico.

En los andes peruanos cuando se recorrían sus caminos de herradura en una forma de agradecer a la pacha mama por permitir andarlos en bienestar en sus trazos siempre el hombre andino los hacía construyendo en sitios estratégicos algún pequeño santuario, con alguna improvisada cruz de madera, a cuyo pie los viajeros les ubicaban ramilletes de flores silvestres, cigarrillos, monedas o dinero, si los que pasaban por allí, como los venidos de la costa, hacían gala de un bienestar económico bien ganados seguramente en sus lugares de sus residencias habituales.

El camino de la Culebrilla no era una excepción de esa rendida fe religiosa, de los que la subían en sus acémilas desde la última parada de la góndola de pasajeros que los traslado desde la costa, había en varios tramos del camino, algunos rústicos santuarios y en muchas veces, de acuerdo al tránsito de los viajeros, estas estaban contenidas con monedas o algún billete suelto o doblado como para que el viento no se los lleve.

Los baños termales de Pacatqui era la residencia habitual de don Ramón Olivera. Allí tenía asentada él su labor agrícola y de ganadería; su casa familiar estaba fijada en Corongo, donde residía su esposa Anita junto a sus hijos. Rudy, su hijo en edad escolar en aquel entonces, siempre bajaba a pie a Pacatqui cada fin de semana en compañía de su amigo y vecino el “Pato” Campomanes a quien convencía para bajar hacia la parte templada de Corongo con la promesa de volver cargado de limas y pacayes en las alforjas, para ser degustadas durante la semana.

Aparte del buen chapuzón que se darían en las aguas termales de Pacatqui, el buen Pato casi nunca se negaba a ir con él al fundo de don Ramón, pese a que hacía poco le dijo que no lo volvería a acompañar más por las travesuras que cometía Rudy en el camino. El Pato Campomanes que a veces oficiaba de monaguillo en la iglesia de Corongo, cuando el cura lo requería, el cruzarse, con una cruz o una urna en el camino, siempre le era de un santo respeto y una rápida persignación de su cristiandad. Rudy, era la otra cara de la moneda, no les guardaba ningún respeto a aquellas muestras materiales, de fe, de los viajeros.

Para él, el hallarlos instalados en los solitarios caminos le servían de fuente de la buena suerte en recursos de monetarios y a veces de algunos billetes tambien dobladitos estos, esperando ser recogidos por él, para ser gastados en las deliciosas golosinas que se compraba temprano todos los lunes antes de llegar a la escuela en la tienda de don Manuel Armijo, no le importaban las suplicas de Pato para que no los tome, ni sus arrodilladas en el medio del camino pidiendo perdón al cielo, por el sacrilegio que cometía Rudy, ni las amenazas que le hacía de que nunca más lo acompañaría a bajar a Pactaqui, otra vez junto a él. Lo volvió a hacer otra vez y el día lunes Rudy disfruto de sus bienes habidos convertidos en golosinas en la escuela, una vez más.

El Pato se metía a la iglesia en busca de pedir perdón al divino de rodillas, por haber sido testigo de los sacrilegios cometidos por su amigo Rudy, en el camino de la Culebrilla hacia Pacatqui.



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