En la tradición oral coronguina hay un relato que he oído
muchas veces en algunas charlas de ocurrencias y anécdotas sucedidas, vividas y
perdidas en el tiempo.
Cuentan, por ejemplo, lo que le ocurrió a un personaje varón
sampedrano, cuando en alguna ocasión, vivió en carne propia las experiencias
paranormales sucedidas en los baños termales de Aticara.
Dicen que la ocurrencia fue registrada por haberse ido a
bañar solo, sin compañía, una buena tarde al promediar las cinco, seguramente
después de un duro día de trabajo agrícola cercano, cuando se le ocurrió la
idea de ir a los baños termales para darse un merecido y reconfortante relax
corporal en las cálidas aguas de Los Baños de Aticara.
Ocurrencia que disfrutaba totalmente desnudo y sumergido al
pie del chorro principal del agua, cayéndole en la cabeza, hombros y espalda,
mirando a ratos desde su posición las profundidades de la quebrada donde se
hallaba; pensando seguramente en la dura subida por los caminos agrestes de
regreso a Corongo, ascenso que se inicia desde la orilla del rio donde se
ubican las aguas calientes del balneario termal coronguino.
Cuentan, que cuando la tarde avanzaba y a a esa hora los
vientos fríos de la zona acrecientan la presencia de bajas temperaturas y el
bañista después de un tiempo prudencial de estar metido en las aguas termales,
se le hace difícil dejar la calidez de esta, piensa y repiensa en salir de
allí.
Esto mismo sucedió con nuestro solitario bañista que no se decidió
a enfrentar el violento choque corporal del frio que se siente en ese instante,
en las diferencias de temperaturas en que se halla para abandonar los abrigos
del agua caliente, en su cuerpo caliente, y el frio que a esa hora recorre el
callejón de la quebrada.
En silencio iba esperando el momento propicio para salir del
agua.
Nunca imagino ver abrirse ante sus ojos la dura roca sin
ruido alguno y…
- ¡Oh
sorpresa!
- ¡También
ve aparecer de allí a una joven mujer!
Vestida ella con una túnica multicolor cubriendo su cuerpo, muy
agraciada y bella rubia; también observa que llevaba una corona de flores
silvestres en la cabeza, nota que rápidamente le dirige su mirada, la observa e
incluso le sonríe murmurando algo ininteligible para él, viendo que avanzaba
lentamente ahora hacia él, como si hubiese sido llamado por él, llevando además
en la mano una canasta tejida de carrizos llena de vistosas y apetitosas frutas
que desde una cercana ubicación ya casi junto a él le muestra estas, haciéndole
gestos para que tome una y que la coma.
Él observa que las frutas mostradas eran sumamente
apetitosas y que tenían un aroma muy agradable que escapaba de la canasta,
provocando y haciéndose irresistible a no cogerlas.
Pero dudó y entró en temores pues pensó que era imposible
que las rocas circundantes a la poza se puedan abrir de la nada y que emergiera
una bella mujer de cabellos rubios ofreciéndole deliciosas frutas.
Si en esos momentos previos a este suceso tenía temores en
salir del agua a vestirse por el intenso frio que arreciaba el lugar, ahora los
temores se convirtieron en terror y no había más tiempo que perder y salió
corriendo a coger su ropa y huir de allí a toda prisa hasta encontrar un lugar
aparente para poder vestirse y repensar la situación presentada.
Perdió de vista a la quebrada del río, luego prosiguió su
marcha por el camino, pensando algo asustado todavía por lo sucedido, cuando de
un momento a otro se percata que tras de él lo seguía un pequeño perrito, algo
agitado y con la lengua afuera que le llamó la atención.
- ¿Qué
raro? Pensó. No lo había visto antes ni merodeando la
piscina, ni caminando junto al rio o por las cercanías de su caminata. Quizás salió de una cerca de las chacras por
donde había pasado hacia poco, se preguntó. No dándole importancia alguna y siguió
avanzando mirando el horizonte de la ruta que tomó, algo más tranquilo.
El perro también continuaba tras él, pero cada vez más
cerca, se notaba algo presuroso en posesionarse a su lado en la solitaria y
silenciosa zona donde se encontraba, cuando de un momento a otro escuchó un
¡Arre burros! Asomando por ahí un tropel de burros, que bajaban a paso acelerado
arreados por un hombre y al ponerse a un lado de la carretera para facilitar su
desplazamiento en la dirección que iban, observa, que misteriosamente desaparece
el pequeño perro que lo acompañaba.
Dicen, que nunca supo él que el tropel de burros y el hombre
que los arreaba, le salvaron la vida en ese instante. Pues "La Gringa" no se había dado
por vencida e iba tras él por su venganza al desprecio que sufrió y ahora se
había transformado en un pequeño e inofensivo perro, buscando la oportunidad de
ataparlo y llevárselo con ella.
Muchos comentan también que la presencia de esta bella joven vistiendo su túnica multicolor es el demonio que habita en las cálidas profundidades de la peña termal y que sale de vez en cuando en algún atardecer en busca de las almas para esclavizarlos y que le aticen los fuegos de su morada que justamente se encuentra en la profundidad de las rocas desde donde brotan las aguas calientes de los baños de Aticara.
Agregan los que conocieron a Don Saro, que dicho sea de paso fue un hombre soltero; que nunca más quedó humanamente conforme como cuando llego a los Baños de Aticara aquella tarde.
Al pasar de los días, él perdió su miembro viril para siempre de su cuerpo.
Solo quedo de su miembro un botón carnoso en sus partes íntimas como muestra de lo que allí tubo antes.
La Gringa se vengó así de él, por no haberle hecho caso en cogerle una de sus frutas para arrebatarle a su alma.
Advertencia:
Nunca vayas solo a Aticara a bañarte después de la cinco de
la tarde, puede que te toque a ti ser el próximo Don Saro.
Nota: Esta narración es una recopilación de los recuerdos narrados por don Mario Román Mendoza y hecha llegar por su hija Dony Román Espinoza a este humilde servidor.
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