Los cuatro pasajeros
con inconfundible aspecto extranjero no pudieron tener mejor fortuna que
preguntarle al ingresar a la plaza sobre la dirección de la parroquia. Arsenio,
que acababa de encender la señal de televisión y se dirigía a la cabina de
radio a amenizar las mañanas coronguinas con recetas y saludos a su radio
audiencia que rebasaba los linderos de la provincia, muy presto y animoso se
convirtió en el mejor anfitrión de la delegación de norteamericanos,
integrantes de una ONG, que habían hecho un viaje expreso para hablar con el
padre Juan.
En la noche en el
local del comedor parroquial, estaba nuevamente él, para expresarles más con
las manos que con palabras, la bienvenida a los visitantes que mostraban
evidentes dificultades para expresarse en castellano. Luego que ingresara al
lugar de la cena el último invitado, apareció de las sombras, envuelto en andrajos,
la figura inconfundible del “hermanón” César, con su aspecto exageradamente
descuidado, poncho raído, manos mugrosas, rostro avergonzado y, eso sí, con su saludo
de siempre, cortes. Es entonces que Arsenio, sale raudo a detenerlo y con la
mirada a obligarlo a que se vaya.
“Yo invitar a él”- le dijo el gringo a Arsenio,
quién no tuvo otra alternativa que señalarle el rincón de una banca para que se
acomode junto su inseparable perro.
Arsenio ingresó enfurecido a contarles a las señoras que estaban listas para servir la comida, que tenían un nuevo invitado. Se trataba de su vecino. Lo conocía más que cualquiera en el pueblo, a pesar que siempre le sacaba del quicio, sentía por él no solo compasión, también afecto. Lo recordaba cuando venía de Lima para la fiesta de San Pedro, con zapatos relucientes, camisa almidonada, cuidado con exagerado esmero por su madre. Sabia que a la universidad particular lo enviaban en un taxi y que la repentina partida de su madre le causo un efecto que como hijo único y mimado no supo soportar, sabía que con su hablar pausado y correcto nadie le podía convencer para que se abstenga de juntar agua en todo envase posible, como acto previsorio ante
una inminente sequía universal; aseguraba también que en los papeles de sus propiedades que guardaba en un costalillo pegado a él, estaba su pasaporte al paraíso celestial. A pesar de tener criterios diagonalmente opuestos sobre el orden y la higiene, había cierta empatía entre ellos, tanto así que César se atrevía gastarse unas bromas, como aquella mañana que Arsenio terminaba de limpiar los sanitarios de su baño nuevo hasta dejarlos relucientes, el “hermanón” se ofreció gentilmente a apadrinar su inodoro. Entre gritos casi histéricos lo mandó a que haga sus necesidades a su corral, ahí donde encerraba unas cuantas vacas famélicas, que trajo de la estancia, y las tenía literalmente leyendo periódico.Cuando la comitiva de
recepción hizo su ingreso al comedor, llevando en las manos los platos con
destinatario bien definido, sorprendidos se quedaron boquiabiertos.
Todos los gringos
entusiasmados estaban hablando con César, en inglés muy fluido.
1 Comments
Que Dios lo tenga en su gloria al amigo César "Hermanón" o "Loco Manguera"...
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